El genuino significado de las palabras
- Paulino Romero C.
En todo tiempo se ha sentido la necesidad de catalogar las palabras por sus analogías y parentescos ideológicos, como en la historia natural se dividen las plantas y los animales en familias, tribus, géneros e individuos. Una palabra mal comprendida basta a veces para producir fieros trastornos; y solo el hábito de hablar y escribir con exactitud y no dar a las palabras significados que no tienen, puede prevenir motines y evitar conflagraciones sociales, en que nunca toman parte quienes han adquirido el juicio necesario para dar a las palabras su genuina significación. ¡En verdad que pasma de asombro, cuando se estudian las listas de vocablos ordenadas ideológicamente, el considerar lo poco, poquísimo, que tenemos a nuestra disposición de los inmensos recursos de la lengua! ¡Cuántas y cuantas veces tenemos conciencia de que el vocabulario y la fraseología a nuestra disposición son ineficaces e insuficientes para dar cuerpo y hermosa forma externa a lo que pretendemos describir!
Hay, sin duda, personas largamente dotadas de raudales inagotables para la expresión, nacidas con el fascinante poder de la elocuencia; pero a nadie es dado, a nadie, exteriorizar a todo momento en lenguaje rico, propio y exacto la serie inacabable de ideas que pasan por el entendimiento, ni pintar con sus verdaderos colores, matices, cambiantes y tornasoles, y, sobre todo en la proporción debida, las múltiples, indecisas y sutiles distinciones de los sentimientos que acompañan a nuestras ideas.
Es de la mayor importancia que la exactitud regule nuestro lenguaje y que todo político, orador, escritor, periodista, adquiera el hábito de los hábitos, el de expresar sus pensamientos con perspicuidad y corrección. La falsa dialéctica, disfrazada por especiosa fraseología, cautiva frecuentemente el asentimiento de las muchedumbres que no piensan, diseminando, a través de grandes espacios y durante largas edades, las preocupaciones, las supersticiones y el error.
El lenguaje, no solamente nos facilita los medios de comunicación con nuestros semejantes, sino que ejerce otra función más grandiosa: la de servirnos de instrumento en las operaciones de nuestra misma inteligencia y de nuestra propia imaginación. Las voces son las alas de nuestros pensamientos. Sin la agencia de las palabras, los fenómenos de la mente carecerían de aire para su desarrollo. En todo proceso del raciocinio entra el lenguaje como instrumento esencial. Las palabras son los vehículos de nuestras abstracciones; porque en ellas encarnamos nuestras ideas; y por su eficacia pasamos en nuestras deducciones desde las premisas a las consecuencias, y en nuestras inducciones desde lo concreto a lo general; todo de un modo inconsciente, y con rapidez tan asombrosa, que ni siquiera quedan en el recuerdo trazas ni vestigios del complicado procedimiento. ¡La lengua aumenta nuestra vista mental, fija las ideas y las imágenes, y las detiene para someterlas a constante contemplación!
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