Epicentro
El estado de cosas
- Arnulfo Arias O. [email protected]
Aquí, en nuestro continente, se trastocaron los valores de la moralidad cristiana, y la conquista trajo espadas que santificaban con su empuñadura “santa” y cercenaban, a la vez, con su filo arrollador. Aquel que vino, vino a conquistar, en vez de sembrar; a ahogar culturas y no a culturizar...
Al indígena no se le entendió como si fuera un ser humano; el epíteto de “salvaje” se esparció.
Pocos saben que, hoy en día, solo un escaso 35% de la población mundial es biológicamente apta para tolerar el consumo lácteo.
Y eso se debe a un cambio evolutivo en el ser humano; a una mutación reciente, en términos genéticos, que los científicos denominan “la persistencia de la lactosa”.
La mutación ocurre hace unos “escasos” 7500 años, permitiendo adaptaciones que hicieran tolerable el consumo de leche para el ser humano, más allá de la edad de lactancia.
Si la propia naturaleza puede concebir cambios genéticos de tal magnitud, imaginemos los cambios sociales que la historia humana puede registrar en unos pocos lustros.
Adaptaciones culturales al estado de cosas en una región, por ejemplo; mutaciones morales que no conjugan con la naturaleza misma del hombre; permisividades que constituyen una aberración en el proceso evolutivo del ser humano.
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Hoy en día, tal vez, somos testigos primerizos de esos cambios en la mutación social del hombre; una moralidad pervertida, como reza el título del libro de Pío Baroja.
En nuestra América Latina, los factores de lucha social se fueron gestando desde la irrupción del europeo en nuestro continente, causando desbalances y rupturas en la genética social del estado originario de nuestras propias poblaciones de ese entonces.
Al indígena no se le entendió como si fuera un ser humano; el epíteto de “salvaje” se esparció por este reino tropical como una plaga endémica, y se disminuyó desde ese entonces la condición espiritual y anímica del hermano originario.
Aquí, en nuestro continente, se trastocaron los valores de la moralidad cristiana, y la conquista trajo espadas que santificaban con su empuñadura “santa” y cercenaban, a la vez, con su filo arrollador.
Aquel que vino, vino a conquistar, en vez de sembrar; a ahogar culturas y no a culturizar; a despreciar, en vez de enaltecer.
Nuestra tierra era, desde entonces, un lugar de tránsito, una ruta pasajera que solo serviría para el transporte de valores extraídos o robados.
Nadie se ha puesto a pensar cómo esos orígenes fueron sembrando así, en nosotros, la semilla de lo que es hoy la sombra política y social de nuestra querida América Latina.
Hoy tenemos frutos desplegados de esa mutación social, que hace a muchos aceptar, como un estado natural, la podredumbre anímica de dictaduras en Latinoamérica; un desapego hacia el dolor ajeno; un desprecio hacia las necesidades básicas de una colectividad adormecida y una falta generalizada de civismo en cada uno de nosotros.
El pillaje inicial que impulsaba al europeo a venir en búsqueda de la riqueza en vez de hogar, hizo de nuestra América Latina un sitio estacional para los muchos aventureros y un destino apreciado por los pocos, que sí vieron un tesoro en estas tierras.
Esos fueron los inicios.
Esa falta de apego fue entonces generando en la psiquis colectiva una disminución básica de su autoestima propia y una constante referencia a modelos de heroicidad extraños a nuestro contexto.
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En forma concebida y progresivamente, se fue gestando en las mentes de Latinoamérica que debían vestir como se viste en otros climas más templados, hablar como se habla en otros continentes, codiciar el alimento que viene de otros sitios como exquisitez.
Y así se fue asentando en nosotros el desprecio hacia lo nuestro y una falta de una búsqueda genuina de nuestra identidad.
Desde aquel entonces, hasta nuestros días, la mutación social se dio en nuestro habitante. Adormecido, como en crisálida; resguardado por culturas importadas; sin encontrar aún el corazón de propio origen estimado.
Aquí también hemos sufrido de esa mutación que, como “la persistencia en a lactasa”, nos hace digerir aquello que otros pueblos no pueden tolerar.
Abogado.
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