El disenso democrático es un derecho humano: ni gatos ni ratones, sí leones
- Silvio Guerra Morales
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Sin duda alguna que el disenso es un pilar fundamental en toda democracia que se repute como tal. El derecho a disentir de las formas de actuar de los gobiernos, de sus mandatarios, de los equipos de gobierno, etc., deviene en un derecho natural de todo ser humano. Nadie tiene por qué tolerar o soportar aquello ante lo cual, por principios y por naturaleza, no está obligado a permitir.
La protesta, en ese entendimiento, se configura como una forma de expresar el disenso. Las tareas de toda democracia y de los derechos humanos deben estar condicionadas a que sean legitimadas por la clara defensa de ese disenso democrático y de las protestas. Se ha tratado de explicar la simbiosis o la relación entre disenso y democracia, sosteniéndose que: 1. El disenso es un hecho que se da porque las personas tienen realidades, vidas y contextos diferentes y la democracia es una forma de gobierno que se basa en el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales. 2. Que la protesta es una forma de acción que permite expresar ideas, visiones o valores de disenso, oposición, denuncia o reivindicación y que por ello la relación entre democracia y derechos humanos radica en que los derechos humanos garantizan que los intereses de las personas serán protegidos aunque no pertenezcan a la mayoría; que la democracia es un punto de referencia universal para la protección de los derechos humanos y en consecuencia toda democracia y los derechos humanos se condicionan mutuamente para lograr el éxito de una comunidad política. Sin esa relación, de pura intimidad, toda democracia no pasa de ser más que una vulgar pantomima o falsa parodia del verdadero "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo".
La clase política que gobierna, en cualquier momento, debe tener bien claro que la tolerancia es esencial a la democracia y que ella entraña la capacidad para soportar, aun cuando fueren injustificadas, las ofensas y los irrespetos y ello no significa, cuando a ello haya lugar, que actuemos dentro de los parámetros aceptables o legales en contra de lo intolerable. Ser "tolerante" es un predicado que solo cabe a las almas buenas, no significando, de ninguna manera, que las que no lo sean no puedan alcanzar la tolerancia en sus vidas. Se es tolerante cuando se observa o se escucha, aun el discurso contrario a nuestra forma de pensar o de actuar, con calma, con mesura y de manera paciente. Se trata de respetar al prójimo, aun cuando este nos resulte indigno de nuestra paciencia y de nuestra armonía social.
Si actuamos, por la vida, como seres cuyo guía es el instinto natural de nuestras humanas debilidades o si atacamos, cuales felinos, sea física o verbalmente, a nuestros congéneres y no somos capaces de saber escuchar o de prestar atención, no cabe la menor duda que incurriremos en errores garrafales de los cuales, después, nos tocará arrepentirnos si es que somos conscientes que hemos actuado de modo inapropiado o injusto. Eso de llamar "Cinco Gatos" a quienes nos hemos opuesto a la minería expoliadora, de atracos en este país, no me parece ser émulo alguno de tolerancia ni de respeto al disenso democrático. No se descalifica, en el discurso, a nadie recurriendo a los argumentos ad hominem, es decir, argumentos subjetivos. Cuando esto sucede es que, el interlocutor que se vale del argumento ad hominem, o no tiene argumentos o se quedó sin ellos, los agotó.
En las profesiones y en los cargos, sean públicos o privados, en todo momento, debe actuarse con tolerancia, más de parte de aquellos que tienen que responder ante el pueblo por sus actuaciones y quienes deben poner gran freno a la mala educación, a la intolerancia, la malcriadez, la actitud déspota o tirana, etc., ya que ellos deben ser en todo momento, ejemplos a emular. ¡Cuánto exorna o embellece a una persona sus buenos modales, la cortesía, el buen trato y la fina deferencia hacia los demás ¿Cuánto afea a una persona la intolerancia o la falta de cordura en sus actos?
Tenemos que cultivar más la tolerancia. Hay que empezar por sembrar la buena semilla de tolerancia desde las aulas escolares, empezando con los niños y niñas. Las autoridades deben predicar, siempre, la tolerancia. Una democracia de Estado solo se legitima como tal cuando existe un ambiente de respeto al disenso democrático y en donde reina la tolerancia como norte o guía de las actuaciones de quienes gobiernan. Hablamos de la tolerancia al disenso democrático. No de otro tipo de tolerancia.
La tolerancia trae buenos frutos a la democracia: participación ciudadana, pluralismo ideológico, diversidad de opiniones en los temas de Estado; elimina el miedo de los particulares hacia las autoridades; recrea un espíritu de paz y de sosiego en la sociedad, etc. Buena imagen ante el pueblo da un gobierno cuyas autoridades se distinguen por la tolerancia. Una autoridad intolerante, déspota, autocrática, tirana, solo puede sembrar desconfianza y, tal vez, miedo, entre los asociados, pero ojo, también habrá de cultivar la repulsa y el reproche de los asociados y ese sí que es un duro castigo.
Al final de cuentas, concluyo diciendo: El derecho al disenso democrático y el derecho a las protestas no pueden ser objeto de castigos ni de sanciones o censuras previas. De ninguna manera. Sostener que se respeta el derecho a la protesta y, al mismo tiempo decir que el pueblo tiene derecho a sus vías y calles, nadie lo discute. Quede eso claro. Pero no es ese el mensaje que, realmente, se está dando. El mensaje, en el fondo, es un mensaje vedado de amenazas previas: Si sales a protestar, cuídate porque te voy a reprimir.
Ni gatos ni ratones. Sí leones. ¡Dios bendiga a la Patria!
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