Panamá
El azul de Picasso
- Gregorio Urriola Candanedo
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Hay en los lienzos y el papel, una intensidad mística. Picasso parece creer con Baudelaire que "Je sais la douleur est la noblesse unique.
En la muestra de Pablo Picasso que entre junio y julio del presente año nos espera en la Casa de España en Panamá (Paseo de Las Bóvedas, Casco Antiguo), se hacen presentes litografías vinculadas a la llamada "Etapa Azul" del pintor malagueño. Azul del mar mediterráneo que impregnaba las pupilas del joven que se transformaba en hombre en la Ciudad Condal y un viaje intenso al París luminoso de inicios del pasado siglo.
Azul de la tristeza y de la melancolía nacida de la crisis creadora y la tragedia que para Picasso supuso el suicidio de su colega Carlos Casagemas, tragedia acaso inducida porque la musa casquivana de Casagemas (Germaine Pichot/Laure Gargallo) prefería al malagueño, risueño y rijoso, al más reservado pintor quien además padecía impotencia. Azul del mar y del fondo de un alma joven torturada. Azul de aquellos cielos y horizontes de las playas; azul de la introspección de la que charlan los estudiosos de la Psicología del Color.
Azul poético, que cantaba nuestro Rubén Darío en su obra primigenia, abrevando del parnaso de las letras francesas y del "spleen" de Charles Baudelaire, influencia decisiva en la poética del mil novecientos (la melancolía o angustia sin causa definida, tan cara a los poetas románticos, y sus inmediatos congéneres). Azul de los despejados cielos madrileños donde camino de El Escorial, Picasso iba al encuentro del maestro cretense, autocreado toledano, para ver temblar las almas de los santos.
De ese ambiente nacen los cuadros del Período Azul picassiano, inaugurándose con un "Entierro de Casagemas" que imita el "Entierro del Conde de Orgaz", donde Picasso colocará a las prostitutas y bailarinas en el Cielo, mientras a ella sube el alma de su desdichado amigo en un caballo. Dirá Carl Jung que ese período azul era un descenso a los infiernos. En todos los cuadros del Período Azul, primará ese ambiente de tristeza y desazón, más no por ello los cuadros y litografías son menos bellos.
Hay en los lienzos y el papel, una intensidad mística. Picasso parece creer con Baudelaire que "Je sais la douleur est la noblesse unique. O u'ne mordront jamais la terre et les enfers-" (Yo sé que el dolor es la nobleza única, que el mismo infierno no puede invadir.)(Bendición. Fleurs du Mal/Las flores del Mal).
Azul en tonos sobrios, casi sombríos, que alumbran los temas de la prostitución y la pobreza. Y allí, contemplamos un Picasso que siente la cercanía de los miserables, como puede mirarse y revivir en cuadros como; Mujer en la Pobreza (1902, Museo de Arte de Hiroshima), en "La Visita/Dos hermanas" de 1902, hoy en el Hermitage de San Petesburgo, o en "La Tragedia", de 1903, (National Gallery of Washington).
En la colección en Panamá hoy puede verse una litografía con el tema de la maternidad pobre, muy cercana en su rudeza al cuadro titulado "La Vida", la obra maestra de su período azul, que en un lado exhibe a una mujer mayor con un bebé en los brazos. El perpicaz Reine Marie Riquel y el íntimo amigo de Picasso, Sabartés, intuyen y testimonian que el malagueño creía que el Arte es hijo de la Tristeza y del Dolor (Victoria Charles y Anatoli Podoksik: 2010).
Hay en todo esto, un tono de ascetismo, donde todas las figuras se reducen a lo esencial, las miradas abstraídas, los contornos casi ojivales, un carácter de línea simplificada y colores sobrios.
Pero el grueso de la colección que nos visita en San Felipe, lo constituyen las litografías sobre "Bailarines", dibujos hermanados con los cuadros que Picasso pintó entre 1901 y 1904, que nos habla del mundo de la danza y de las familias de saltimbanquis que nos llevan al siguiente período creativo de Picasso, el llamado Período Rosa.
De los más emblemáticos se tendrá "La familia de acróbatas con un mono", 1905, hoy en Museo de Gotemburgo.
Pero estos danzantes azules, son ante todo, una constatación del viaje interior de Picasso en dos direcciones: la línea clásica, de herencia griega, por un lado; y la esencia en el tratamiento del espacio como fuente donde dimana todo cuadro.
Proceso interior que se acompañaría de un peregrinaje en España, hacia los Pirineos (concretamente la aldea de Gosol en el verano de 1906) y la sencillez de las formas del arte ibérico de mil años antes de Cristo; el peregrinaje a Holanda, que consolido su esencia mediterránea, en especial por el uso del rosa como el color de las estatuas griegas, el paso de las forma efébicas y andróginas, al descubrimiento de la Mujer, todo lo cual finalmente haría que aflorara el primitivismo que está en el origen del Nuevo Picasso.
Nadie como el poeta Apollinaire percibiría este renacimiento, o este Picasso distinto. La intuición del grande renovador de las letras francesas hablará del paso de un artista al que la Musa le dicta la obra, al artista huérfano de ella; y que,. por tanto, deberá afanarse día tras día por crear lo nuevo.
Tal la metamorfosis que Picasso tendrá aquellos años de su joven adultez (1905-1097).
Acompañemos el alma de Picasso a esta metamorfosis deteniéndonos a contemplar la colección que la Fundación Universitaria Iberoamericana nos regala de su Obra Cultural en esta conmemoración del cincuentenario de la muerte del más inmortal de los creadores plásticos del siglo XX.
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