Efervescente recetario turístico
- Jaime Figueroa Navarro
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A pesar de todas nuestra buenas intenciones, aún persiste el letargo de la indiferencia en nuestro turismo. Tras años, décadas, de escribir, analizar, concebir, cranear el formulario hacia un denuedo de excelencia en nuestro Istmo, aquella labranza que distingue la pasión por la excelencia de la fofa normalidad de nuestro empeño.
Y es que al homo Sapiens panamensis le urge una disección que acople un chip de euforia en su cerebro que transforme el entonar las estrofas del himno nacional de forma hueca, hacia ese perfil que visualizamos durante la apertura del último Mundial de Futbol, donde nuestros peloteros le vocalizaron con lozanía, lágrimas y pasión.
La semana pasada recibí, acogí y mime visitantes de Argentina y de Italia, quienes nos honraron con sus visitas, siempre puntualizando la enorme grandeza de nuestro destino, un designio cuasi faraónico que estampa y diferencia a Panamá de nuestros vecinos y del conjunto de naciones mundiales. Aquel discurso resulta vital en resaltar nuestro hado.
Somos, ante todo, un país de inmigrantes. No existe aquí un común denominador que perfile nuestra personalidad. Las tribus originarias que nos galardonan con su presencia milenaria, su amor y profundo respeto hacia la naturaleza, fueron salpicadas por la afluencia de identidades que se vieron compelidas hacia una metamorfosis tropical. Y muy claramente le vemos reflejado en nuestro máximo símbolo nacional. La intrepidez, juventud y gallardía de Vasco Núñez de Balboa, aquel guapo mozuelo jerezano que se apasiono con la sublime Anayansi, hija del cacique amigo quien le trasegó a lo largo de la serranía del Maje donde sobre la cima del cerro Pechito Parao, hará un tris más allá de quinientos años divisa la majestuosidad de lo que denominó como Mar del Sur, el vasto Océano Pacífico, sobrepasando la hazaña de Colon como el descubrimiento más importante de la historia universal que germinó el fértil desarrollo del comercio global y estampó nuestro designio como armonioso punto estratégico.
Somos los Fenicios del siglo XXI. A lo largo de nuestro quehacer coexistimos con el colonialismo de poderes foráneos, el imperio español, la Francia post Napoleónica y la política del garrote norteamericano para surgir con la visión, dedicación y el esfuerzo de nuestros compatriotas como centro logístico mundial de un siglo XXI, puntualizado por el proyecto de expansión de nuestro canal de Panamá, financiado y pagado por el Tesoro Nacional, engrosando así las oportunidades para el robusto crecimiento del comercio mundial.
Con esa pizca de orgullo nacional, debemos desarrollar nuestro turismo, asegurando por un lado la pulcritud de nuestro destino, obligando la perfección del pulimento, eliminando la fealdad de la basura y el ejemplar castigo al cochino, y por el otro realzar con denuedo nuestros atributos. ¿Sabía usted, por ejemplo, que la torre de la Plaza Mayor de Panamá la Vieja fue durante siglos el edificio más alto del continente, tal vez reluciendo nuestro actual apunte como tercera ciudad con el mayor número de rascacielos precedida solo por Nueva York y Chicago?
Asimismo, debemos exaltar nuestro canal erigiendo un centro de visitantes aledaño a las esclusas de Cocoli, donde resulte claro a la faz del mundo que fuimos los panameños los que nos esforzamos en modernizar el cariado armatoste heredado de los gringos para lograr el paso de los mastodontes de los océanos, embarcaciones que salieron a flote a partir de mediados del siglo pasado y que no podían transitar nuestro canal. Que nuestros visitantes perciban el transitar de esas hercúleas embarcaciones que nos proveen actualmente del 70% de los ingresos del canal, sudor de nuestra frente y de nadie más.
La reconstrucción de Panamá La Vieja, restaurando su lozanía colonial, para que los turistas puedan encandilar su jerarquía, el trazado del Camino Real desde allí a Portobelo como sendero obligatorio de recorrido y la magia de poder remontar la cumbre de Pechito Parao para ojear la magnitud del golfo de San Miguel, son algunos proyectos puntuales, tal cual lo ha sido el aún sin culminar Casco Antiguo, para la presentación de nuestro destino como magneto mundial al turismo, multiplicando las alicaídas cifras actuales.
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