Don Quijote, novela de humor o tragedia
Don Quijote es símbolo de las paradojas, virtudes e insuficiencias de todo ser humano y toda la novela del “ensueño místico” de Santa Teresa de Jesús, quien percibía el mundo como un libro divino.
Don Quijote es símbolo de las paradojas, virtudes e insuficiencias de todo ser humano y toda la novela del “ensueño místico” de Santa Teresa de Jesús, quien percibía el mundo como un libro divino.
La novela oscila entre la picaresca y la tragedia en su ficción narrativa, donde se satiriza y parodia los libros de caballería, pero no los ideales caballerescos, dándole una categoría superior al drama. Foto: EFE.
El recuento de memorias de un pasado ficticio, lleno de episodios conmovedores, contados como aventuras que ocurren en diversos lugares de la España de principios del siglo XVII, todas representativas del concepto del universo trastocado de un hidalgo anciano, pobre y loco, poco o nada pareciera tener con el género de comedia y ciertamente mucho más con la trama de una tragedia clásica.
Por eso surge la pregunta: ¿Qué sentimos al final del Quijote?
Cervantes nos brinda en las dos partes de su novela una serie heterogénea de actos, circunstancias y personajes que dan vida a este drama. Sus protagonistas incluyen a don Quijote, un loco entreverado, y su dama Aldonza Lorenzo convertida en Dulcinea del Toboso; a Sancho Panza, elemental y primario y a su esposa Teresa (o Juana) Panza; al cura, al barbero Nicolás, a su ama, a su sobrina Antonia Quijana, tan reacia a las aventuras y excesos de su tío, al bachiller Sansón Carrasco, todos estos vecinos de esa aldea manchega anónima “de cuyo nombre no quiero acordarme” (pg.27, Edición del IV Centenario, RAE); y muchos otros personajes más como el siniestro Ginés de Pasamonte, los misteriosos duques sin nombre, o el acaudalado don Antonio Moreno.
La capacidad inventiva de Cervantes subordina esa invención a un riguroso plan sistemático que, junto con las derivaciones de su lenguaje, hacen posible entremezclar ficción y vida, convirtiendo a Alonso Quijano el bueno en don Quijote de la Mancha y a nosotros sus lectores en amigos de este entrañable personaje.
Cabe recordar que, en la novela, don Quijote hace tres viajes en busca de aventuras, recorriendo la Mancha y partes de Aragón y Cataluña, sin importar demasiado el destino. El primero dura tres días (capítulos I a V, op.cit.), el segundo (capítulos VII a LII, ibid.) un par de meses y el tercero (toda la Segunda Parte) unos cuatro meses, que suman medio año, pero hay que adicionar un mes de convalecencia de don Quijote después del segundo viaje y los días finales después del tercero, que en total pueden durar unos ocho meses. Pero en la novela Cervantes también cuentan varios episodios más, que dan acceso a un plano distinto de realidades pasadas y futuras, alargando el tiempo narrativo.
Así leemos, por ejemplo, la breve novela del “Curioso impertinente” (Cap. XXXIII a XXXV ibid.); la historia de la infanta Micomicona; y muy especialmente el relato del “El cautivo de Argel” (Cap. XXXIX a XLI, ibid.) que claramente se refiere al propio Cervantes.
Para muchos, este episodio es la clave del mito quijotesco al representar, posiblemente, a don Quijote joven y cuerdo, con un heroísmo recto, limpio y diáfano que a la vez recuerda la juventud de Cervantes, en el ámbito de su vejez, con toda esa ironía de verdad y poesía con la que Cervantes se esconde detrás de don Quijote.
La novela oscila entre la picaresca y la tragedia en su ficción narrativa, donde se satiriza y parodia los libros de caballería, pero no los ideales caballerescos, dándole una categoría superior al drama. Cervantes utiliza una constante ironía para resolver el conflicto entre humor y tragedia, con una mera simultaneidad, especie de dialéctica sin reconciliación donde estos dos elementos solo se oponen, sin síntesis.
Entonces, ¿Cómo interpretar el final de la novela? Como decía Jean Paul Sartre, “toda vida es la historia de un fracaso”: Alonso Quijano, con su muerte, descubre que nunca ha sido don Quijote, revelándole trágicamente, en ese instante de lucidez, el fracaso de don Quijote y la derrota de su ideal.
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La tristeza de su muerte es la némesis nietzcheana (“El nacimiento de la tragedia”) y del “sinsentido de la vida” existencialista sartriano. Don Quijote es símbolo de las paradojas, virtudes e insuficiencias de todo ser humano y toda la novela del “ensueño místico” de Santa Teresa de Jesús, quien percibía el mundo como un libro divino.
Crítico literario.
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