Homenaje
Don Bolo. Remembranza lírica
...el pequeño comercio de abarrotes haría su vida. A base de esta actividad levantaría a los de mi casa, repartiendo el tiempo entre la tiendita y el cuidado devoto de mi abuela, doña Cedoína, matrona sabia y resiliente.
- Gregorio Urriola Candanedo
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- - Publicado: 30/5/2020 - 12:00 am
Siempre que miro el viento girar con lluvia sobre los cerros de mi valle natal, veo a mi padre. Foto: Cortesía David José Díaz- Díaz.
Mi padre es la llovizna menuda que los boqueteños llamamos “bajareque”…
Cuando el viento en fuertes ráfagas se desgaja de la serranía, las lluvias mutan en esa agüita menuda y fría que te empapa como sin quererlo.
Siempre que miro el viento girar con lluvia sobre los cerros de mi valle natal, veo a mi padre.
Y siempre algo me impulsa a quererme ir por los caminos en busca de esa savia que te despierta y reanima cuando te pincha las mejillas con su fría y vivificante caricia.
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Mi padre hizo norma vital suya aquello de “hacer el bien sin mirar a quien”.
Padre más que amable, amoroso y delicadísimo esposo, como ese del Cantar de los Cantares, según me dijo mi madre un día, fue amigo de sus amigos y de muchas gentes que se tropezaron con franca y abierta forma de ser a lo largo de sus sesenta y nueve años.
Su carácter fue hijo de su tiempo y circunstancias, como es ley.
Mi abuelo paterno, Gregorio, poseía una finca donde mi padre se levantó en el trabajo de los cafetales, pero siempre he creído que la mayor carga genética le vino de mi abuela paterna.
Ella era inteligente, intuitiva, alta, fuerte, de amplia contextura, negrísimos cabellos y piel curtida por las lavanderías en el río que danzarino canta en el Bajo Lino.
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De aquella pareja dispar, unida por el amor y el trabajo, se levantó un guapo mozetón, presto al laboro, a quien gustaba el deporte y era delgado y fibroso, de agraciado rostro para las más bellas.
En una crisis, Don Goyo perdió la finca y se dedicó al comercio y al expendio de licor en una pequeña cantina en el centro de Boquete.
De esa cantina, mi padre heredó una fuerte resistencia a lidiar con los que Baco enloquece.
En cambio, el pequeño comercio de abarrotes haría su vida.
A base de esta actividad levantaría a los de mi casa, repartiendo el tiempo entre la tiendita y el cuidado devoto de mi abuela, doña Cedoína, matrona sabia y resiliente.
Aparte de la actividad del pequeño comercio, mi padre amaba la política.
Lo que más le atraía de ella era la fiesta, la algazara de la convivencia cívica, la oportunidad de intercambiar con las gentes, pues mi padre era carismático, extrovertido, con una ocurrencia o chiste siempre a flor de labios, lo que hacía miel su contacto y cercanía.
No en vano llegó a tener la friolera de más de 200 ahijados.
¡Ah! ¡Cómo fue de creativo mi padre!
Tenía gusto y se solazaba en las tareas de la decoración de su abarrote y en acopiar cachivaches, sellos de correo, monedas, pieles curtidas, que se exhibieron en la pequeña “Abarrotería Nita”, a lado de la iglesia parroquial de Boquete.
Esa fue la otra presencia omnipresente en la vida de mi papá: la cercanía de la iglesia como fe y como institución.
Católico practicante, desde muy joven, rezó y trabajó junto al incansable Padre Bernardo Foccini, en la construcción del Seminario Menor, o en la obra social del santo cura Benigno Di Princio.
Así, desde que tengo memoria, la fe con candor franciscano perfumó mi casa paterna.
Por eso rezo hoy y este es mi cántico:
“Papá,
Dios te hizo a su imagen
y sopló alegría y bondad
con su aliento sobre ti
para que fueras como fuiste
e hicieras lo que hiciste.
Yo sé que no eras perfecto.
Tus errores y faltas
te hicieron muy real,
pues te dieron humanidad redimida,
solidaria y optimista.
Tú que tantas pruebas padeciste
sin que ninguna te lograra torcer.
Por eso sé que estás allí
donde el Maestro Bueno
dijo que estarían los humildes,
los pacíficos, los limpios de corazón.
Y por eso, el mismo Dios sabe que no peco
cuando yo digo “Padre Nuestro”
y me lo imagino con tu cara y gestos.
Porque Dios te hizo bueno, papá.
Porque para mí los brazos de Dios fueron tus brazos;
porque son tus manos las que guían mis manos
al persignarme cuando dudo
ante tanto mal e injusticia en el mundo.
Yo sé que no eres Dios,
pues si lo fueras
no tendría que buscarte en sueños,
entre las brumas de esta memoria
que adensan los años.
O tal vez porque como tú,
he ido aprendiendo a verle,
en el sediento, en el desnudo y en el hambriento,
en los que son perseguidos por causa de la justicia.
Porque sé, ahora,
Que debemos volvernos como niños
O como bajareque que todo hace germinar y reír.”
Docente y gestor universitario.
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