Análisis
Desastre social vs. desastre político
- Silvio Guerra Morales
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Lo mismo pasa o sucede cuando escuchamos a los que apetecen el solio presidencial orquestando o instrumentando un discurso que, a todas luces, busca granjearse el calor o respaldo popular. No obstante, olvidan, los que salen electos, a los pocos días o meses de obtener el poder político, que se deben al pueblo...
Tristemente, el discurso de los políticos, sean estos de izquierda, derecha o de centro derecha o del centro izquierda, lo que sean, no ha cambiado para nada. Obviamente, hay casos excepcionales que escapan a calificativos que son denigrantes como suelen ser: Demagogos, mentirosos, hipócritas, incumplidores, ladrones, delincuentes de saco y corbata, etc. Nada, como lo acredita la cruda realidad, ha cambiado en nuestra América irredenta. Se sigue instrumentando un discurso sórdido por parte de los políticos, efervescente y cautivador dirigido a las mentes y almas de quienes, como pueblo, tan solo necesitan creerles y con ese objetivo les mienten descaradamente. Los políticos, en campañas electorales, son una cosa, pero enquistados en el puesto de elección popular por el que hicieron campaña, se olvidan de los pueblos que los ha elegido. Un gobierno culpa a otro del pasado y entre tanto transcurre el tiempo o período de gobierno, las miserias se van acentuando y cada quinquenio, para el caso panameño, se convierte en un repetido coro de críticas y de problemas. Siempre lo mismo: delincuencia, transporte, agua, viviendas, salud, administración de justicia, uso del presupuesto general del Estado, educación, etc. ¿Será posible que no tengamos, como país, la capacidad de resolver estos problemas?. No, no me resigno a aceptarlo como tal. Sin duda alguna que han faltado las voluntades y los recursos. Voluntades y recursos que se han centrado en otros menesteres u ocupaciones.
Los grandes escándalos de corrupción en los gobiernos acreditan que de las arcas del Estado siempre ha habido un puñado de hombres deshonestos, desleales, de pocos o nulos escrúpulos, que en contubernio o matrimonio con el poder político, se han querido adueñar, robar, pellizcar, morder, como quiera que se le llama a esa funesta acción de apropiarse de los dineros del erario público y del pueblo. La participación de la empresa privada – de no pocos empresarios de ese sector- en los actos de corrupción no ha podido, hasta el día de hoy, justificarse ante el país o la faz nacional. Igual sucede en el resto de América Latina. Sin embargo, muchos de ellos se presentan como impolutos ante el pueblo panameño, y siguen brindando ideas o pensamientos que desdicen la veracidad o transparencia del discurso. Igual sucede respecto a no pocos llamados lideres o dirigentes de un supuesto raigambre popular que terminan, merced a las avaricias del dinero o del poder, eclipsados por puestos o cargos administrativos y terminan, simple y sencillamente, dando fe con tal actitud, de que nunca fueron ciertas o serias las proclamas de justicia de libertad, de transparencia. Utilizan, los tales, las causas populares para el beneficio propio. El discurso así se torna verdaderamente hipócrita, repulsivo a las inteligencias.
Lo mismo pasa o sucede cuando escuchamos a los que apetecen el solio presidencial orquestando o instrumentando un discurso que, a todas luces, busca granjearse el calor o respaldo popular. Y el pueblo les compra el discurso, les toma la palabra y en las urnas terminan depositando el voto de apoyo. No obstante, olvidan, los que salen electos, a los pocos días o meses de obtener el poder político, que se deben al pueblo, que deben generar en bien del pueblo. Y por ello el pueblo, tras las decepciones que les generan ellos con semejante olvido, termina haciendo de tales personajes sujetos y objetos de mofa sin fin; de burlas bien merecidas; de ataques y críticas, que mal podrían ser calificadas de despiadadas, por el contrario, bien merecidas merced al desplante popular, a la decepción total de que es víctima la sociedad panameña. Y es así cómo, atinadamente, mi hermano Ramiro Guerra, ha señalado, que se vienen sembrando, en la psiquis popular, falsos paradigmas y, tristemente, parte de nuestro pueblo termina creyendo en ellos. Es el caso de anotar que se equivocan quienes piensan que la llegada de dos o tres nuevos magistrados a la Corte cambiará el estado de la justicia, sobre todo la penal, en Panamá.
Yerran los que así piensan. Cuidado que se produce el fenómeno contrario, es decir, que se profundiza la crisis de la justicia merced a las diatribas e intenciones vedadas y ya harto sabidas de que cada presidente, en este suelo, quiere hacerse de una Corte, como sucede con las Asambleas, que le avale todo, le apruebe todo y le haga o conceda, sin reparos, todo lo que quiere o apetece, desde lo inmoral, lo ilegal y hasta de lo impensable a través de fallos o decisiones ante los cuales la Ciencia Jurídica y la filosofía del Derecho prefieren dar la espalda para salvaguardar, incólume, un sentido correcto de la justicia. No nos equivoquemos. Se están dando lecturas incorrectas del estado de cosas en nuestro país y como si fuera poco, las correctas lecturas, las apropiadas, son tachadas de mal intencionadas o de tendenciosas. Todo lo que el país demanda es que las autoridades, quienes gobiernan, siembren paz y desarrollo social, estabilidad y bonanza en lugar de este manto terrible de desasosiego doméstico y espeluznante en que se encuentra sumergida la nación entera.
Abogado
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