Anécdota
Cuatro cajas de pachitas
- Stanley Heckadon (opinion@epasa.com)
Concluidas las últimas elecciones, me vinieron en mente mis recuerdos de mis primeras elecciones. Como dirían en inglés, vistas “at the rural grass roots level”. Era el
Concluidas las últimas elecciones, me vinieron en mente mis recuerdos de mis primeras elecciones. Como dirían en inglés, vistas “at the rural grass roots level”. Era el verano de 1952, vísperas de la contienda en que ganó el coronel Antonio Remón Cantera. Anochecía en la finca de mis abuelos maternos, Aurelio Moreno y Josefa Caballero, a orillas del Chiriquí Viejo. Caían las primeras lluvias de inicios de invierno cuando, por el lodoso camino real que venía de Puerto Armuelles y el Salao de los Guabos, salinas donde las familias de tierra adentro hacían sal en verano, apareció un hombre a caballo y otro con carga. Sobre su montura y la carga traía tapasillas de caucho. El hombre se apeó, cruzó la cuadra de la casa y pidió posada a mi abuelo, temiendo que la noche lo cogiera por el pésimo trillo a Divalá. Mi abuelo, fiel a la vieja tradición cristiana de dar posada al caminante a quien la noche agarra en la montaña, dijo que sí y me ordenó desensillar los caballos, guardar monturas y carga y soltar los animales a pastar en la cuadra.
El extraño comenzó a desensillar su caballo. Yo, el de la carga, cuyo bulto me intrigaba por no ser la carga usual campesina de alforjas, sacos y zurrones. Al quitarle el tapasillas, aparecieron cuatro cajas con pachitas de Seco Chiricano. Iba a bajarlas, pero el hombre me dijo que él lo haría, pues no quería se quebrara una sola. Le pregunté dónde iba con tantas pachitas. Me dijo que para Divalá, para las elecciones. Le pregunté para que quería tantas pachitas a esas elecciones. Con dejo capitalino, dijo “Oye pelao, ¿tú has oído cómo se escoge al presidente de la República?”. Dije que sí, que la gente votaba y que el candidato que más votos obtenía era presidente. El forastero se echó a reír y dijo: “Mira, no seas alelao, te voy a enseñar cómo se escogen los presidentes en este país”. De su abultado bolsillo sacó un enorme fajo de billetes de cinco dólares. No pensé que había tanta plata en el mundo. Me lo mostró y dijo que eran 500 dólares. Con actitud de hombre de mundo, dijo: “Mira, el día de las elecciones, a cada viejo pendejo le voy a dar una pachita de seco y un billete de cinco dólares a cambio de sus cédulas. Así es como se escogen los presidentes y no dejes que te echen cuentos o lo que dicen tus libros”.
Temprano al otro día lo crucé en el bote de la casa, a él, sus dos caballos y sus cuatro cajas de pachitas de Seco Chiricano. Por pasarlo me dio cinco reales, cuando la tarifa era un real.
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