Cuando parte un amigo...
- María Victoria González
En el helicóptero SAN 100 partió el Capitán Calixto Cedeño. Su destino, insospechado... su misión, darle seguridad a oficiales chilenos que nos visitaban.
Hombre con gran don de gentes, de brillante inteligencia y poseedor de muchas habilidades que le llevaron a formar parte de los cuerpos de élite de la Policía Nacional, el Capitán Cedeño se alzaba siempre con la simpatía de quienes lo conocían.
Enfermero, abogado, gran lector y estudiante de la Maestría de Mediación, Calixto se mostró siempre como un gran amigo, dispuesto a ayudar a quienes encontraba en su camino; le preocupaba la salud y el bienestar de sus compañeros, a quienes, como en mi caso, socorrió en más de una oportunidad.
Estudioso como ninguno, escribió un cuento a dúo sobre las hazañas de un caballero y el rescate de una princesa. Tenía entre sus planes escribir una novela sobre sus experiencias y aprendizajes; y un libro de historias y leyendas de nuestra campiña. De eso hablamos muchas veces, pues me daría la oportunidad de leer su manuscrito.
Conocí a Calixto hace algunos años en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de La Paz, en un programa académico especialmente diseñado para policías y funcionarios judiciales. Allí pude ver cómo cada sábado, disciplinadamente, a veces amanecido, porque había estado de turno, llegaba al salón de clases y, a pesar de ser el oficial de más alta graduación de nuestro grupo, no era arbitrario; evitaba imponer su rango en el ambiente universitario lo cual le llevó a ser apreciado también por sus compañeros de armas.
Existen muchas anécdotas de nuestro amigo, el Capitán Calixto Cedeño, que evidencian su destreza como paracaidista, como hombre rana y en el desempeño de los distintos puestos que ocupó durante su corta vida. Y es que Calixto amaba la profesión que había elegido. A pesar de pertenecer al grupo de hombres que la institución va dejando rezagados, si volviera a nacer sería otra vez policía, habría comentado.
Al abordar el helicóptero SAN 100, el Capitán Cedeño no conocía su destino. ¡Ni siquiera podía imaginarlo! Era una misión más que llevaría a cabo exitosamente, como todas las que les eran asignadas. Tal vez pensaba en llegar a casa con su esposa Darlenis y su pequeño hijo. Tal vez pensaba en la visita que algún día le haría la hija que vive en México. Quizá hacía planes para el futuro... pensaría en sus hermanas, en su madre, en su padre. Elevaría a Dios una plegaria...
No sé qué pasaba por la mente de Calixto en ese momento crítico en que la nave se precipitaba a tierra... Pero sé que el dolor que se siente cuando se nos va un amigo, es profundo; sobre todo, si sembró entre nosotros una amistad inolvidable, como lo hizo Calixto Cedeño.
El espíritu de la amistad estará presente aunque estés ausente. ¡Qué Dios te tenga en la Gloria, Mayor Calixto Cedeño!
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