¿Cuáles son los objetivos de la jerarquía católica cubana? (I)
- Manuel Castro Rodríguez
El 30/7/1953, cuatro días después de que Fidel Castro asaltara el cuartel Moncada, el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Enrique Pérez Serantes, le pidió garantías al jefe militar para ir a buscar a los asaltantes que habían logrado escapar, “con el nobilísimo fin de que depongan las armas y vuelvan a la normalidad”. El 3/1/1959, dos días después de producirse el triunfo revolucionario, monseñor Pérez Serantes alertó mediante una circular arzobispal: “Queremos y esperamos una república netamente democrática, en la que todos los ciudadanos puedan disfrutar con plenitud la riqueza de los derechos humanos”.
Las tensas relaciones Iglesia-castrismo alcanzaron su clímax el 17/9/ 1961, cuando el Obispo Auxiliar de La Habana y otros ciento treinta sacerdotes fueron expulsados de Cuba por disentir de la incipiente tiranía.
Desde la realización del Encuentro Nacional Eclesiástico Cubano en 1986, se observa un cambio en la actitud de la jerarquía católica: prácticamente se limitó a reprocharle al castrismo que había institucionalizado el ateísmo, promovido el derecho al aborto y obstaculizado las celebraciones religiosas, y buscó insertarse en la sociedad totalitaria. Una de las honrosas excepciones fue monseñor Pedro Meurice Estío, arzobispo de Santiago de Cuba desde 1970 hasta 2007.
Monseñor Meurice dijo en la homilía que pronunció el 24/1/1998, dirigiéndose a Juan Pablo II: “Deseo presentar en esta Eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida (…) Le presento, además, a unos cubanos que han confundido la Patria con un partido, la Nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”.
Un año después, monseñor Meurice declaró: “Mientras el pueblo sufra alguna injusticia o limitación, por pequeña que sea, la Iglesia debe hacer de esas necesidades y dolores de su pueblo un punto cardinal del contenido de sus relaciones con el Estado. De lo contrario, la Iglesia solo reclamaría lo que pudiera ser considerado como sus derechos institucionales o concernientes a su vida interna, pero, para los seguidores de Jesucristo, estas demandas nunca pueden estar separadas de los derechos de la gente”.
Hace nueve años, el 6/7/2001, Juan Pablo II les dijo a los obispos de Cuba en visita ‘ad limina’: “Me complace saber que desde entonces han mejorado algunas cosas de particular valor para Ustedes como son, por ejemplo, la recuperación de la fiesta de la Navidad, la posibilidad de realizar algunas procesiones -que forman parte de la rica piedad popular-, una mayor participación de los católicos en la vida del País (…) Hay, sin embargo, otros aspectos que aún no han obtenido un resultado satisfactorio (…) quiero recordar que el hombre ha sido creado libre y, al defender esa libertad, la Iglesia lo hace en nombre de Jesús, que vino a liberar la persona de toda clase de opresión (…) Cuando Ustedes, como Obispos católicos de Cuba, reclaman justicia, libertad o mayor solidaridad, no pretenden desafiar a nadie, sino que cumplen su misión (…)”. Continúa.
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