Experiencias
Crónicas de un viajero
- Jaime Figueroa Navarro
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Si los gringos chorrearon al desierto de Nevada, donde solo había cascabeles y escorpiones, dotándole con el mayor centro de convenciones y juegos de azar del universo, con más de 40 millones de visitantes anuales, aquí, con empeño y afecto, podemos germinar otro Cathay del siglo XXI.
Lo que le hace falta a nuestro turismo es imaginación en un sitio que ya lo tiene todo, donde la creatividad le puede convertir en un magneto obligatorio de visita. Foto: Archivo.
El multifacético monje Gilbert Chabot era uno de esos mentores que educaban con el ejemplo.
Descendiente de pudiente familia le venían a retirar del campus de preparatoria en Worcester, sin falta a la hora de siempre, los viernes en la tarde en un suntuoso Cadillac negro.
Amante de la buena comida, de seguro iría rumbo a Marliave, restaurante tradicional Bostoniano, a degustar las ostras antes del banquete inaugural de fin de semana.
Las notas del órgano emanaban de sus gruesas manos, sinfonía de cánticos religiosos ancestrales, invitando, casi obligados, a la cadencia de sus aleluyas durante la misa dominical.
El padre Gilbert, más que nuestro profesor de latín, era un cronista empedernido que se nos iba por allí, por los caminos de Montpelier, su catedral de Saint-Pierre datando de 1364 o las rocas de Stonehenge en el Reino Unido y su mítico significado.
Ello nos convidaba a buscar con ahínco la próxima clase.
¡Quién sabe qué cuento nos tenia preparado este sonriente y bien cebado pedagogo!
Tenor, a tu música.
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Aunque nada tenia que ver su diario paisajismo por diversas latitudes con el aprendizaje del latín, la primera lectura obligatoria del curso del otoño de 1968, fue el Libro de las Maravillas del Mundo de Marco Polo, narrado por el trotamundos viajero en 1298 a un compañero de celda, uno de los textos más visionarios de la época.
A través de la obra, se abren los ojos a Europa sobre la existencia de otra parte fascinante del mundo, la fascinante y exótica China (Cathay), adornada con destellos de Siam (Tailandia), Cipango (Japón), Java, Cochinchina (Vietnam), Ceilán (Sri Lanka), Tíbet, India y Birmania (Myanmar).
Más que latín este texto invitaba a la lectura de la próxima página, una introducción a la filosofía, el porqué somos y hacia dónde vamos.
Y allí nacía y moría el sueño de sus lectores porque en tiempos aquellos no existían aeropuertos ni 747's.
Gracias, padre Gilbert, por inocularnos esa vacuna de curiosidad en tiempos de patillas gruesas, 'bell bottoms' y los Beatles.
Rebobinemos el cassette. Panamá 2019.
Frente a nosotros la gestión de una playa capitalina, plena, frente a la Cinta Costera, tal cual Copacabana e Ipanema frente a la bahía de Guanabara en Rio de Janeiro.
Grandes ciudades con magnánimas playas nacen o se crean según el gusto del trazador.
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Sin duda alguna un enorme atractivo a la tercera ciudad con el mayor número de rascacielos del continente americano.
Esa es cereza sobre la crema de mi próxima obra, en la lengua de Shakespeare, Small is Beautiful, una invitación a saborear Panamá donde un Marco Polo del siglo XXI, exalta a conocer el resurgimiento del istmo, con varita mágica en mano.
Un Panamá diferente, reconstruido, donde el viajero recorre sobre carretas la ciudadela de Panamá La Vieja, primera ciudad del Pacífico de las Américas, cenando en un galeón permanentemente a sus orillas, reviviendo el medievo tropical de la urbe más importante de la colonia española.
Ruinas no, pocos desean verlas.
Lo que se busca, tal cual el baño de mar sobre la Cinta Costera, es la vivencia hace 5 siglos del ombligo de la Ruta del Oro, iniciando el sendero sobre el Puente del Rey, a través del Camino Real, hacia Portobelo.
¡Que forma de aplaudir sus cinco siglos!
Trazando lo que ya tenemos nos convierte, sin necesidad de Disneytizar, en un atractivo único.
Pechito Parao en Darién, desde cuya cima el adelantado Balboa visualiza el Mar del Sur, se convierte entonces en el Macchu Picchu tropical.
Nuestro Camino de Santiago, la Ruta del Oro, San Pedro de Taboga, el Tahití de Gauguin.
¡Y por ahí nos vamos!
Lo que le hace falta a nuestro turismo es imaginación en un sitio que ya lo tiene todo, donde la creatividad le puede convertir en un magneto obligatorio de visita.
Si los gringos chorrearon al desierto de Nevada, donde solo había cascabeles y escorpiones, dotándole con el mayor centro de convenciones y juegos de azar del universo, con más de 40 millones de visitantes anuales, aquí, con empeño y afecto, podemos germinar otro Cathay del siglo XXI.
Líder empresarial.
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