Epicentro
Sobre la crónica de un enfermo de la COVID-19
... con una valentía que solo se da en el filo cercano de la agonía, llamando a su esposa para despedirse, para decir adiós a la vida misma que ya se apagaba en él.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 17/11/2020 - 12:00 am
Después, dejó en manos de Dios su destino y, como él mismo relata con los ojos cuajados de lágrimas, algo profundo y espiritual sucedió. Foto: EFE.
De todo y de todos puede uno aprender en la vida; y siempre suelo decirle a mis hijos que procuren hacerlo, o tendrán que aprender, eventualmente, del maestro dolor o del frustrante ensayo y error.
Ante la perspectiva posible y real de sumarse a las víctimas de este virus letal, vale la pena sentarse a escuchar testimonios de aquellos que han sufrido ya sus secuelas más trágicas, para extremar por lo menos esas medidas de prevención que, ya de por sí, nos parecen exageradas.
Esa terrible enfermedad parece un crupier de casino, parado de manera sombría y siniestra en el borde pulido de una mesa de juego en la que se colocan apuestas, solo que, en este caso, el premio es la vida y lo que está en juego es el azar de la muerte.
En esa ruleta nadie pretende apostar; pero el trágico porcentaje de 2% de letalidad es mucho más que real y ya le ha tocado su suerte a más de un millón de personas.
De primera mano pude escuchar el triste relato de un conocido que, a raíz del contagio, pasó en solo unos días de ser un hombre sano a estar arrastrando su aliento en el umbral de la muerte. Todo comenzó con solo un ligero dolor de garganta, pero la persistencia del mismo, y algo en la forma en que esa molestia se manifestara, lo hicieron pensar que no se trataba de un simple resfriado.
Persistió en su trabajo aquella mañana, pero a la hora de almuerzo sintió la pérdida repentina del gusto. Advirtió a sus compañeros sobre sus síntomas y responsablemente partió de inmediato a hacerse la prueba de sangre, que curiosamente salió negativa.
Sin embargo, una intuición le advertía que no se encontraba ya bien. En casa se aisló y evitó el contacto con su familia.
Más tarde, ese mismo día, sintió una especie de combustión interna, un calor infernal por dentro del cuerpo que, sin embargo, no registraba el termómetro como una fiebre. Pero el cuerpo es como un fino motor y sabe muy bien cuando algo anda mal.
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Al día siguiente, con fuertes temblores y fiebre, ya comenzó a faltarle el aliento y prefirió partir a la clínica, con ayuda de su esposa.
En la clínica se desató una conmoción interna del cuerpo. Su capacidad pulmonar cayó a un 25% y sufrió de un desmayo en medio de la atención; sin esperar la ambulancia, lo llevaron precipitadamente a la sala de urgencia de un hospital cercano y allí, al segundo día de haberse manifestado ya la enfermedad, su salud colapsó de manera muy grave, con fiebres suprimidas a punta de fuertes medicamentos y oxígeno insuflado a pura fuerza de máquina para expandir sus pulmones hinchados.
Su deterioro fue tan delicado y brutal que, como él mismo relata con ese tono impasible de quien dejó atrás la tragedia, nació otra vez. Sus médicos de cabecera tomaron la decisión de que, si no mejoraba en el transcurso de las próximas veinticuatro horas, sería internado en cuidados intensivos.
Aislado como estaba en ese momento, no se podía siquiera comunicar con los suyos; pero el mismo galeno que lo atendía, haciendo una humana lectura de la desesperación del paciente, le prestó su propio celular y le advirtió que la situación era muy grave y que mejor llamara a su familia.
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Así lo hizo, con una valentía que solo se da en el filo cercano de la agonía, llamando a su esposa para despedirse, para decir adiós a la vida misma que ya se apagaba en él.
Después, dejó en manos de Dios su destino y, como él mismo relata con los ojos cuajados de lágrimas, algo profundo y espiritual sucedió.
En menos de veinticuatro horas su condición se estabilizó y comenzó ese peregrinaje muy lento de recuperación.
Regresó a su trabajo luego de su convalecencia, siendo maestro de una lección de vida que solo se puede aprender en la cercanía de la muerte.
Abogado.
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