Mensaje
El corazón de Dios, la misericordia
Humillado, calumniado, torturado, llevado a la muerte y de manera pública, todo eso lo sufrió, lo soportó, lo aguantó por nosotros.
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Humillado, calumniado, torturado, llevado a la muerte y de manera pública, todo eso lo sufrió, lo soportó, lo aguantó por nosotros.
Nuestro Dios es el eterno compasivo, amoroso, generoso, paciente, y por eso se dio la encarnación. Se hizo hombre Jesús por amor, por misericordia, para llevarnos a Dios. Foto: Archivo.
He aquí el núcleo fundamental del Evangelio, la misericordia. No podemos entender la muerte de Cristo como sacrificio supremo, como expresión de entrega total, de holocausto radical, sin la misericordia.
Jesús muere por amor, para rescatarnos del pecado y de la muerte eterna, pagando el precio del rescate, inmolándose en el altar del sacrificio que es la cruz. Fue un darse todo hasta la última gota de sangre, despojado de su fama, discípulos, ropa, derecho a un juicio justo y de su propia vida; “despreciado, varón de dolores, llevado al matadero, como cordero inmolado, irreconocible el rostro, cargando con nuestros pecados”, como dice Isaías describiendo al mesías.
Y todo esto porque sintió infinita compasión por nosotros, que “andábamos como ovejas sin pastor”, desolados, camino al abismo. Ese dolor inmenso, absoluto, que experimentó por nosotros lo llevó a sacrificarse de la manera más espantosa posible.
Humillado, calumniado, torturado, llevado a la muerte y de manera pública, todo eso lo sufrió, lo soportó, lo aguantó por nosotros.
Nuestro Dios es el eterno compasivo, amoroso, generoso, paciente, y por eso se dio la encarnación. Se hizo hombre Jesús por amor, por misericordia, para llevarnos a Dios. San Juan de la Cruz diría, para “hacernos Dios por participación”, sin dejar nuestra condición humana.
La encarnación fue un acto de misericordia infinita. Se identificó con nosotros en todo menos en el pecado. Por eso creció como cualquier ser humano, y tuvo que aprender a caminar, hablar, leer, rezar, trabajar, sujeto a sus padres en obediencia.
Se cansaba, tuvo miedos, angustias, aprendió a discernir, a analizar las cosas, porque era Dios, pero como hombre estaba sujeto a todas las leyes humanas de crecimiento. Y todo esto en el marco de la eterna misericordia por nosotros.
Por eso, cuando predicaba, proclamó la impresionante parábola del “hijo pródigo”, también llamada del “Padre misericordioso”, donde revela algo en extremo profundo del corazón de Dios: que es el eternamente misericordioso.
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En esa parábola se ve hasta dónde puede llegar un ser humano en su degradación: malgastar toda la fortuna trabajada por años, por generaciones, con lo que implica de sacrificios y desvelos, derrochándola viviendo como un libertino.
Sin conciencia de nada, con amigotes de ocasión, en fiestas continuas y en acciones vergonzosas. Ese muchacho afectó notablemente el patrimonio familiar que el papá había repartido para ambos hijos.
Supuestamente, él iba con su trabajo e inversiones a multiplicarlo. Y se quedó sin nada. Y el joven vuelve arrepentido y recibe de su padre el perdón total, se le devuelve su derecho a ser heredero y se prepara una gran fiesta, “porque este hijo mío estaba perdido y ha sido recuperado”.
El evangelio del Señor es el de la misericordia divina.
Monseñor.
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