Coqui Calderón, una vida de pintora
Publicado 2001/06/30 23:00:00
- San José
Ex Vicepresidente de la República
Coqui Calderón ha vivido y sufrido como persona. Lo sé porque hemos sido como hermanos, desde nuestra niñez en la vieja casona de la Avenida A no. 9, bajo el gobierno de nuestra abuela. Marie Cristine y Vanessa son los nombres de su vida y de su sufrimiento, como también son los de su marido. Bajo su serenidad, Coqui es una mujer fuerte, que persigue sus ideales con trabajo y tesón, en lo familiar y artístico. La quiero y admiro por ser quien es.
La pintora Teresa Icaza dice de ella con razón: "fue la primera mujer panameña que fue artista...abrió caminos". Le costó mucho, porque el medio social era más machista que ahora y además presuponía que por su belleza y abolengo viviría como lujosa inutilidad. Pero nació en un familia-tribu donde se leía a Rubén Darío, quien le había dedicado un poema a la tía Carmencita: "Las hadas, las bellas hadas, existen, mi dulce niña. Juana de Arco las vio aladas en la campiña...", y donde la figura tutelar era el tío abuelo Salvador Calderón, profesor y escritor, quien inventó la leyenda de Anayansi, la de Balboa, y fue negociador de Sandino y adversario de los dictadores "liberales" Zelaya y Somoza. La familia nos legó un sentido de que la cultura y la política eran formas superiores de vida.
La exposición retrospectiva "El caminar de Coqui Calderón" es un estupendo resumen de cuarenta años de vida de pintora. Desde su primera exhibición en Panamá en 1960, que impresionó al pintor Antonio Alvarado, y la de Munich en 1961, Coqui no sólo ha producido arte ininterrumpidamente, sino que lo ha vivido. Gracias al excelente trabajo de la Dra. Angela de Picardi, como historiadora de arte y curadora, de Carmen Alemán, como co-curadora, y de Emilio Torres, como escenógrafo, podemos apreciar una selección de sus obras realizada con pleno conocimiento y gusto certero y acompañada de un catálogo de gran calidad que contiene el mejor estudio de su pintura por la misma Doctora.
Visité la exposición de la Casa Góngora, donde se presentan sus pinturas sobre la protesta civilista y el cortejo fúnebre del Dr. Arnulfo Arias del aeropuerto a la Catedral. Luego recorrí la exposición principal del Museo de Arte Contemporáneo. Visitaré pronto la Galería Arte Consult, que desde el 6 de julio presentará sus últimas pinturas. Me emocionó evocar interiormente "pedazos de la vida, envueltos en jirones de amor y de dolor", a propósito de muchas de las pinturas, que vi por primera vez recién salidas de la mente y las manos de la pintora en circunstancias que a veces compartí.
Mi primera impresión global fue: sabía que Coqui era una buena pintora, pero no sabía que era tan buena pintora. La Dra. de Picardi distingue varias fases en su producción: la de experimentación, de 1960 a 1962, durante la cual estudió en París, cuando ambos vivimos en el 31 Boulevard Raspail; la fase abstracta, de 1962 a 1965, y una de transición, de1965 a 1967, durante las cuales vivió en Nueva York; la fase cinética, de 1967 a 1979, durante la cual regresó a vivir en Panamá, se casó con Jean Claude Augrain (quien ha respetado y apoyado su actividad como pintora), tuvo sus dos hijas y contribuyó a fortalecer el Museo Panameño de Arte con Graciela de Eleta y a promover el Taller de Gráfica del MAC con la pintora Alicia Viteri; la fase de transcendencia lírica, de 1980 a 1984; la "Protesta 84", que marca el comienzo de sus obras de protesta política; la fase del color, la luz y la vida, de 1985 a 1987, y la de "Vientos de Furia", de 1987 a 1989, "uno de los momentos magistrales de su pintura" según la autora del catálogo, cuando vivió en Miami; y la fase de la simbólica naturaleza, de 1990 hasta ahora, ya de regreso a vivir en Panamá.
Me impresionó que las mejores obras de cada fase no se revelaran anecdóticas. No tuvieron un atractivo pasajero por la novedad de su temática o técnica en la trayectoria del artista, pero posteriormente no habrían resistido la prueba del tiempo. Por lo contrario, mantienen su atractivo de belleza y de arte como en su primer día. Me impresionó, además, que su creatividad no se agotara. Sigue renovándose, explorando nuevas dimensiones y nuevos procedimientos. No le ha sucedido, como a otros pintores, que a partir de sus éxitos se copian a ellos mismos y su obra se deteriora.
Identifico en Coqui diversas líneas de evolución, a la vez de continuidad y de renovación. Una primera línea es la del sentido de movilidad. Comenzó con una pintura estática, que predomina en la fase de experimentación, por ejemplo la figura humana inmóvil en el "Adolescente en azul" y una naturaleza muerte inmóvil en el "Jarrón de Cristal". Mas no es una inmovilidad pesada, sino más bien frágil. En una pintura, el "Paisaje Invernal" de 1962, la inmovilidad es de una delicadeza oriental. A través de la fase cinética, en la cual las partes del cuerpo se organizan en movimientos geométricos, llega al paroxismo del movimiento en "Vientos de Furia", sus extraordinarias pinturas de los pañuelos blancos del civilismo, en las cuales el movimiento absorbe a la figura humana y se hace puro camino hacia un horizonte indefinido. La evolución prosigue, cuando el movimiento adquiere su significación de la figura humana, pero ésta es ella misma sólo en la medida en que está en movimiento. De este modo el movimiento se integra al ser humano y se humaniza en la pintura de Coqui.
Otra línea de evolución tiene que ver con la figura humana. Presentes en las pinturas de la fase de experimentación, estas figuras como "las escenas impresionistas se transforman en composiciones abstractas", tal que lo comentó el Suddeutsche Zeitung en 1962. En la fase cinética reaparece la figura humana, pero no la integral, sino más bien sus componentes -caras, manos, brazos, nalgas, repetidos y ordenados como en colección de objetos separados y geométricamente ubicados, que son y no son humanos a la vez-. En "Vientos de Furia" el sujeto es humano, pero no la persona, sino la multitud, sin cara ni cuerpo específicos, otra forma de abstracción. La fase actual abarca tanto la naturaleza cósmica como la humana. "La interrelación, destaca la Dra. de Piccardi, entre las figuras humanas -aún su motivo central- y el paisaje se define ahora en estructuras geométricas", que se integran a su lenguaje pictórico esencial.
La figura humana que predomina es evidentemente la figura femenina o más bien su arquetipo, en representación de toda la humanidad (¿si "hombre" puede abarcar a todos los seres humanos, por qué no "mujer?"). En la última fase pasa de la mujer gritando su angustia y su dolor a la mujer reconciliada con la vida y con la naturaleza cósmica, que bien puede inspirar la figura de la "Diosa a rayas", incluso la figura de "El ángel, el camino", o puede constituir la figura de la "Ninfa Lunática" del 2000. En estas pinturas más recientes la figura humana que prevalece no es la individual que se ensimisma, sino la genérica en comunidad con sus semejantes, y es la figura reintegrada en su unidad, que supera su resolución en formas geométricas, en partes componentes y en una multitud en movimiento.
El humanismo que revela la pintura de Coqui no es cándido ni tradicional, pues ha pasado por la prueba de la reflexión crítica y de los retos de la modernidad. Así, por ejemplo, a propósito de la pintura "Julio 67", la obra que le valió el primer premio en el XIII Certamen Nacional de Pintura de El Salvador, otorgado por un jurado que incluía a la crítica Marta Traba y al gran pintor Guayasamín, nos dice la Dra. Picardi: "Es una composición que va más allá de un estudio óptico. Gracias a los motivos y a los colores queda señalada irreverentemente la preocupación filosófica del artista de formación humanística que percibe aún no claramente una sociedad de ritmos frenéticos atrapada por fuerzas mayores que comienzan a frenar la libertad individual y a hacer del hombre una masa sin visión o sentido de persona". Su manera personal de asumir algunas de las lecciones del "op art" nos aseguran que su humanismo abarca incluso preocupaciones post-modernas.
Junto con esta evolución hacia una movimiento humanizado y hacia un humanismo integral, la pintura de Coqui Calderón evoluciona hacia una interrelación de la interioridad con la naturaleza. Las primeras pinturas de la fase de experimentación se atienen al mundo de las imágenes, pero las envuelven en una interioridad que se insinúa sin manifestarse expresamente. Por la abstracción, la pintora penetra hasta la estructura, lo que requiere su esfuerzo correlativo por entrar en su propio interior para poder expresarlo. Alicia Viteri tiene razón cuando califica la obra de Coqui como "una obra estructurada, de gran calidad y armonía, sustentada en dos pilares fundamentales: el color y la composición". Y el pintor Manuel Chong Neto reconoce que "hace mucho tiempo quedé embelesado con unos abstractos al óleo de una factura impecable, en los que el negro, el ocre, las tierras y verdes agrisados daban lugar a composiciones bien balanceadas y de enorme fuerza". La estructuración así como el equilibrio, que son características de la pintura de Coqui, requieren una interioridad espiritual. Los sentidos que se desparraman hacia la exterioridad no dan ni la una ni el otro.
"Protesta 84" y "Vientos de Furia" nos revelan la interioridad de valores que confrontan un régimen de exterioridad opresiva y, además, que desatan una emotividad volcánica capaz de abrirse camino a pesar de la prepotencia exterior. En la fase del color, la luz y la vida y en la actual, la interioridad que Coqui ha descubierto en ella pone en perspectiva a la naturaleza, tanto la humana como la cósmica de frutas, tierra y árboles. Las pinturas "Siembras" y "Vasija china con frutas" de 1991 son pinturas de esta naturaleza, compenetradas de interioridad, pues tales enfoques de la misma sólo los puede tener quien la mira desde una subjetividad espiritual. La "gravitas" de esos cuadros proviene de adentro. Y las pinturas de los ¡ngeles y las Diosas, a partir de 1994-5, y la de "Mágica Manta" de 1998, nos muestran, a diferencia de los pequeños cuadros del inicio, como la cara del "Cristo" del año 1960 y el "Crucifijo", no una religiosidad puntual, sino una religiosidad abarcadora, que desde la naturaleza humana apunta hacia el misterio que la envuelve.
Los franceses destacan el "metier" u oficio de la persona, que es al mismo tiempo su disciplina y su compromiso, tal que lo tiene el artesano que funde su vida y su oficio. Su exposición retrospectiva demuestra que Coqui Calderón es, con su "metier", una excelente artista-artesana. Gracias a su vida de persona y de pintora los demás somos más humanos. Se lo agradecemos. (ariyan@sinfo.net). (Exposición en Casa Góngora y en Museo de Arte Contemporáneo hasta el 21 de julio; en Galería Arte Consult hasta el 6 de agosto).
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