Consideraciones sobre el Celibato
- Carlos Felipe Landau R.
La infidelidad y posterior apostasía del Padre Alberto Cutié ha servido para poner el celibato de moda. Pero llama la atención que se emiten comentarios que reflejan un total desconocimiento sobre su origen, así como de sus motivaciones bíblicas y espirituales. Para el enriquecimiento de la cultura religiosa, considero oportuno compartir los siguientes conceptos.
Celibato y castidad no son sinónimos. El celibato es el estado de vida de quien renuncia al matrimonio para dedicarse enteramente a la vida y actividad religiosa; mientras que la castidad es la virtud que consiste en el dominio y ordenación del apetito sexual, respetando la finalidad del sexo y haciendo que se ejercite sin menoscabar el amor a Dios.
El celibato lo guarda quien voluntariamente se compromete a vivirlo. De guardar la castidad no está exento ningún cristiano, ya sea casado o soltero, y naturalmente tampoco los que han hecho voto de celibato.
El celibato no resta mérito al matrimonio, ni implica que el sexo sea algo malo. Tanto el matrimonio como el sacerdocio célibe son vocaciones diferentes de vida y ambos requieren un compromiso total.
El celibato es una norma disciplinaria de la Iglesia, y no un dogma o doctrina. Se trata de una ley o requisito que se considera adecuado y que se aplica a los sacerdotes “de rito Romano”. En el caso de los católicos “de ritos orientales”, los sacerdotes pueden ser casados, mas no así los obispos.
Es interesante que los obispos de diócesis católicas de rito oriental informan que el sacerdocio casado, por más meritorio que sea, no es una solución a la falta de disponibilidad de presencia del clero; ni tampoco hace que aumenten las vocaciones. Se cumple la sentencia de San Pablo: “El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido”. (1 Corintios 7,32-34).
El celibato sacerdotal tiene su origen en Jesucristo; quien fue célibe para poder dedicarse plenamente y en todo momento a cumplir con su misión. “El sacerdote es célibe porque Cristo, sumo pontífice y sacerdote eterno, fue célibe y el sacerdocio ministerial en la Iglesia es participación del sacerdocio de Cristo”. (M. Del Río- USMA).
Jesús invitó a la continencia perfecta a los que quieran consagrarse exclusivamente al Reino de los cielos: “y hay eunucos (célibes) que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos". (Mateo 19, 12).
Desde los primeros años del cristianismo, miles de hombres y mujeres consagrados han elegido este estado de vida. Ejemplo de esto es San Pablo, quien, respetando la opción de cada uno, comenta sobre su propia elección: “Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo”. (1 Corintios 7, 7-8).
El celibato es un compromiso que requiere el sello de una verdadera vocación (don de Dios) y una voluntad decidida a dejarse potenciar por la gracia de Dios: “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible”. (Mateo 19,26).
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