Personaje
Conmemorando el natalicio de Arnulfo Arias Madrid
Arnulfo Arias fue comisionado muchas veces como embajador especial fuera de los territorios donde fuera designado. Fue delegado ante la antigua Liga de las Naciones, en Ginebra. Recibió, inclusive, la honrosa Legión de Honor de Francia, lo cual muy pocos saben. Fue tres veces presidente de la República de Panamá
- Arnulfo Arias O./[email protected]/
- - Actualizado: 23/8/2018 - 10:53 am
Arnulfo Arias junto a su hijo Gerardo en 1931. Foto Cortesía, Familia Arias.
“(…) nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo. Mateo, 11:26
En esta ocasión, prefiero hacer distancia de ese, su epitafio, que nos hace recordarlo solamente como “servidor de la nación panameña”.
Porque si lo entendiéramos más, podríamos también entrar mejor en una comprensión más plena de su grandeza como ser humano.
El 15 de agosto, fecha en la que se conmemora el natalicio de ese gran panameño, se pasa por alto el hecho muy sencillo de que fue también un hombre, que creó un hogar, que tuvo una primera esposa, de la que enviudó, y que un hijo único lo acompañó en los momentos más dramáticos de su vivir político.
Así, quiero recordar al hijo, Gerardo Arias Linares que, por cosas del destino, murió precisamente el día del natalicio de su padre.
Por esa razón, especialmente, no puedo dejar que la ceniza seca del sepulcro silencioso deje de contar lo que nosotros, los que aquí quedamos, podemos bien reivindicar como parte de la historia de quien fuera Arnulfo Arias Madrid.
Que Arnulfo naciera en un hogar humilde y campesino, a principios del siglo pasado, es un hecho conocido ya a la saciedad; pero lo que no se sabe es lo que más me importa, lo que es más trascendental, lo que lo apega, como ser humano, a nuestras realidades.
Aún me causa gran admiración considerar el hecho de que en una misma cuna, en un hogar humilde, se criaran dos hermanos, cuyas raíces se hicieron tan extensas, fuertes y profundas en este, nuestro propio suelo, en esta patria que quisieron ellos tanto.
¿Qué semilla se plantó en el corazón de esos humildes niños, que los llevó a romper barreras insondables, a cruzar los mares e irse lejos en búsqueda de educación y, sobre todo, a volver a su terruño, cuando bien pudieron hacer otros destinos en fronteras en las que vinieron a nutrirse de su profesión?
Harmodio, de Penonomé a la Universidad de Cambridge y Arnulfo, hasta la Universidad de Harvard.
Sin duda, la respuesta está en su madre, Carmen Madrid de Arias, de quien mi padre se expresara así: “aunque su rostro irradiaba sosiego, me aseguran que tenía un carácter fuerte que contribuyó al mantenimiento de su hogar. Era hacendosa y, cuando tenía sus hijos chicos, suplía necesidades horneando pan y dulces, porque la finca de mi abuelo, Antonio Arias, en Río Grande, escasamente daba para sostener esa familia”.
Los primeros recuerdos de Gerardo Arias Linares, lo remontaban siempre, según me contaba, al primer hogar compuesto por sus padres, Arnulfo y Ana Matilde; allá cuando corría el año de 1934.
Una casa situada en lo que era entonces un suburbio de nuestra capital, en el Barrio de Bella Vista, en la Calle Venezuela, que apenas si mostraba unas cuarenta casas, distanciadas entre sí.
VEA TAMBIÉN: Un plan económico para salvar la Zona Libre de Colón
Desde allí, como el chalet de piedra se empotraba en la colina, y no existían las altas construcciones que hoy en día existen, divisaba el mar en toda su extensión y la escuadra norteamericana del Pacífico, anclada a un par de millas de nuestra bahía, según solía recordar.
Hacía memoria de su padre, en ese entonces, como un hombre esbelto, de pocas palabras, siempre bien vestido, que asomaba bajo el saco algún revolver, necesaria precaución después del atentado que sufriera en la ciudad de Colón; y de su madre Ana Matilde en ese tiempo, guardaría memorias más evocativas de cariño maternal, aunque distinguida, enérgica y ocupada siempre en el jardín pequeño de esa casa.
Gerardo fue el mudo testigo de los cambios que operaron en la vida familiar, y sigue el curso del destino que llevaría a Arnulfo a ser nombrado Embajador ante los gobiernos de Gran Bretaña, Francia e Italia, en el año de 1936.
Allí, a sus escasos 6 años, vivió en la casa que alquilaron, por un tiempo, como sede transitoria para la embajada, ubicada a pocas cuadras de Regent Park en Londres y recordaba que, para la coronación de Jorge Sexto, su padre tuvo que asistir con lo que le parecía un atuendo muy extraño, pero elegantísimo, que exigía la ceremonia y protocolo, que tuvo lugar un 12 de mayo de 1937.
De allí pasan a París, Francia, donde se establece ya, de manera más formal, la sede diplomática de Panamá.
De esa sede, ubicada en lo alto de un edificio, recordaba en medio de su ingenuidad infantil a “un mayordomo que cojeaba al caminar, de quien aprendí mi primeros vocablos en francés y quien me entretenía contándome sus heroicas hazañas de la guerra del 14”.
En esa sede, según nos contaba, se atendía a cuanto panameño visitara, pero en especial recordaría a aquellos que más hacían impacto en su memoria, como Bernardino González Ruiz, que estudiaba en ese entonces en la Universidad de la Sorbona, o doña María Ossa de Amador, quien le regaló una sortija de oro cuando cumplió sus 8 años; sus primos Roberto (Tito Arias), Harmodito y Rosario Arias, hijos del Dr. Harmodio Arias; Don José (Pepe) Ehrman, Primer Secretario y único funcionario de la sede diplomática.
Arnulfo Arias, por su estrecha amistad con el presidente de ese entonces, el Dr. Juan Demóstenes Arosemena, era comisionado muchas veces como embajador especial fuera de los territorios donde fuera designado; y así, tuvo el privilegio y el honor de conocer muchas figuras de la vida cultural y pública del Viejo Mundo.
VEA TAMBIÉN: ¿Será oportuna la relación con China para el agro?
Fue delegado ante la antigua Liga de las Naciones, en Ginebra, y asistió a varias conferencias, seminarios y congresos, que marcarían el pensamiento que luego se traduce en todas sus gestiones como mandatario en nuestra propia patria.
Recibió, inclusive, la honrosa Legión de Honor de Francia, lo cual muy pocos saben.
Esos tiempos nos evocan a un preclaro médico de Panamá, iniciándose en la cultura y acogiendo gratamente, como embajador, la vida social de aquella Europa.
Lo describiría, en su apariencia de ese entonces y así como lo vio mi padre, con una cabellera ondulada, frente alta, nariz mediana, poco afilada pero corva, tez trigueña clara y sonrosada, de ojos pequeños, penetrantes y mirada retadora.
Más de una vez lo vio salir de la embajada luciendo trajes muy oscuros y formales, blandiendo un bastón de ébano de los antiguos y tocado con un fino sombrero, intencionalmente reclinado a la derecha.
Aunque en su porte mediría algo menos de cinco pies con nueve pulgadas, parecía más alto, por andar erguido como lanza, costumbre que supo conservar, y hasta exigir en otros de los más cercanos, hasta el final de vida octogenaria.
Allí, en esa vida parisiense, frecuentó personas de la talla de Jean Renoir, Maurice Chevalilier y Josephine Baker, llevado de la mano nada menos que por nuestro pugilista histórico “Panama Al Brown”, muy popular entre los medios parisienses de ese entonces.
La estancia diplomática de la familia Arias en Europa marcaría por siempre, sin duda, el pensamiento político de Arnulfo Arias, quien ya sonaba, como abanderado del Partido Nacional Revolucionario, para las elecciones de 1940, con tan solo 39 años de edad.
Regresan, pues, a Panamá, a fines del año de 1939, para meterse de lleno en el periodo electoral, en ese entonces corto, pero contundente, como sin duda debe ser.
El viaje de Londres a Nueva York, recordaba mi padre, lo efectuaron en un vuelo transatlántico de la PANAMERICAN, que en ese entonces tenía solo unos meses ofreciendo ese servicio.
Arnulfo y Ana Matilde aprovechan su estadía en Nueva York para asistir a la Feria Mundial.
De allá se trae un hermoso auto Lincoln modelo continental, color verde, impulsado por un poderoso motor de 12 cilindros, que causó furor en nuestra pequeña capital; así como un “moderno radio de pilas”, que era sensación en ese entonces, con su bajo peso de solo 20 lbs; y, finalmente, dos perros pastores alemanes que, según dirían, le fueron obsequiados por el mismo Hiltler, lo que por supuesto fue solo uno de esos mitos legendarios de la vida de Arnulfo.
Habiéndose hecho este relato muy extenso, me tocará en otra ocasión brindar las pinceladas de un Arnulfo Arias como esposo y como padre; una faceta que fue oculta por la historia y sepultada por la envidia depravada y la ambición sin límites de muchos que, como víboras muy despreciables, se arrastraron para estar más cerca de él, y no descansarían jamás en la tarea de tratar de cercenar del corazón la raíz propia del amor paterno.
Pero, en palabras de William Cullen Bryant, “la verdad, aunque aplastada contra el suelo, renacerá otra vez”.
Abogado.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.