Etnia Negra
Congo, tradición fascinante
- Dayana Rivas opinion@epasa.com
Sé muy bien que el congo no es toda la cultura colonense. Es un elemento más, pero no cualquier pieza. En ese juego se dramatiza de manera colorida y rítmica una parte de la historia que todo colonense debe conocer y saber contar a quien no la conoce.

Las expresiones rituales y festivas de la cultura congo de Panamá fueron inscritas en la lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. Foto: Archivo.
“Me toca buscar el disfraz de la etnia negra para mi hijo”, se escucha a menudo durante estos días que celebramos el Mes de la Etnia Negra.
Yo siempre trato de dejar claro que yo no me disfrazo, yo soy.
Aunque no tengo la piel negra, tuve la dicha de ser criada en un sector donde reina el legado de la gente que una vez fue sacada de África.
Sí, porque ya sean afroantillanos o afrocoloniales, todos venimos de la misma raíz, África.
Entonces, lo recalco, soy una chola criada como negra, que como arroz con coco cualquier día, desayuno pan chombo y, por mucho tiempo, pude merendar torrejitas de bacalao en cualquier momento.
La comida y los vestidos es lo que menos me preocupa hoy.
Esos son placeres que uno busca satisfacer con frecuencia.
Durante estos días que tanto se habla del orgullo de ser negros, mis oídos reviven el hermoso sonido que surge de los cascabeles colgados en los vestidos de los diablos congos.
Lo tengo presente en mi mente desde muy niña, porque afortunadamente en mi barrio se convocaban unos juegos de diablos maravillosos.
En enero se iniciaba la fiesta.
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Se levantaba la bandera del Carnaval y ya yo sabía que pronto me tocaba convencer a alguna amiguita para que me acompañara a verlos.
Esas figuras imponentes, negras, rojas o mixtas, siempre bajo esos tonos estrictamente, con sus pantorrillas llenas de cascabeles y sus caras cubiertas con unas máscaras demoniacas.
Cada pieza en su lugar formaban una verdadera obra de arte para mis ojos.
Pero lo más extasiante para mí, eran sus danzas, la forma en que movían sus cuerpos y su rostros.
Nadie lo hacía mejor que el gran diablo mayor, rango ganado por los años dedicados en esta práctica y su capacidad de liderazgo.
Pero hoy, me toca hablar en pasado, con añoranza, deseando revivir todo eso.
Y es que realmente deseo revivir todo eso.
Mi niñez y parte de mi adolescencia fue fabulosa gracias a esas tradiciones tan fascinantes que me hicieron querer aprender más sobre ellas, de dónde vienen, por qué jugamos a pegarnos con un fuete, por qué le hacemos reverencia a una reina vestida de retazos, por qué nos inventamos nuestros propios ángeles y danzamos junto a nuestras princesas.
Una vez pude responder todas esas preguntas, entendí de dónde viene la forma en que fui criada, por qué hoy seguimos luchando por la igualdad e incluso entendí por qué, con todo lo que ha avanzado la sociedad, nos toca seguir sobreviviendo a las injusticias de nuestro sistema.
Gracias a las tradiciones que otros impulsaron encontré mi lugar cuando me tocó salir de mi hogar y tuve que enfrentarme a quien se atrevió a llamarnos “negros, vagos y maleantes”.
¿Quién osa nombrarnos así, sin conocer nuestro sufrimiento pasado y el actual?, me pregunto.
Lo triste es que nos han repetido tantas veces el mismo discurso, que ya hasta nos lo creemos.
En más de una ocasión he visto cómo intentamos desvincularnos de esos.
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En el afán de no ser iguales a lo que ya hay en la provincia he visto opacarse el brillo de nuestra cultura.
Se levantaron prohibiciones bajo el pretexto de que algunas actividades sociales se prestaban para altercados.
Entonces, me pregunto, ¿por qué en lugar de desintegrarnos no buscamos en esos encuentros la oportunidad para traer paz y esperanza?
Cuando veo noticias que reflejan situaciones tan tristes de mi provincia pienso en la necesidad de activar palenques en los barrios.
No todos tienen que bailar ni vestirse de congos y diablos, pero todos podemos aprender más de nuestra raíz y eso nos ayuda a encontrar nuestra identidad y nos guía para saber a dónde debemos ir.
Es que si no sabemos qué somos, no conoceremos qué podremos ser.
Otra cosa que me queda claro es que la existencia de la cultura congo no depende de los reconocimientos de instituciones internacionales.
Ayuda mucho que la Unesco la haya incluido en la lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Pero lo fundamental para que los cascabeles sigan sonando es que nosotros, los colonenses nos adueñemos de verdad de esta tradición, con arrebato, que la vivamos y difundamos como es, explicando a las nuevas generaciones, la historia que generó este hermoso juego y así cimentar respeto hacia cada figura de esta práctica.
Hace poco leí una nota publicada en Revista Mujer sobre la asociación de grupos de diablos que buscan reconocimiento.
Para mí todo intento por resaltar la cultura congo me parece bien, pero es tiempo de volver al origen, a donde convergen todos los personajes en su justo protagonismo y esos lugares son los palenques.
Sé muy bien que el congo no es toda la cultura colonense.
Es un elemento más, pero no cualquier pieza.
En ese juego se dramatiza de manera colorida y rítmica una parte de la historia que todo colonense debe conocer y saber contar a quien no la conoce.
Porque sé de dónde vengo y conozco el valor de la cultura en la que crecí, yo no me disfrazo.
Yo me visto para honrar a mis ancestros y preservar el legado rítmico y festivo que se construyó sobre el dolor.
Periodista
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