Conformismo II
Pero el conformismo nos alimenta, nos resguarda y nos dirige, somos súbditos de un leviatán sin alma que solo busca crecer.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 06/3/2024 - 12:00 am
Me siento debajo de la sombra de un pino, la tierra a mi alrededor vibra llena de vida. En el letargo que me trae el viento, en la somnolencia de la más pura calma, caigo en cuenta, una epifanía se asoma en la lejanía.
En medio de la más primitiva naturaleza, sentado sobre el pasto, las hormigas y los escarabajos, acosado por las moscas y rodeado de abejas y abejorros, me doy cuenta de lo dañina, lo urticante que es esta realidad.
Vivimos llenos de lujos, encadenados a un estilo que nos amolda y que nos domina.
Hemos perdido el propósito, la meta; ese ideal en el que basar nuestras acciones. Nos hemos convertido en un rebaño de intolerantes, pastando las áridas tierras del 1 y el 0. Sin levantar la cabeza, sin exigir la más mínima prueba, sin reclamar nada más que distracciones; eso, eso también es conformismo. El pesado yugo son avasalla, luchar contra algo tan intrínseco en nosotros como el status quo es difícil, pero no imposible, porque somos nosotros los que le damos fuerza al péndulo que rige nuestras vidas.
Pero el conformismo nos alimenta, nos resguarda y nos dirige, somos súbditos de un leviatán sin alma que solo busca crecer. Porque el fin justifica los medios y será la sangre de los inocentes la que expiará los pecados del cordero. Somos gusanos para él, insignificantes y grotescos, nuestro valor nos lo dan números en una pantalla, la cantidad de polvo que podemos patear al aire. Banalidades que nos mantienen ocupados, distracciones de los problemas reales. El rehusarse a trabajar por algo diferente, el aceptar el destino como un condenado a muerte, la mansedumbre carente de espada no es mansedumbre, es cobardía. Eso, eso también es conformismo.
Hasta que no nos quitemos el velo, nos arranquemos la delicada venda que nos arropa los ojos, no seremos capaces de descubrir el brillante mundo de posibilidades que nos rodea. Tratamos al aburrimiento, al desconocimiento y a la duda como toxinas, pero no debe de ser así. Si no nos exigimos, si ponemos nuestros límites dentro de la comodidad de lo conocido, entonces jamás descubriremos nuestro potencial y eso, eso también es conformismo.
Nos hincamos de rodillas, a veces llorando, a veces frustrados, para pedir por una revelación, una ruta, pero si ese camino que aparece frente a nosotros se nos hace muy sinuoso o muy complicado, entonces lo desechamos. ¿Acaso no vemos la hipocresía de nuestros actos, no sentimos la ironía de nuestras acciones?
Somos seres indecisos por naturaleza, pero somos espíritus certeros y eso tiene más valor que el miedo. Hasta que no nos impongamos retos, salgamos fuera del lecho aterciopelado del confort, hasta que no nos pongamos firmes ante las adversidades, no saldremos del maleficio de la resignación y del yugo de la sumisión.
Leer ese libro que tanto nos atrajo, pero que jamás entendimos; estudiar ese tema que nos atrae, salir de las redes y sentir la brisa acariciar nuestra piel; probar, descubrir e investigar son lanzas doradas que atraviesan el conformismo. Cuando salimos del ciclo de lo conocido, rompemos parte del yugo del conformismo y cuando encontramos el bienestar en lo desconocido, somos inmunes ante los avances de los súbditos del Leviatán.
La revolución debe nacer de nuestras propias entrañas, porque nadie más habita nuestro cuerpo. Hallar, por nosotros mismos, la fortaleza para deshacernos de los hábitos estúpidos y pueriles, rejuvenece nuestra psique y hace que nos convirtamos en pensadores, creadores de nuestra propia realidad. Las vanguardias nacen de los que se atreven y los que no serán arrasados por la implacable bestia del olvido.
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