Panamá
Conformismo I
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 27/2/2024 - 12:00 am
Decía Mark Twain que es más sencillo el engañar a una persona que mostrarle que ha sido engañada. Y eso es porque al humano le encanta pegarse a la facilidad, a la simpleza del terreno conocido. Hacemos de esa mentira, por absurda que sea, una parte de nuestra persona. Entonces que a los que intenten arrancarla, desmentirla, cambiarla se convertirán para nosotros en parte del largo ejército enemigo que vive en nuestra cabeza.
Porque el pesado velo que nos colocamos en los ojos, ese que usamos para no ver la obvia mentira que tenemos enfrente, no es para proteger nuestra integridad o nuestra dignidad, tampoco es para defender nuestra moral o nuestros valores, nos lo ponemos, nos uniformamos con él porque así es más fácil, menos complicado; porque así nos hemos acostumbrado a vivir y no tenemos ningunas ganas de encontrar una mejor manera. No es pereza ni vagancia, no es intransigencia ni fanatismo, es simple conformismo.
Es por eso que nos conformamos con lo que tenemos, con la falta de agua, con los cortes eléctricos, con la subida de impuestos, con los malos gobernantes, con el estado de las calles, escuelas y hospitales, con la delincuencia, con el hambre, con la miseria. Nos conformamos, nos acostumbramos porque es menos difícil el aceptar lo que tenemos que trabajar por lo que queremos. Y esa resignación tóxica marchita cualquier ápice de sentido común, silencia cualquier voz que critique la tierra sobre la que estamos postrados. No permitimos que nadie manche la merde polie que nos llena de docilidad. Pero, de nuevo, por muy pulida que esté, por muy lustrosa y brillante, la mierda seguirá siendo mierda.
Rezongar, mascullar y murmurar, eso es lo único que nos une con los críticos activos. Fútiles ataques de pacotilla que no dañan, ni dejan que nos dañen. Comentarios de sobremesa, medallitas de disidencia para los menos carburados. No queremos cambiar, ni que nos cambien, somos intolerantes ante la evolución, pero pedimos clemencia ante un aluvión de señalamientos. Y si seguimos así, las calles seguirán llenas de cráteres, los hospitales sin medicamentos, tu casa sin agua y sin flujo eléctrico y tus hijos sin educación y sin oportunidades. Todo porque nos han enseñado a aplaudirle al lerdo de turno que más ruido haga, aquí gana el que más grita, ¿no? ¿Quién lee más allá de 280 caracteres?, ¿qué psicópata busca educarse?, ¿qué yonqui filósofa?
Nos enorgullecen los 75 517 kilómetros de pobreza, hambre e indigencia, porque por lo menos no hay minería… ni empleos, ni salud, ni congruencia, ¿verdad? Porque nuestro oro es verde, pero no queremos del turismo ni del capital extranjero. Porque estamos mejor que el resto, pero somos el duodécimo puesto en el índice Gini. Porque nos interesan las modas que aparecen masticadas y digeridas en nuestros teléfonos, esas que nos resultan fáciles de entender, preferimos quedarnos atados a esas cuestiones ladran los cachorros de la aristocracia desde sus celulares de última gama. ¿De qué nos vale?, ¿qué es lo importante?
Entonces, ¿qué queremos? Nada y todo, a la vez. Queremos poder cerrar los ojos e imaginar que todo se ha resuelto. Pero salimos a la calle, ¿para qué?, ¿por la foto, por la presión, por los seguidores?
Ni siquiera nosotros lo sabemos. Llamamos cobardes y "vendepatria" a los que, por la razón que sea, no piensan igual que nosotros, pero ¿quién es más cobarde? El conformismo también es no saber, o no querer, señalar aquello que está mal por miedo a que nuestra cómoda pusilanimidad se vea afectada. Este despropósito es culpa de todos; somos los padres de la miseria que nos rodea.
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