Ciudad de Panamá en Marea Alta
- Stanley Heckadon-Moreno ( opinion@epasa.com)
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Por siglos, el ritmo de la amurallada ciudad de Panamá ha estado muy apegado a las mareas. Es de las pocas capitales cuyos diarios publican, ...
Por siglos, el ritmo de la amurallada ciudad de Panamá ha estado muy apegado a las mareas. Es de las pocas capitales cuyos diarios publican, ...
Por siglos, el ritmo de la amurallada ciudad de Panamá ha estado muy apegado a las mareas. Es de las pocas capitales cuyos diarios publican, de hace siglo y medio, la tabla de mareas. Cuando de Chiriquí vine al Colegio Javier, en 1950, me fascinaba ver cuando la mar subía y bajaba sobre las pilastras de concreto del viejo colegio.
Por siglos, los viajeros que a Panamá llegaban de los puertos de la Mar del Sur, fuese en naves de vela y luego en vapores, desembarcaban en marea alta. Tomaban una colorida panga de un jamaicano o un lanchón de hierro que los dejaba en la Puerta de Mar, frente al Palacio de las Garzas o Presidencia de la República. Otros en los muelles, el fiscal, el inglés o el americano, cercanos al viejo mercado público, con su playa atestada de goletas, balandras y veleros que unían la capital con los pueblos del interior, los del golfo de Panamá y Darién.
Hermosísima era bahía de Panamá. Sobre todo en pleamar y por su contraste con la bajamar, cuando las aguas del Pacífico aparecen alejarse al infinito y quedar los edificios suspendidos sobre sus pilastras de madera y cemento.
Rodrigo Miró, en su obra "La Literatura Panameña", publicada en San José en 1972, anota que el gran poeta Rubén Darío vino dos veces a Panamá en 1892. Luego, en marzo de 1893, a recibir su nombramiento como cónsul de Colombia en Buenos Aires. Recientemente, buscando datos sobre la bucería de perlas en el Panamá del siglo XIX, encontré en el diario istmeño tres poemas de Darío, publicados el 18 de abril de 1893. Se titulan "Croquis de la ciudad", "A una dama bogotana-el pasillo en prosa" y "La marea". Comparto el poema "La marea", dedicado por el gran poeta nicaragüense a nuestra bahía al subir la marea. Seguramente, es poco conocido de los hijos de este Istmo y de los de la tierra de lagos y volcanes.
HERMOSÍSIMA ERA LA BAHÍA DE PANAMÁ. SOBRE TODO EN PLEAMAR Y POR SU CONTRASTE CON LA BAJAMAR, CUANDO LAS AGUAS DEL PACÍFICO PARECEN ALEJARSE AL INFINITO Y QUEDAR LOS EDIFICIOS SUSPENDIDOS SOBRE SUS PILASTRAS DE MADERA Y CEMENTO.
"Una tristeza flota en la costa extensa y solitaria cuando baja la marea. El agua de la bahía panameña se retira a largo trecho. Los muelles aparecen alzados sobre sus cien flacas piernas de madera. La playa está cubierta de un lodo bituminoso y salino, donde resaltan piedras deslavadas y aglomeradas conchas de ostra. Las embarcaciones, quietas, echadas sobre un costado o con las quillas hundidas en el fango, parece que aguardan la creciente que ha de sacarles de la parálisis. A lo lejos, un cayuco negro semeja un largo y raro carapacho; sobre una gran canoa está recogida y apretada entre cuerdas la gavia. Agrupados, como una quieta banda de cetáceos, rojos y oscuros, dormitan los grandes lanchones. Un marinero ronca en su chalupa. Las baladras ágiles aguardan la hora del viento. Los boteros chumecas arreglan sus botes y sus pangas chatas. A la orilla del mar, los pantalones arremangados sobre la rodilla, un chileno robusto canta una zamacueca. Empieza a oírse el apagado y suave rumor del agua que viene. Suena el aire a la sordina. La primera barca, que ha recibido la caricia de la ola, cabecea, se despierta, vuelve a agitarse, curada de la nostalgia del movimiento. De allá, de donde viven los chinos pescadores, sale al viento, la vela radiante, un junco ligero. Cual se viniese desenrollando una enorme tela gris, avanza la marea, trayendo a la playa su ruido de espumas y sus convulsivas agitaciones. El vagido del mar aumenta, y se oye semejante al de un río en la floresta. Es un vagido continuado, en un tono opaco, tan solamente cambiado por el desgarramiento sedoso y cristalino y de la ola que se deshace".
"Canta en voz baja, pon tu órgano a la sordina, ¡oh buen viento de la tarde! ¡Canta para el marino que partirá para un largo viaje, cuando alegre el agua azul la armoniosa visión de un blanco vuelo de goletas. Canta para el pescador que tenderá la red; canta para el remero negro, risueño y de grandes gestos elásticos; canta para el chino que va a pescar, todavía con la divina modorra de su poderoso y sutil opio. Y canta, mientras la marea sube, para los viajeros, para los errantes, para los pensativos, para los que van, sin rumbo fijo, tendidas las velas, por el mar de la vida, tan áspero, tan profundo, tan amargo, como el inmenso y misterioso océano!".
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