Cautivando el turismo istmeño
- Jaime Figueroa Navarro
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Evocaba en mi anterior entrega semanal la tinta gratuita que ha aflorado en los titulares a nivel global la polémica sobre las apostillas emitidas por el gobierno entrante de Estados Unidos referente al canal de Panamá.
Indistintamente de las variadas opiniones sobre el tema, el resultado ha sido poderoso en ubicar nuevamente a Panamá y su canal, rascando el cerebro al potencial visitante de conocer aquello, de intimar con el istmo como magneto al turismo mundial para verificar la realidad, curiosear aquel inusual interés de las grandes potencias en su "control".
Así es como, sin querer queriendo, tenemos la olla por el mango en lo que a turismo se refiere. Si examinamos la prioridad de los cruceristas, como ejemplo, oteamos que el sitial #1 en interés es el tránsito por el canal de Panamá. Permea entonces la fascinación con palpar como el ingenio humano ha conseguido sojuzgar a la naturaleza creando un camino entre los mares, sueño que gelatinosamente surgió de las ponderaciones de Carlos V de España en 1534 al ordenar el original estudio de la unificación de los mares a través del istmo de Panamá, a 380 años de la construcción del canal. Toda esa fértil historia está magistralmente documentada en la obra de David McCullough "The Path between the Seas", publicada en 1977, año en que culmina el traspaso del canal a Panamá, 21 años posterior a símil ocurrencia con el canal de Suez a Egipto.
Ahora bien, este cuento de hadas resulta muy esmerado al potencial visitante, sólo que del punto de vista como generador de turismo no le hemos exprimido en su totalidad el jugo al cuadro del canal de Panamá, omitiendo su último capítulo, el capítulo panameño y el más importante de todos, el generador del 70% de sus ingresos, la expansión del canal de Panamá.
Fue así como, deseoso de palpar la realidad de la majestuosidad del cruce del canal a lo largo de las nuevas esclusas, las de Cocolí y Agua Clara, aborde el naviero Norwegian Encore, el mayor de esa línea de cruceros, en Seattle, Washington, bordeando la frontera del océano Pacífico de Estados Unidos con Canadá, en un zarpe de 21 días, iniciando el 29 de octubre de 2023, transitando el canal de Panamá con destino final Miami, en la costa este de Estados Unidos.
A través del ingenio, contactos y buena suerte, resulte ser el único pasajero, de los 3,998 abordo en ser convidado por el Capitán Niklas Persson, a presenciar el tránsito desde el puente de mando el 17 de noviembre de 2023. Aquella experiencia me abrió los ojos al telón de nuestro capítulo, palpando a ciencia cierta el cruce a bordo de uno de los mastodontes de los océanos en el canal de Panamá, ya no de los españoles, galos o gringos, sino creación de los panameños en pleno siglo XXI. Esa obra de expansión, cuya remoción de tierra supera a la original, ejemplarmente liderada por la actual Sub-Administradora del canal de Panamá, Ing. Ilya Espino de Marotta, una panameñita vida mía con aquilatados laureles, es la renaciente joya que debemos ostentar a los curiosos ojos del turista, para que no exista un ápice de duda, que a pesar de los esfuerzos foráneos, los panameños hemos sabido manejar, administrar y explotar nuestro mayor recurso superando a creces el pasado.
Por ello, bien valdría la pena explorar Cocoli, complementando a Miraflores, como el centro de visitantes más trascendente de la obra, para que a futuro, presidentes y autoridades mundiales, al igual que todos sus visitantes, presencien y valoren el cambiazo que logramos los panameños en un canal que recibimos a finales del siglo pasado, a todas luces, en vías a la obsolescencia, dejando bien en claro el "pro mundi beneficio" de nuestro escudo.
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