Castigo III
- Alonso Correa
- /
- /
Atrapado en la repetición, la frustración danza frente a tus ojos agotados por la penumbra. Escondido en la eterna y helada noche, achacas tu maldita fortuna a un reparto injusto de las cartas, a un desliz, a un miserable error. Pero el arrepentimiento de nada sirve, no logra saciar tu hambre ni apagar tu sed. Tú te balanceas, otra vez, sobre el candelabro de la infinitud, manifestando tu descontento. El Arquitecto te observa, desde su trono, de cal y mierda. Ve cómo padeces tu castigo, cómo tramas es una respuesta, cómo buscas una salida, una solución. Pero tu infortunio es eterno, tu castigo es imperecedero, te esperan miles de millones de minutos, atrapado en este océano de oscuridad y miseria.
De repente lo entiendes, hallas en medio de las lágrimas y el enfado, dentro de la penuria y el dolor, un rayo de esperanza que te atraviesa. Una respuesta, una solución tan sencilla como filosófica. Te retuerces de alegría, encontraste una laguna de optimismo, un oasis de ánimo. Pero, ¿no puede ser tan fácil? ¿No puede ser tan obvio? La salida no puede esconderse de manera tan clara; este castigo, este agobio que comparte con los más miserables, más ruin, más canalla, más abyecto, no podría tener una salida tan sencilla. ¿Y si es así, si los malvados lo tienen tan asequible para escapar de la hechizante zozobra, qué le queda a los buenos? ¿Qué tan grande es el premio?
De nada sirve intentar escapar, para nada funciona el doblegarse ante la miseria. En esta cárcel maldita y eterna solo queda luchar, levantar de nuevo la piedra y alzarse ante la cuesta. El fallo no es más que un objetivo; cada tropiezo es un respiro. La concatenación de errores es un oleaje eterno, una fotografía que rellena el vacío de la penitencia. Entonces, el castigo es castigo cuando el castigado lo percibe así. Un error lógico, una manifestación de claridad en las reglas, deja para el que quiera buscar las llaves de su celda. El castigo autopercibido, la mortificación autoimpuesta, es peor tragedia que cualquier invento divino. Porque no existe peor peligro que la propia mente del hombre. Somos máquinas capaces de alzar dioses y derribar imperios y aun así no hemos llegado a dominar el universo infinito y diabólico que habita en nuestra consciencia.
Tal vez este vacío eterno, esta oscuridad infinita no es el infierno, o tal vez sí. Manejas tus ideas, cuentas tus oportunidades, ahora que el tiempo se ha vuelto en una nimiedad, en un estorbo; ahora que te has convertido en un ente eterno podrías abrirte paso, como Sísifo ante el Olimpo, riéndote de la penuria, encontrándole un sentido a la eternidad en la acción más básica, en las ideas más sencillas. Alzas tus ojos hacia el vacío que te consume, las puertas se han abierto, no, esto no es el infierno.
El castigo solo es castigo si el castigado así lo percibe, y esto, este universo oscuro y frío en el que flotas, no es un castigo; esto es la libertad exacerbada, la más pura expresión de la semilla divina del hombre. Flotas en tu propio universo, amo y señor de tu propio tiempo infinito. Has hecho de tu prisión tu campo de juego. Y eso, eso también es un infierno.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.