Epicentro
Sobre la animalidad en el ser humano
... como esos parricidios en el seno de un hogar, nos hacen recordar la enorme piedra que jalamos con nosotros desde las cavernas del pasado más remoto de la humanidad.
Epicentro
... como esos parricidios en el seno de un hogar, nos hacen recordar la enorme piedra que jalamos con nosotros desde las cavernas del pasado más remoto de la humanidad.
Recientemente, en Málaga, una corte pronunció una sentencia por el delito de abandono de menores y homicidio contra una mujer que encerró a su hija de 17 meses, dejándola en un apartamento con solo un biberón de leche y algunas galletas.
El abogado defensor soltó una frase, socialmente heroica, aunque incomprensible, pidiendo al jurado que aborrecieran el delito, pero compadecieran al autor; seguramente ese jurado, de carne y hueso, encerró muy fuerte en su bolsillo la parte espiritual y decidió hacer justicia humana, por muy brutal que al intelecto refinado le parezca esa justicia.
La violencia, ya por sí, es un plato fuerte y de difícil digestión en nuestra sociedad moderna, pero se hace aún mucho más intolerable cuando se dispensa contra el inocente y desvalido, con el agravante, en este caso, de ser un filicidio incomprensible de una madre hacia su hija.
Hace escasos días, en nuestro propio suelo, escuchamos ese triste caso de un menor de solo 2 años que fue llevado hacia una muerte dolorosa propinada a puro golpe por su propio padrastro. Como en el caso anterior, en que una madre mata de manera cruel a su criatura, es casi imposible comprender cómo un adulto podría infringir ese dolor brutal a una criatura tan indefensa y noble como un niño, especialmente de esa corta edad. Pero así fue; y más que ver aquellos crímenes como estadísticas, nos debemos adentrar en las razones mismas de tal brutalidad.
El hombre no es a veces más que un animal o es menos, pero nunca dejará de serlo. Por más que se remonte en el espacio, o revele con el ejercicio de su mente las verdades de sí mismo o los misterios de la física, seguirá siendo un mamífero, y no por afición sino por simple biología.
Por eso, la corriente fuerte de los nervios le mete freno a la razón; por eso los instintos nublan los deseos más nobles, tiñéndolos de sangre muchas veces; por eso gruñimos como bestias, cuando debemos pronunciarnos como humanos; por eso dejamos que la prolongada digestión del cuerpo domine muchas veces las aspiraciones altas de las almas.
Al final, entonces, esos crímenes atroces, que despliegan más crueldad de la que comúnmente conocemos, nos presentan un espejo triste y aleccionador donde nos vemos reflejados todos como humanos, pero sobre todo, como bestias; por más alto que se eleve el hombre en pensamiento, deberá su cuerpo someterse al peso de las leyes de la gravedad y dominar a diario esos impulsos del mamífero, que corren libres por su propia sangre, que ninguna prenda o ropa puede contener, sino solo la razón y la consciencia.
Por tristes que parezcan los eventos como esos parricidios en el seno de un hogar, nos hacen recordar la enorme piedra que jalamos con nosotros desde las cavernas del pasado más remoto de la humanidad.
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Algunos se preguntan si ese ritmo ascendente de la ciencia llevará consigo solo a los investigadores, a los teóricos e intelectuales, y dejará en el fango humedecido al resto de la humanidad; algunos se preguntan hoy si no es más importante impartir en los humanos una dosis grande de moral y de civismo edificante y, solo luego de eso, ascender entonces a las alturas del progreso material que ahora, para muchos, es solo un sueño, frío, galvanizado, inalcanzable.
Abogado
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