Acreditación universitaria… ¿ahora?
Cuando todo nuestro esfuerzo nacional debería concentrarse en la innovación educativa, acopiar papeles para cumplir una ristra de estándares que casi nada dicen de la realidad de fondo de nuestras instituciones, casi suena a despropósito.
- Gregorio Urriola Candanedo
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- - Publicado: 02/9/2021 - 12:00 am
En Panamá, no tenemos estadísticas confiables, sistemáticas y actualizadas de matrícula, docentes, egresados, reprobados de todas las universidades que operan en el país. Foto: EFE.
Con sorpresa, no exenta de estupor, hemos recibido la noticia que el Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación de la Calidad Universitaria (CONEAUPA), ha anunciado formalmente el inicio de re-acreditación institucional de las universidades panameñas.
Extrañeza y sorpresa derivados, no tanto de que el referido proceso de evaluación de la calidad fue interrumpido por luengos años y ahora resucita, sino y, sobre todo, por lo inoportuno que este ejercicio se arroja en el momento mismo que vivimos: una tragedia educativa de proporciones enormes a todos los niveles del sistema educativo.
Esa tarea, seguramente, no solo distraerá recursos financieros que deberían ser enfocados en la modernización tecnológica y de formación docente para enfrentar los retos de la virtualidad y el cambio del modelo educativo concomitante, sino por el esfuerzo y desgaste humano que representa, en términos de horas hombre y horas mujer, en cada institución universitaria. Nos obligan a revisar, no a crear, cuando lo urgente es reinventarlo casi todo.
Cuando todo nuestro esfuerzo nacional debería concentrarse en la innovación educativa, acopiar papeles para cumplir una ristra de estándares que casi nada dicen de la realidad de fondo de nuestras instituciones, casi suena a despropósito. Por una parte, si bien el ejercicio precedente tuvo el mérito de ayudar a ordenar la casa y separar el grano del trigo en los enrevesados campos donde había "de dulce, de chile y de manteca", para parodiar el chascarrillo mexicano, hoy este ejercicio debió esperar un momento menos traumático.
Es casi como pedir que usted presente un inventario pormenorizado de sus bienes en medio de un incendio o un terremoto. Además, hay razones de peso para dudar del provecho que la nación pueda derivar de este costoso esfuerzo.
Por un lado, los propios organismos acreditadores a nivel internacional han indicado que la acreditación, que en casi todas partes, es voluntaria y aquí obligatoria, se ha vuelto una rutina de llenar formularios y repintar añejas estructuras, más que un incentivo a promover la calidad real, la calidad de los aprendizajes. Ello, por defectos tantos de los instrumentos propios del modelo de evaluación y acreditación, como que su principal producto, los planes de mejora quedan casi siempre como cartitas al Niño Dios. Me explico.
En el caso de las universidades públicas, para acotar el examen, el presupuesto necesario para hacer efectivos los referidos planes de mejora, han sido sistemáticamente cercenados, puesto que el organismo que aprueba los fondos, el MEF, ni remotamente toma en consideración los impactos de calidad de los proyectos que las instituciones universitarias ponen a su consideración.
Usualmente el funcionariado técnico emplea unas cuantas reglas de aritmética simple para ir aumentando los presupuestos, ajustado al alta o a la baja por un factor de "corrección política" que nadie ha podido entender o desterrar de este universo de tanta trascendencia en la vida del país, como es ese de cuánto y cómo se invierte en la educación superior y en la ciencia panameña.
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Es iluso pensar, además, que estas acreditaciones o reacreditaciones tengan real impacto, cuando existe mezcla de "juez y parte", entre quienes miden y quienes deben ser medidos, además que su valor económico, o su proxy de mercado, sea casi nulo.
En el mercado de las acreditaciones, las nacionales ni remotamente se comparan con qué se puede ganar si ostenta un sello de una institución foránea, usualmente norteamericana o europea, y esto no por prurito de "snobismo académico", sino por sus implicaciones en un mundo globalizado, incluso a nivel académico. (Vr. gr. La UTP ha exhibido como trofeo su reciente acreditación con la agencia francesa y otras que pesan en los rankings). Yo, que abjuro del "rankismo" en temas de calidad de la educación, no dejo de pasmarme por las inercias creadas a la hora de justificar lo que haya que hacer o no hacer en nuestras instituciones.
En Panamá, por ejemplo, no tenemos estadísticas confiables, sistemáticas y actualizadas de matrícula, docentes, egresados, reprobados de todas las universidades que operan en el país, y eso que la Ley y el sistema estadístico de Contraloría lo mandata.
Esto es, carecemos de los insumos básicos para la planificación y gestión del sistema universitario como un todo. Y si esto es así para algo tan básico y primario, imagine usted para poder aquilatar la calidad de las instituciones, materia de enorme complejidad. Pero principalmente, porque en este momento de cambios tan acelerados, lo único seguro que el modelo de institución universitaria vigente ha periclitado irremisiblemente.
Me temo, que nos hagan evaluarnos por lo que fuimos, más que por lo que deberíamos ser a tenor de los tiempos de innovación que corren. Esto es, miraremos el futuro por el retrovisor del auto en marcha.
Docente y gestor universitario.
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