Tecnología salva la economía china
China está, de hecho, creando una nueva cultura de consumo detrás de murallas proteccionistas como una herramienta de control político y un motor de crecimiento económico.
- Ruchir Sharma
- - Publicado: 09/2/2020 - 06:00 am
Al aterrizar en Shanghai en fecha reciente, me encontré en medio de una revolución tecnológica extraordinaria en su alcance. El escáner de pasaportes se dirige automáticamente a los visitantes en sus lenguas maternas. Las apps de pagos digitales han reemplazado al dinero en efectivo. Los dependientes de tiendas se quedan viendo con la mirada perdida a los extranjeros que intentan usar papel moneda.
Cerca de allí, en la ciudad de Hangzhou, un hotel prototipo llamado FlyZoo utiliza reconocimiento facial para abrir las puertas. Robots preparan cocteles y brindan el servicio a cuartos. Más al sur, en Shenzhen, volamos los mismos drones que ya hacen las entregas de comercio electrónico en las regiones rurales de China. El tráfico en el centro de ciudades fluye sin contratiempos, guiado por semáforos sincronizados y refrenado por cámaras de vigilancia.
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Fuera de China, estas tecnologías son vistas como precursoras de un “autoritarismo automatizado”, que utiliza cámaras de video y sistemas de reconocimiento facial para frustrar a los infractores de la ley y una “puntuación ciudadana” para clasificar a los ciudadanos en cuanto a confiabilidad política. Una versión avanzada ha sido desplegada para frenar los disturbios entre uighures musulmanes en la región de Xinjiang. Pero en China en general, los sondeos muestran que la confianza en la tecnología es alta, y la preocupación por la privacidad es baja.
China inició su milagro económico abriéndose al mundo exterior, pero ahora está apoyando a los gigantes tecnológicos nacionales prohibiendo la competencia externa. Los visitantes extranjeros no pueden abrir Google o Facebook, una experiencia extrañamente aislante, y el trato comercial anunciado el 15 de enero por el presidente Donald J. Trump aplaza la discusión de esas barreras.
China está, de hecho, creando una nueva cultura de consumo detrás de murallas proteccionistas como una herramienta de control político y un motor de crecimiento económico.
Llega en un momento crucial. Remóntense al 2015, cuando China parecía estar al borde de la primera recesión desde que empezó a reformar la economía, 40 años antes. El ingreso promedio del país había alcanzado la fase de clase media, cuando las economías en desarrollo a menudo se estancan. Su población en edad laboral apenas empezaba a contraerse. Los préstamos desenfrenados, desatados por Beijing para combatir la recesión global del 2008, habían empujado las deudas privadas del 150 por ciento al 230 por ciento del PIB.
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Ésta fue la racha más grande de préstamos que se haya dado en el mundo emergente, y rachas de esa magnitud siempre habían llevado a recesiones importantes. Pero aunque el crecimiento de China se ha desacelerado, de acuerdo con cifras oficiales, a apenas el 6 por ciento comparado con dos dígitos en el 2010, aún no ha sufrido su primera recesión.
Lo que cambió fue el ascenso inesperadamente rápido de una nueva economía digital, ahora estimada en más de 3 billones de dólares, o un tercio de la producción nacional. Anclado por gigantes de internet como Alibaba y Tencent, el sector tecnológico no sólo contrarrestaba la caída en industrias más viejas como la del acero y el aluminio, sino que también estaba en gran medida libre de deudas.
Para el 2017, la tecnología representaba una porción tan grande de la producción en China como en Alemania. Un sondeo de la Universidad Tufts clasificó a China como la economía digital de más rápida evolución del mundo.
Los estudios disponibles dependen de datos de al menos dos años de antigüedad y probablemente subestiman la rapidez con la que China está brincando al mundo desarrollado como potencia tecnológica. Ha más que triplicado la investigación y el desarrollo durante la última década a 440 mil millones de dólares al año, más que en toda Europa. Hoy, nueve de las 20 compañías más grandes de Internet en el mundo son chinas.
El crecimiento explosivo de la banca en línea ayuda a alimentar un crecimiento anual del 20 por ciento en préstamos al consumidor y un retrasado cambio de la manufactura de exportación al consumo doméstico como el principal motor del crecimiento económico.
La automatización está eliminando empleos. En las tiendas de abarrotes Hema, pequeños robots atienden el mostrador de comidas en lugar de meseros. Los miembros de gimnasios siguen los pasos en una pantalla gigante de video empotrada en el piso, sin necesidad de entrenador.
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Sin embargo, en balance, la tecnología probablemente está creando más profesiones que las que destruye. Un reciente documento del Fondo Monetario Internacional estima que luego de restar los empleos que elimina, la digitalización representa hasta la mitad de todo el crecimiento de empleos. Las plataformas de Alibaba por sí solas son servidores para millones de compañías pequeñas, que en la década pasada han agregado 30 millones de empleos —más que los que China ha perdido en la industria pesada.
La revolución tecnológica china fue posible gracias a dos de las fuerzas que se esperaba que retrasaran la economía. La población podrá estar en proceso de envejecimiento, pero aún proporciona un enorme mercado en el que pueden florecer las startups tecnológicas. Y aunque el crecimiento normalmente se desacelera cuando los países logran un ingreso de clase media, en China la nueva clase media provee los clientes principales para los nuevos servicios de Internet móvil.
El documento del FMI argumenta que la economía está destinada a desacelerarse en los próximos años, pero lo hará de una manera mucho más marcada si la digitalización se detiene que si continúa al actual ritmo vertiginoso.
Pero por ahora, parece que la revolución tecnológica llegó justo a tiempo para postergar el día del juicio y rescatar a la economía china de una recesión más profunda.
Ruchir Sharma, autor de “The Rise and Fall of Nations: Forces of Change in the Post-Crisis World”, es estratega global en jefe en Morgan Stanley Investment Management.
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