Prisioneros judíos se reencuentran tras 72 años
Ambos eran prisioneros judíos en el campo de concentración de Auschwitz, ambos reos privilegiados.
- Keren Blankfeld
- - Actualizado: 02/1/2020 - 02:05 pm
La primera vez que habló con ella, en 1943, junto al crematorio de Auschwitz, David Wisnia se percató de que Helen Spitzer no era una reclusa común. Zippi, como era conocida, vestía saco y olía bien. Fueron presentados por un compañero recluso, a petición de ella.
Su presencia era inusual en sí: una mujer afuera de los alojamientos de mujeres, hablando con un prisionero. Antes de que Wisnia se diera cuenta, estaban solos, pues todos los prisioneros se habían ido. Se enteró después de que eso no había sido una coincidencia. Planearon volver a reunirse en una semana.
En la fecha fijada, Wisnia fue a reunirse en las barracas entre los crematorios 4 y 5. Subió por una escalera improvisada hecha de pacas de ropa de los prisioneros. Spitzer lo había dispuesto, un espacio en medio de cientos de pilas, lo suficientemente grande para caber los dos. Wisnia tenía 17 años, ella tenía 25.
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“Yo no sabía nada de nada”, recordó recientemente Wisnia a los 93 años. “Ella me enseñó todo”.
Ambos eran prisioneros judíos en el campo de concentración de Auschwitz, ambos reos privilegiados.
Se volvieron amantes, reuniéndose en su escondite a una hora establecida una vez al mes. Wisnia se sentía especial.
“Ella me eligió”, recordó.
No hablaban mucho. Cuando sí hablaban, se contaban breves cosas de su pasado. Wisnia tenía un padre amante de la ópera que había inspirado su canto, y que había perecido con el resto de su familia en el gueto de Varsovia. Spitzer, que también amaba la música —tocaba el piano y la mandolina— le enseñó a Wisnia una canción húngara. Abajo de las cajas de ropa, compañeros prisioneros hacían guardia.
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Sabían que estas visitas no durarían. La muerte estaba en todas partes. Aun así, los amantes hablaban de un futuro afuera. Sabían que serían separados, pero tenían un plan para reunirse, después de que terminara la guerra.
Les tomó 72 años.
En una tarde reciente este otoño, Wisnia estaba sentado viendo viejas fotografías en la que ha sido su casa desde hace 67 años en Levittown, Pennsylvania. Pasó décadas como cantor en una congregación judía local. Ahora da discursos donde relata historias de guerra, por lo general a estudiantes.
“Quedan pocas personas que conocen los detalles”, comentó.
En enero, Wisnia volará con su familia a Auschwitz, donde ha sido invitado a cantar en el 75 aniversario de la liberación del campo. La Conferencia de Reclamos Materiales Judíos contra Alemania estima que hay sólo 2 mil sobrevivientes de Auschwitz.
Mientras que el Holocausto desaparece de la memoria y el antisemitismo vuelve a ascender, Wisnia se encuentra hablando de su pasado con más urgencia. Éste es un hombre que pasó la mayor parte de su vida adulta tratando de no ver atrás. El hijo mayor de Wisnia se enteró hasta que fue adolescente que su padre no había nacido en Estados Unidos.
La familia de Wisnia lo convenció de que hablara de su pasado. Él se sinceró. Una vez que empezó a compartir su historia, otros lo convencieron de que hablara públicamente. En el 2015 publicó sus memorias, “One Voice, Two Lives: From Auschwitz Prisoner to 101st Airborne Trooper”. Fue entonces que su familia se enteró de su novia de Auschwitz. Se refirió a Spitzer con el seudónimo de Rose.
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Su reunión no salió como estaba planeada. Para cuando él y Spitzer se reunieron de nuevo, ambos ya se habían casado con otras personas.
Spitzer fue de las primeras mujeres judías en llegar a Auschwitz en marzo de 1942. Provenía de Eslovaquia, donde asistió a un colegio técnico y dijo que era la primera mujer de la región en terminar una formación como artista gráfica. Llegó con 2 mil mujeres solteras.
Con el tiempo, Spitzer aseguró un empleo de oficina. Era responsable de organizar el papeleo nazi y hacer gráficas mensuales de la fuerza laboral del campo. A medida que crecían las responsabilidades de Spitzer, tenía libertad de moverse por el campo.
Utilizó su posición para ayudar a prisioneros y aliados. Empleó sus habilidades de diseño para manipular el papeleo y reasignar presos a diferentes trabajos y barracas. Wisnia fue asignado a la “unidad de cadáveres”. Su trabajo consistía en recoger los cuerpos de reos que se habían lanzado contra la cerca eléctrica del campo. Arrastraba los cadáveres a una barraca, de donde se los llevaba un camión.
Se corrió la voz de que Wisnia era un cantante talentoso. Empezó a cantar con regularidad para los guardias nazis y fue asignado a un nuevo empleo en un edificio que la SS llamaba Sauna. Él desinfectaba la ropa de los recién llegados.
Su relación duró varios meses. Durante su último encuentro hicieron el plan. Se reunirían en Varsovia cuando terminara la guerra. Era una promesa.
Wisnia partió antes que Spitzer en uno de los últimos transportes que salieron de Auschwitz. Fue transferido al campo de concentración de Dachau en diciembre de 1944. Durante una marcha de la muerte desde Dachau, vio una pala. Golpeó a un guardia de la SS y huyó. Al día siguiente, mientras se escondía en un granero, oyó lo que creyó que eran tropas soviéticas que se acercaban. Eran estadounidenses.
Cuando era niño, Wisnia soñaba con ser un cantante de ópera en Nueva York. Dos hermanas de su madre habían emigrado al Bronx en los años 30, y se había memorizado su dirección.
Las tropas lo adoptaron. Le dieron de comer Spam, dijo, le dieron un uniforme, le entregaron una ametralladora y le enseñaron a usarla.
“Yo no quería nada que tuviera que ver con Europa”, dijo. “Me volví 110 por ciento estadounidense”.
Una vez que se unió a los estadounidenses, su plan de reunirse con Zippi en Varsovia quedó totalmente fuera de consideración. Estados Unidos era su futuro.
Spitzer fue de las últimas personas en salir viva del campo. Fue enviada al campamento de mujeres en Ravensbrück y a un subcampo en Malchow antes de ser evacuada en una marcha de la muerte. Ella y una amiga se escaparon quitando una franja roja de sus uniformes, lo que les permitió mezclarse con la población local que estaba huyendo.
Spitzer fue a su casa de la infancia en Eslovaquia. Sus padres y hermanos habían muerto, excepto por un hermano, que estaba recién casado. Decidió dejarlo sin cargas para que iniciara su nueva vida.
En medio del caos, Spitzer logró llegar al primer campamento de judíos desplazados en la zona estadounidense de la Alemania ocupada.
Poco después de que llegó, en septiembre de 1945, Spitzer se casó con Erwin Tichauer, Jefe de Policía interino del campo y oficial de seguridad de la ONU. Una vez más, Spitzer, ahora conocida como la señora Tichauer, se
on más tarde a causas humanitarias. Estuvieron en misiones por medio de la ONU en Perú, Bolivia e Indonesia. Entre tanto, su esposo impartía clases de bioingeniería en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sydney, Australia.
Con el tiempo, los Tichauer se mudaron a EU, primero a Texas. En 1967, se establecieron en Nueva York. En su departamento, ella hablaba con regularidad con historiadores, que incluían sus relatos. Pero nunca dio discursos.
Tiempo después de que terminó la guerra, Wisnia se enteró por un ex prisionero de Auschwitz de que ella estaba viva. Para entonces, él estaba sumamente involucrado con el Ejército estadounidense, basado en Versalles, Francia, donde esperó hasta que finalmente pudo emigrar a EU.
En 1947, en una boda, conoció a su futura esposa, Hope. Cinco años más tarde, la pareja se mudó a Philadelphia. Llegó a ser vicepresidente de una compañía de enciclopedias, hasta que despegó su carrera de cantor.
Años después de que se había establecido con su esposa en Levittown, un amigo le contó a Wisnia que Zippi estaba en la Ciudad de Nueva York. Wisnia, que le había contado a su esposa sobre su antigua novia, pensó que ésta sería una oportunidad para reconectarse.
El amigo concertó una reunión.
“Ella no se presentó”, dijo Wisnia. “Después me enteré que ella decidió que no sería sensato. Estaba casada. Tenía marido”.
A través de los años, Wisnia estuvo al tanto de la vida de ella. Mientras tanto, la familia de Wisnia crecía, tuvo cuatro hijos y seis nietos. En el 2016, decidió volver a intentar contactarse con Zippi. Uno de sus hijos, un rabino en Nueva Jersey, inició el contacto por él. Finalmente, ella estuvo de acuerdo en una visita.
En agosto de ese año, Wisnia llevó a dos de sus nietos con él a la reunión con Tichauer. Había escuchado que ella no gozaba de buena salud.
Encontró a Tichauer acostada en una cama de hospital, rodeada de libros. Ella había estado sola desde que su esposo murió en 1996; nunca tuvieron hijos. Ahora, postrada en cama, estaba perdiendo la vista y el oído. Una asistente la cuidaba.
Al principio no lo reconoció. Luego Wisnia se inclinó para acercarse.
“Abrió los ojos, casi como si volviera a la vida”, recordó Avi Wisnia, de 37 años, nieto de Wisnia.
La reunión duró unas dos horas. Finalmente, él tenía que preguntar: ¿acaso ella tuvo algo que ver con el hecho de que él hubiera logrado sobrevivir en Auschwitz?
Ella levantó la mano para mostrar cinco dedos. Su voz era fuerte con marcado acento eslovaco. “Te salvé cinco veces de que te enviaran”, expresó.
Le dijo en voz baja que lo había amado. Wisnia le dijo que él también la había amado.
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Nunca volvieron a verse. Ella murió el año pasado a los 100 años.
Esa tarde, ella le pidió que le cantara. Él tomó su mano y le cantó la canción húngara que ella le enseñó en Auschwitz. Quería demostrarle que recordaba la letra.
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