Poeta hace su propio oasis en una biblioteca de Kabul
- Mujib Mashal
Un empleo soñado que le permitió al escritor Haidari Wujodi, un espacio para sus esfuerzos poéticos y un ingreso para mantener a su esposa, un hijo que hoy es artista y dos hijas que son maestras.
![Haidari Wujodi tiene 30 años de organizar lecturas de un poeta persa del siglo 13 en la Biblioteca Pública de Kabul. Foto/ Kiana Hayeri.](https://www.panamaamerica.com.pa/sites/default/files/imagenes/2019/12/03/poeta_0.jpg)
Haidari Wujodi tiene 30 años de organizar lecturas de un poeta persa del siglo 13 en la Biblioteca Pública de Kabul. Foto/ Kiana Hayeri.
KABUL, Afganistán — Durante más de medio siglo, un poeta místico ha ocupado un escritorio tranquilo junto a una ventana en la Biblioteca Pública de Kabul.
Al tiempo que los gobiernos se derrumbaban a su alrededor, Haidari Wujodi, de 80 años, mantuvo su rutina cotidiana, cambiando sus zapatos por unas cómodas sandalias que usa con calcetines al llegar a su escritorio detrás de montañas de publicaciones en vías de deterioro.
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Hasta su retiro oficial hace unos años, Wujodi estuvo a cargo de la hemeroteca. El Gobierno afgano le sigue pagando un pequeño sueldo y Wujodi sigue asistiendo a diario.
Con el paso de los años, su escritorio se ha convertido en un destino para todo tipo de visitantes —músicos que necesitan letras, jóvenes poetas que llevan su publicación más reciente para recibir aliento y retroalimentación, alumnos universitarios que necesitan referencias para un ensayo o una disertación o vendedores callejeros que simplemente necesitan algunas palabras sabias para salir adelante en tiempos difíciles.
Wujodi recibe a todos por igual, sean ministros o mendigos.
Dos veces a la semana durante 30 años, ha organizado una lectura de dos horas de las obras de Mawlana Jalaluddin Balkhi —el poeta, filósofo y místico sufí persa conocido en Occidente como Rumi.
Unos 15 hombres y mujeres, miembros de un grupo llamado “La Sociedad de Amantes de Mawlana”, llegan y ocupan sus asientos. Uno de los integrantes entona varios versos al tiempo que los demás siguen la lectura en sus ejemplares del libro. Entonces, en una voz suave, pero titubeante, con la cabeza temblorosa, Wujodi empieza a explicar los versos.
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La manera de alcanzar lo divino es enfocándose al interior, dijo.
“El corazón es como un espejo”, afirmó Wujodi. “Si es limpiado del polvo y las manchas, el reflejo de cualquier dirección u objeto al que lo dirijan será reflejado en el espejo”.
Haidari Wujodi nació en 1939, en una pequeña aldea en la provincia de Panjshir en el norte de Afganistán, uno de cinco hijos de un clérigo. En esa época, el Islam practicado en Afganistán tenía un vínculo profundo con las tradiciones sufíes de la poesía.
Cuando tenía 15 años, Wujodi se mudó a Kabul, y el destino lo llevó al taller de encuadernación de uno de los poetas místicos de mayor renombre de la época, Sufi Ashqari.
Años después, cuando Ashqari estaba en su lecho de muerte, le confió sus obras inconclusas a Wujodi, quien pasó ocho meses trabajando hasta tarde en la biblioteca pública para prepararlas para su publicación.
A medida que su propia poesía generaba atención, Wujodi se aseguró de aferrarse a su rincón tranquilo en la biblioteca —un empleo soñado que le permitió espacio para sus esfuerzos poéticos y un ingreso para mantener a su esposa, un hijo que hoy es artista y dos hijas que son maestras.
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La mayoría de los días, el escritorio de Wujodi se siente como un oasis al centro del caos. Un lunes en noviembre del 2018, un dinamitero suicida mató a un oficial de Tránsito en la rotonda justo afuera.
La metralla de la explosión voló a través de la ventana de Wujodi, donde recién había terminado su oración vespertina. De haber estado de pie allí todavía, podría haber muerto.
“¿Qué le está pasando a nuestro mundo, acaso es esto realmente compasivo?”, preguntó Wujodi durante una clase reciente. “Aún no hemos llegado a algo que sea merecedor de la dignidad de un humano”.
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