Partos desde casa brindan confort a las mujeres
- Amber Bracken y Megan Specia
Para muchas, la política las privaba del cuidado con métodos tradicionales. Pasaban semanas lejos de sus familias para dar a luz en un entorno desconocido, atendidas por médicos que no hablaban su lengua materna.

Las mujeres inuit como Susie Mina (primera izq.) ahora pueden dar a luz cerca de casa. Con su hijo y Brenda Epoo, una partera. Foto / Amber Bracken para The New York Times.
INUKJUAK, Quebec — Los gemidos de la mujer se mezclaban con los bips del monitor de latidos cardiacos fetales. Su partera le daba instrucciones en inuktitut. Finalmente, se oyó el llanto de un bebé, un recuerdo de lo que las parteras inuit han recuperado: el derecho de las mujeres de dar a luz en sus pueblos natales.
Mientras Canadá intenta resarcir su historia brutal con su población indígena, los residentes de Inukjuak, un pueblo remoto de unos mil 800 habitantes, apuntan a la clínica como un ejemplo de un camino a seguir. Hoy alrededor de tres de cada cuatro mujeres embarazadas en el pueblo dan a luz en su clínica. “Siento alivio de poder dar a luz en mi pueblo, donde está mi familia”, dijo la madre, Susie Mina.
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Durante incontables generaciones, los inuit de la región Nunavik, en el norte de Quebec, vivieron como nómadas. Pero en la década de 1950, el Gobierno canadiense presionó a las familias a asentarse en comunidades permanentes.
En muchas áreas remotas inuit, el servicio de salud nacional también empezó a presionar a las mujeres embarazadas a viajar cientos de kilómetros al sur para dar a luz en los hospitales. La razón dada por la práctica era para mejorar las tasas de supervivencia en las comunidades sin hospitales y con cuidados prenatales limitados.
Pero para muchas, la política las privaba del cuidado con métodos tradicionales. Pasaban semanas lejos de sus familias para dar a luz en un entorno desconocido, atendidas por médicos que no hablaban su lengua materna.
En 1986, los patriarcas locales persuadieron a un hospital en la región de empezar a entrenar a mujeres inuit como parteras. Con el tiempo, tres clínicas se establecieron en la costa de la Bahía de Hudson.
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En 1996, una de éstas abrió en Inukjuak, que ahora tiene unos cientos de viviendas, tres tiendas, una oficina de correos y algunos otros edificios conectados por caminos de grava.
El regreso de los nacimientos llevó una renovación, dijo Simeonie Nalukturuk, el alcalde. Antes de las evacuaciones, todos los miembros de la comunidad daban la bienvenida a los recién nacidos. “Creo que incluso se nos olvidó cómo celebrar el nacimiento de nuestros hermanitos y hermanitas”, dijo. Ahora, para señalar cada alumbramiento, la clínica enciende luces de Navidad.
Brenda Epoo, de 49 años, una partera en la clínica quien ha atendido cientos de partos, dijo que la práctica anterior era dañina. “Decirles que todo embarazo es peligroso y enviarlas a otra parte —al hospital donde no conocen sus costumbres, su cultura, su estilo de vida— no es correcto”, afirmó. “No es una enfermedad, es vida”.
La clínica tiene cinco parteras y tres aprendices que monitorean a las mujeres durante todos sus embarazos. Están entrenadas para brindar intervenciones médicas de emergencia. Sólo las madres embarazadas consideradas de alto riesgo son transferidas al sur, con su consentimiento.
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En todo Nunavik, casi 200 bebés son traídos al mundo por parteras cada año. De acuerdo con un estudio de la Universidad McGill, durante los últimos años de la política de evacuación, el índice de mortalidad era tres veces más alto que para el mismo periodo en Montreal. Las cifras más recientes del 2000-15 muestran que la tasa en las aldeas de Nunavik fue de 7.7 por cada mil nacimientos comparado con 5.8 para Canadá en total.
Mina parió a su primer hijo en Montreal. Sus embarazos posteriores, atendidos por las parteras en Inukjuak, fueron diferentes. “Me sentía más cómoda dando a luz aquí porque no tenía que hablar inglés”, dijo.
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