La escasez de agua es consecuencia de la modernidad
“En algunos lugares, la gente ni siquiera ofrece agua”, dijo. “Hemos perdido nuestros valores morales. Es como si volviéramos a la Edad de Piedra”, dijo U Nyunt Khin, de 70 años, quien vive en Twante Township.
- Hannah Beech
- - Publicado: 27/10/2019 - 06:00 pm
TWANTE, Myanmar — Cuando las carretas de bueyes cargando pasajeros y hortalizas llegaban a Rangún, cubiertas del polvo ocre oscuro del campo, la gente podía contar con una bebida refrescante.
En muchas esquinas, a menudo bajo un árbol frondoso, había lo que parecía una casa de muñecas sobre pilotes. Adentro estaba una olla de barro gorda cubierta con un triángulo de hojas entrelazadas. La olla contenía agua para beber.
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Fresca sin refrigeración, dulce con el sabor a tierra, nada saciaba mejor la sed del trópico, afirman residentes de Rangún, la ciudad más grande de Myanmar. “Sólo bebo agua de una olla de barro”, dijo Ma Aye Aye Thein. “Siento calor cuando bebo del plástico”.
El agua también era un recuerdo de la hospitalidad de extraños en un periodo cuando la confianza escaseaba. En el apogeo de la dictadura militar que gobernó Myanmar durante casi 50 años, no se necesitaba mucho para que Sección Especial, la Policía secreta, convirtiera a un vecino en un informante.
Pero aun mientras la ciudad se desintegraba bajo la junta, con trozos de concreto desprendiéndose de edificios antes grandiosos y rompiendo los cráneos de transeúntes, las ollas de agua todavía eran dispuestas para los sedientos.
Era parte de una tradición de actos meritorios de la cultura de mayoría budista de Myanmar. Las ollas eran rellenadas por jubilados, amas de casa o cualquiera que buscara crédito kármico por una buena acción.
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“Ofrecer agua es parte del ideal budista de ser amable con los demás”, dijo U Candana Sara, un abad budista.
Ahora, muchas de estas ollas de terracota han desaparecido, reemplazadas, en algunos casos, con botellas de plástico con tazas de hojalata encadenadas a ellas.
Las jarras de barro, pesadas, pero frágiles, no son hechas para estilos de vida móviles. El plástico es un flagelo creciente. Botellas de agua desechables flotan en los ríos Irrawaddy y Yangón. Crujen bajo las ruedas de carretas de bueyes, asustando a los bovinos.
U Nyunt Khin, de 70 años, vive en Twante Township, en las afueras de Rangún, donde el Delta del Irrawaddy arroja una arcilla densa ideal para la alfarería. Tiene 40 años elaborando ollas para agua. Las ventas empezaron a bajar hace una década.
En ese entonces, él y su esposa hacían 400 ollas al día. Hoy, tiene suerte si vende 10. “Mi negocio está desapareciendo, pero nunca beberé del plástico”, señaló. “El sabor es malo”.
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“En algunos lugares, la gente ni siquiera ofrece agua”, dijo. “Hemos perdido nuestros valores morales. Es como si volviéramos a la Edad de Piedra”.
Cuando los clientes más jóvenes llegan al negocio de alfarería de cuarta generación de U Kyaw Soe en Twante, tiene que servirles botellas de plástico con agua refrigerada.
“No están acostumbrados al sabor de las ollas de barro”, dijo. “Piensan que sabe a tierra”.
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