La ardua vida de un navegante filipino
El océano es un lugar peligroso para trabajar. En los últimos 10 años, mil 36 barcos se han perdido en el mar. Una soga de amarre podría romperse con suficiente fuerza para decapitar a un hombre, o una ola grande rompiéndose contra el lado del barco podría estrellar a un hombre contra tubos o tumbarlo al mar.
- Aurora Almendral
- - Publicado: 11/12/2019 - 06:00 pm
A BORDO DEL UBC CYPRUS EN EL PACÍFICO NORTE — En su primer viaje marino hace siete años, Jun Russel Reunir fue enviado a las entrañas de un buque carguero, donde paleó mineral de hierro hasta que le ardieron los músculos —y luego continuó paleado durante una docena de horas más.
“Lloré en mi cabina tres veces ese mes”, aseveró.
Filipinos como Reunir, ahora de 27 años, tienen décadas de impulsar la industria naviera global, ayudando a mover el 90 por ciento del comercio global.
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Hace unos meses, él y 18 hombres filipinos más tripulaban un buque de transporte de cemento que viajaba de Japón a Filipinas. Para una visitante, la travesía significaba sensaciones nuevas: el sonido de las olas ahogado por el rugido de los motores, la cubierta con peces voladores muertos esparcidos ahí tras una tormenta, la brisa llena del olor a combustible búnker barato.
Pero para los marineros, quizá lo único peor que la monotonía de su trabajo arduo era el aburrimiento que llegaba cuando habían terminado. Cualquier romance con el mar se había apagado hace mucho tiempo.
Aun así, Arnulfo Abad, de 51 años, el técnico instalador del cuarto de máquinas, que ha pasado la mayor parte de las últimas tres décadas en cargueros, dijo estar agradecido por el trabajo. “El mar me dio mi vida”, expresó.
Llegar a ser un oficial —a lo cual aspira la mayoría de los hombres en el barco— requiere un título universitario. Algunos que se graduaron pagaron por esos títulos con los ingresos de granjas porcinas en patios traseros, o ganaron su escaso dinero vendiendo paletas en la calle. Dejaron atrás aldeas provinciales donde podían esperar gabar 100 dólares al mes. Ganan 10 veces esa cantidad, a menudo más, en el mar. Volvían a sus poblados, construían casas de cemento entre las chozas de sus vecinos, cubrían los gastos de sus padres y enviaban a sus hermanos a la universidad. Las propuestas de matrimonio llegaban a raudales.
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El dominio del país del trabajo en los cargueros empezó en los años 80, cuando inició una campaña para capacitar a los filipinos para carreras laborales en el mar. Unos 400 mil de los 1.6 millones de navegantes del mundo son filipinos. En el 2018, estos trabajadores enviaron 6 mil millones de dólares de regreso a Filipinas en remesas.
Rodrigo Soyoso, el capitán filipino del UBC Cyprus, empezó como aprendiz en un barco pesquero comercial donde tres docenas de hombres tenían permitido bañarse una vez a la semana, y dormía en la cubierta, atado su tobillo a un respiradero para evitar que se deslizara y cayera al mar.
Tanto la comida como el tiempo libre en el barco recuerdan a los marineros a su país. Una noche, los hombres cocinaron un puerco entero a las brasas y abrieron cocos frescos. En la cubierta de popa, había un aro de basquetbol. Durante el karaoke del sábado por la noche, los hombres entonaron canciones de nostalgia.
La Internet ha hecho que la vida sea menos solitaria, pero no hay conexión en este viaje. Los hombres se reunían en la barandilla al pasar frente a una isla, tratando de obtener suficiente señal para recibir mensajes de texto.
El océano es un lugar peligroso para trabajar. En los últimos 10 años, mil 36 barcos se han perdido en el mar. Una soga de amarre podría romperse con suficiente fuerza para decapitar a un hombre, o una ola grande rompiéndose contra el lado del barco podría estrellar a un hombre contra tubos o tumbarlo al mar. Hay electrocuciones, quemaduras y apendicitis.
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El hospital más cercano podría estar a horas, o días, de distancia, en un helicóptero de rescate. Sin embargo, el mayor reto es soportar la presión mental del aislamiento, afirmó Soyoso. Había visto a hombres volverse demasiado deprimidos para trabajar, y a otros quitarse la vida.
Los meses lejos de sus familias cobran factura. En abril, Reunir estaba en un puerto cuando su esposa embarazada le llamó. Había comenzado la labor de parto. Fue una niña. “Probablemente tampoco estaré allí en su primer cumpleaños”, dijo Reunir.
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