Están descubriendo el poder curativo de la naturaleza
Los millennials, que han tenido un amorío con la observación de aves, han pasado a otro deporte asociado con hombres blancos de mayor edad: la pesca con mosca.
- Tom Brady
- - Actualizado: 23/12/2019 - 12:20 pm
Una nueva generación está descubriendo el poder curativo de la naturaleza.
Los millennials, que han tenido un amorío con la observación de aves, han pasado a otro deporte asociado con hombres blancos de mayor edad: la pesca con mosca. La conexión con la naturaleza y una comunidad de deportistas ecológicamente sensibles son parte del atractivo.
Algunos se han sentido atraídos a la región de las Montañas Catskill, el hogar espiritual de la pesca con mosca en EU, unos 160 kilómetros al norte de Nueva York.
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“Me he vuelto totalmente adicto a la pesca con mosca”, dijo Mike Kauffman, de 31 años, un emprendedor tecnológico y residente de Manhattan que acaba de comprar un hogar en las Catskill con su novia, Annah Lansdown. “Me parece totalmente meditativo —algo que nunca supe que necesitaba”.
Desde su primera excursión, los dos quedaron cautivados. “Estar afuera en el río es una conexión más profunda con la naturaleza que jamás tuve realmente —creo que mucha gente no la tiene”, declaró Kauffman a The New York Times.
“El agua fluye a tu alrededor y no puedes escuchar nada. No piensas en el trabajo, correos electrónicos o la cuidad”, añadió Lansdown, de 41 años, una directora creativa.
Hay algo respecto a estar al aire libre en el bosque que es atractivo para nuestro lado primitivo. La mayoría de los antropólogos cree que nuestros antiguos ancestros homininis dormían en los árboles; cuando Homo erectus arribó hace unos 2 millones de años, nos mudamos al suelo del bosque.
Una ola reciente de casas de árbol diseñadas por arquitectos deja entrever que nunca perdimos verdaderamente nuestra afinidad por vivir en los árboles. En el Treehotel en la Laponia sueca, inaugurado en el 2010, siete casas de huéspedes se ciernen entre pinos cubiertos por la nieve.
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El diseñador británico Antony Gibbon creó representaciones de cabañas flotantes, que no fueron construidas sino hasta que una pareja le pidió construir una casita de campo en su propiedad de 14 hectáreas en el Estado de Nueva York. Su cabaña de 50 metros cuadrados está engarzada entre pinos blancos orientales y robles cubiertos de liquen al borde de un estanque.
“He estado analizando el biomimetismo, cómo los animales construyen nidos y cómo nosotros también podemos crear formas que son parte de la naturaleza”, dijo Gibbon.
Wei Tchou halló su válvula de escape en la naturaleza leyendo “Oaxaca Journal”, el relato cuasiespiritual de Oliver Sacks sobre sus viajes a México con la Sociedad de Helechos de Nueva York. Eso la inspiró a reservar un vuelo sencillo a la región.
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“Me había empezado a enamorar de los helechos en parte porque me recuerdan que debo volver a dedicarme a cualidades que a veces olvido”, escribió Tchou en The Times. “Por ejemplo, son muy resilientes: a menudo son las primeras señales completas de vida en volver a poblar hábitats arrasados y sus esporas son capaces de flotar a través de océanos enteros para echar raíces”.
La vida de Tchou en Nueva York, con su enfoque en su carrera y en dispositivos que bombean mensajes y notificaciones, se sentía asfixiante.
Ya en un bosque nublado en México, rodeada de helechos culantrillos apacibles y equisetos de 5 metros de alto, Tchou sintió que se disipaba su ansiedad.
El mundo natural le permitió “desconectarme por completo, de vez en cuando”, como lo describió el conservacionista John Muir, “para limpiar tu espíritu”.
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