El maestro del cambio, Leonardo da Vinci brilla de nuevo
Durante unos 40 años, la carrera de Leonardo abarca desde la Florencia de los Médici, un Milán en ascenso y la Roma papal hasta finalmente Francia.
- Holland Cotter
- - Publicado: 20/11/2019 - 06:00 pm
PARÍS — La retrospectiva de Leonardo da Vinci en el Louvre es el equivalente visual de una salva de 21 cañonazos y un coro de trombones y trompetas.
Pero en cuanto a la tonalidad, la exhibición, que honra el quinto centenario de la muerte de Leonardo, es más discreta, más lenta y mejor.
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Y es una estela biográfica de un talento que ha sido utilizado como un modelo romántico de lo que debe ser un gran artista, pero que en gran medida se desvió de ese ideal, que se identificaba a sí mismo sobre todo como un nerd científico, que pasó tanto tiempo escribiendo como creando arte, y que ignoró (e incumplió) con las fechas de entrega de los encargos casi hasta el día que murió.
Ese día fue el 2 de mayo de 1519. Y su muerte, a los 67 años, ocurrió en Francia, donde pasó sus últimos años como artista de la corte del Rey Francisco I. La residencia de Leonardo allí ayuda a explicar por qué un porcentaje tan grande de sus obras que sobreviven —un total de sólo entre 15 y 20 pinturas son por lo general atribuidas a su mano— terminaron en la colección del Louvre, lo que a su vez ayuda a explicar por qué el tributo está sucediendo en Francia y no en Italia, su tierra natal.
Conocemos algo del trayecto de la vida del artista gracias a fuentes contemporáneas, principalmente la minibiografía fascinante, aunque retorcida en cuanto a los hechos, de Giorgio Vasari. Sabemos que Leonardo fue el hijo nacido fuera del matrimonio de la joven hija de un granjero y un notario en ascenso que nunca reconoció legalmente al niño como su hijo. Vasari nos cuenta que el joven Leonardo era hermoso, eruditamente talentoso y, tras ser acusado públicamente de abusar de un hombre más joven, francamente, incluso enfáticamente, gay.
Era un hombre complicado. Alegre y sombrío, generoso y tacaño, seguro de sí mismo e inseguro. Junten todo eso y tienen el retrato de un carismático desconocido.
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La exhibición, que contiene aproximadamente 160 obras y durará hasta el 24 de febrero, va directo a los inicios de su carrera como aprendiz en el taller del pintor y escultor Florentino Andrea del Verrocchio. Y en el centro de la primera galería se ubica una de las principales obras de Verrocchio, el bronce “Cristo y Santo Tomás”.
Vaciado en casi una sola pieza y una maravilla de ingeniería en su época, es una lección práctica de la fusión del realismo y la elegancia que define al arte florentino del siglo 15. Igual lo son la docena o más de pequeños estudios de cortinas pintadas dispuestas en las paredes a su alrededor. Algunos son de Verrocchio, el maestro; algunos de Leonardo, el estudiante.
Durante unos 40 años, la carrera de Leonardo abarca desde la Florencia de los Médici, un Milán en ascenso y la Roma papal hasta finalmente Francia.
Los encargos llegaron pronto y rápido. En cada proyecto, Leonardo extendía las fechas de entrega hasta el punto álgido y mucho más allá. Hubo ciertas pinturas que sí fueron completadas, a veces por asistentes. El retablo conocido como “La Virgen de las Rocas”, producido en dos variantes, fue una de ésas. El primero, la versión del Louvre de 1483-85, en la que el artista participó totalmente, estableció un “look” Leonardo básico: una especie de superrealismo mágico, fantástico aunque exigente para observar.
Leonardo mantuvo con él hasta el final a la Mona Lisa, aparentemente en perpetuo avance, mientras hacía otras pinturas, incluida “San Jerónimo Penitente”, a préstamo de El Vaticano.
Los curadores de la exhibición también han incluido docenas de los dibujos preliminares del artista.
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Con éstos, vemos la mano y mente de Leonardo en acción. Y vemos esta acción en movimiento constante y minucioso en una galería dedicada a su trabajo científico experimental, que él consideraba su talento más significativo, la hazaña por la que quería ser recordado.
Este material estuvo en gran medida relegado a cuadernos que la exhibición clasifica por disciplinas: anatomía humana, botánica, zoología, cosmología, ingeniería. Las imágenes dibujadas son a la vez precisas y poéticas y todas están acompañadas por textos escritos, o encerradas en éstos.
Y así, una exhibición sumamente calculada, una que se esfuerza por hacer que la vida y el arte de Leonardo se comprendan claramente, cierra con misterio, en las últimas y pequeñas imágenes que dirigen a uno a la salida. Una es un retrato póstumo de perfil del artista en tiza roja realizado por su asistente de mucho tiempo, Francesco Melzi. Desde él, Leonardo mira de manera impasible al otro lado de la sala a un dibujo propio titulado “Un Diluvio”.
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