Distanciamiento social en el siglo 17
La peste bubónica duró la mayor parte de 1666, cobrando finalmente alrededor de 100 mil vidas tan sólo en Londres y posiblemente hasta 750 mil en Inglaterra en total.
- Annalee Newitz
- - Publicado: 14/4/2020 - 06:00 am
Mucha gente inglesa creía que 1666 sería el año del apocalipsis. En realidad, no se les puede culpar. A fines de la primavera de 1665, la peste bubónica empezó a socavar la población de Londres.
Para el otoño, unas 7 mil personas estaban muriendo cada semana en la ciudad. La peste duró la mayor parte de 1666, cobrando finalmente alrededor de 100 mil vidas tan sólo en Londres —y posiblemente hasta 750 mil en Inglaterra en total.
Quizás el máximo cronista de la Gran Peste fue Samuel Pepys, un administrador y político inglés influyente que llevó un diario personal detallado durante los años más sombríos de Londres. Reportó haberse topado con cuerpos en la calle y haber leído ansiosamente los conteos semanales de muertes publicados en plazas públicas.
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En agosto de 1665, Pepys describió ir caminando al distrito de Greenwich, “viendo en el camino un ataúd con un cadáver en su interior, víctima de la peste, que yacía en (un campo) perteneciente a la granja Coome, que fue sacado anoche, y el distrito no ha designado a nadie para sepultarlo, sino que sólo montó guardia noche y día para que nadie entre o salga de allí, lo cual es muy cruel”.
Se sentía como el Armagedón. Y sin embargo, también fue el inicio de un renacimiento científico en Inglaterra, cuando médicos experimentaron con cuarentenas, esterilización y distanciamiento social.
Para quienes pasamos por estos días de permanecer en casa por el COVID-19, es útil mirar atrás y ver cuánto han cambiado las cosas —y cuánto no. La humanidad se ha estado protegiendo de las pestes y sobreviviendo a ellas durante miles de años, y hemos logrado aprender mucho en el proceso.
Cuando la peste azotó Inglaterra en 1665, era una época de tremenda zozobra política. La nación estaba inmersa en la Segunda Guerra anglo-neerlandesa, un terrible conflicto naval que había hundido a la economía británica.
Sin embargo, había fuentes más profundas de conflicto político interno. Apenas cinco años antes, en 1660, el rey Carlos II había recuperado el control del Gobierno al arrebatarlo de los miembros puritanos del Parlamento encabezados por Oliver Cromwell.
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Aunque Cromwell había muerto en 1658, el rey hizo que fuera exhumado, que su cuerpo fuera encadenado y llevado a juicio por traición. Tras el inevitable fallo de culpabilidad, los secuaces del rey colocaron la cabeza decapitada de Cromwell en una estaca sobre el Salón de Westminster, junto con las cabezas de otros dos conspiradores.
La cabeza putrefacta de Cromwell permaneció allí, mirando fijamente a Londres, durante la peste y muchos años después.
La guerra y la zozobra social aceleraron la propagación de la peste, que había brotado varios años antes en Holanda. Pero cuando no estaba mostrando las cabezas cercenadas de sus enemigos, el rey estaba comprometido con los avances científicos.
Aprobó la fundación de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, una venerable institución científica hoy conocida como La Real Sociedad.
Fue muy probablemente gracias a su interés en la ciencia que los médicos y representantes del Gobierno rápidamente aplicaron métodos de distanciamiento social para contener la propagación de la peste bubónica. Carlos II emitió una orden formal prohibiendo todas las reuniones públicas, incluyendo funerales.
Los teatros ya habían sido cerrados en Londres y se frenó la expedición de licencias para tabernas nuevas. Oxford y Cambridge cerraron.
Isaac Newton fue uno de los alumnos enviados a casa, y su familia se contó entre los ricos que huyeron de las ciudades para poder refugiarse en sus casas de campo.
Las cosas no eran tan acogedoras en Londres. La cuarentena fue inventada durante la primera ola de la peste negra en el siglo 14, pero fue aplicada de forma más sistemática durante la Gran Peste de Londres.
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Personas llamadas guardianes pintaban una cruz roja en las puertas de los hogares en cuarentena, junto a un aviso escrito que rezaba “SEÑOR, TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS”.
El Gobierno proveía comida a los confinados. Tras 40 días, los guardias pintaban cruces blancas sobre las cruces rojas, ordenando a los residentes que esterilizaran sus hogares con cal.
Los médicos creían que la peste bubónica era provocada por “olores” en el aire, así que siempre se recomendaba limpiar. No tenían idea de que ésa también era una buena forma de acabar con los piojos y garrapatas que, de hecho, difundían el contagio.
Por supuesto, no todos acataban las medidas. Documentos legales en los Archivos Nacionales de Reino Unido muestran que en abril de 1665, Carlos II ordenó castigos severos para un grupo de personas que quitaron la cruz y el papel de su puerta “de manera desenfrenada”, para “salir a la calle promiscuamente, con otros”. Nos hace recordar a todos esos estadounidenses modernos que fueron a las playas en Florida durante spring break, a pesar de lo que los expertos en salud pública les dijeron.
Pepys era un creyente en la ciencia y trató de seguir los consejos más vanguardistas de sus amigos médicos. Esto incluía fumar tabaco como medida preventiva, porque el humo y el fuego purificarían el “aire malo”.
La charlatanería siempre estará con nosotros, pero también hubo algunos buenos consejos. Durante la Gran Peste, los dependientes de tiendas pedían a sus clientes que echaran sus monedas en platos con vinagre para esterilizarlas, usando la versión del siglo 17 del desinfectante de manos.
Así como algunos políticos estadounidenses culpan a los chinos del coronavirus, hubo británicos del siglo 17 que culparon a los holandeses de propagar la peste. Otros se lo achacaron a los londinenses.
Para fines de 1666, la peste había iniciado su retirada de Inglaterra, pero un desastre llevó a otro. En el otoño, el Gran Incendio de Londres destruyó el centro de la ciudad en un siniestro de una semana de duración.
El daño fue tan extenso en parte porque los funcionarios municipales tardaron en responder, habiendo pasado ya más de un año lidiando con la peste. El incendio dejó a 70 mil londinenses sin techo y furiosos, amenazando con disturbios.
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Mientras que el alcalde de Londres emitía órdenes para evacuar la ciudad, Pepys tenía preocupaciones más ordinarias: escribió sobre ayudarle a un amigo a cavar una fosa en su jardín, donde los dos hombres enterraron “mi queso parmesano, así como mi vino y algunas otras cosas”.
Aún durante un suceso que cimbra a la civilización, la gente no deja de acaparar cosas extrañas, como papel higiénico —o queso.
A pesar de la guerra, la peste y el incendio, Londres sobrevivió. Los habitantes de la ciudad reconstruyeron relativamente rápido, siguiendo el mismo trazado básico de las calles.
Pepys sobrevivió. Los expertos aún no están seguros de si logró recuperar su queso.
Annalee Newitz es autora más recientemente de “The Future of Another Timeline”.
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