Director retrata absurda realidad
En Corea del Sur, “Parasite” ha contribuido al debate en ese País sobre la desigualdad económica.
- A.O. Scott
- - Publicado: 21/12/2019 - 06:00 am
“¡Es tan metafórico!”, exclama Kim Ki-woo poco después de iniciarse “Parasite” (Parásito), la película de Bong Joon Ho que fue estrenada en mayo. Ki-woo es el hijo de edad universitaria de una de las dos familias, los empobrecidos Kim y los adinerados Park, cuyos destinos se entrelazan con resultados terribles y comiquísimos. Ki-woo usa la frase unas cuantas veces.
Al poco tiempo, Ki-woo deja de hablar sobre metáforas. Tal vez porque las cosas empiezan a tornarse serias. Toma un trabajo como maestro particular de la hija adolescente de los Park y muy pronto, toda su familia está empleada, bajo premisas dudosas e identidades falsas, en el hogar de los Park.
O tal vez la realidad de los Kim se ha convertido en una alegoría perturbadora de la vida moderna, y Ki-woo no ve las metáforas del mismo modo en que un pez no se percata del agua. Lo que comenzó como una estafa astuta se ha convertido en una fábula.
En Corea del Sur, “Parasite” ha contribuido al debate en ese País sobre la desigualdad económica. En Estados Unidos, donde revolotean argumentos similares, ha empezado a transformar a Bong de un realizador con público de culto a un cineasta internacional de primer nivel.
Bong, quien tiene 50 años y siete largometrajes a su nombre, combina dotes para el espectáculo con conciencia social. Le gustan las persecuciones desenfrenadas e improbables, pero no hace trampa en la física. Sin embargo, pese a su amor por lo absurdo, no juega con la psicología humana. Las acciones y reacciones en sus películas a menudo son sorprendentes, pero siempre tienen sentido. Sus personajes tienen gravedad, elegancia y una buena dosis de estupidez.
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Sin embargo, llamar realista a Bong sería equivocado. La película suya que llamó primero la atención de los geeks del género a escala global fue su tercer largometraje, “The Host” (El Huésped) (2006), sobre un gigantesco pez mutante y carnívoro. En el 2013, llegó “Snowpiercer” (Perforanieve) (basada en una novela gráfica francesa), que confirmó el estatus de Bong como realizador de acción internacional.
Eso fue seguido por “Okja” (2017), una actualización disparatada del material básico de “La Telaraña de Charlotte” (una niña en una granja lucha por salvar la vida de su cerdito) para una era de ingeniería genética, medios masivos y capitalismo multinacional.
“Parasite” es más realista que esos filmes. Devuelve a Bong a los entornos coreanos rutinarios de sus dos primeros largometrajes, la comedia grotesca “Barking Dogs Never Bite” (Perro Que Ladra No Muerde) y el drama de detectives “Memories of Murder” (Recuerdos de un Asesinato), así como “Mother” (Madre), su obra maestra (2009) sobre una mujer cuyo hijo adulto mentalmente discapacitado es acusado de matar a una estudiante. “Parasite” es más noir que ciencia ficción, absurda hasta que se vuelve melodramática.
Las películas de Bong ahondan en problemas éticos complicados y disfunción social. Sus historias a menudo son trágicas, pero el estado de ánimo suele ser más exuberante que sombrío. Todo lo espantoso de los seres humanos y sus circunstancias quedan vívidamente exhibidas. Pero el objetivo no es la burla ni el sensacionalismo simplista. Lo más impactante sobre los filmes de Bong tal vez sea su sinceridad, el humanismo cálido que destella a través de las crónicas de rencor, pereza y autoengaño.
El sentido de solidaridad de clase de Bong, hilado a través de todas sus película, no involucra idealizar a la gente que está en el extremo perdedor de una despiadada competencia económica.
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Vemos competir a jugadores en un juego arreglado de antemano con resultados potencialmente mortales y árbitros poco fiables. Las instituciones —escuelas, compañías, gobiernos— son cómica y también letalmente inútiles. Los vínculos familiares son los únicos lazos que cuentan, pero las familias son un desastre. La única respuesta es una especie de ingenio sagaz.
Lo que hace que “Parasite” sea tan exitoso es la forma en que es al mismo tiempo fantástica y fiel a la realidad, intensamente metafórica y devastadoramente concreta.
Un rasgo sumamente comentado de la existencia humana en este momento es lo distópica que se siente. Monstruos caminan entre nosotros. La corrupción es normal. La confianza, fuera de un circulo estrecho de amigos o familiares, es inconcebible. Vivimos en el mundo de Bong. Literalmente.
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