Cuando un negocio familiar llega al final de su camino
- Alan Mattingly
La realidad detrás de ese ideal con frecuencia es más complicada, particularmente en el caso de empresas más pequeñas que dependen de que los hijos compartan la pesada carga de trabajo y tomen las riendas cuando llegue el momento.
![A muchos padres chinos les da gusto que sus hijos no sigan sus pasos trabajando en restaurantes, que exige largas horas. Foto / Lauren Lancaster para The New York Times.](https://www.panamaamerica.com.pa/sites/default/files/imagenes/2020/02/03/ref_01_lens_2-2_0.jpg)
A muchos padres chinos les da gusto que sus hijos no sigan sus pasos trabajando en restaurantes, que exige largas horas. Foto / Lauren Lancaster para The New York Times.
Existe un ideal romántico respecto al negocio familiar: un proyecto para ganarse la vida desarrollado a partir de amor y compromiso, heredado de los padres, abuelos y más allá.
“Una compañía a menudo mantiene unidas a las familias al brindar a los miembros una identidad compartida y un estatus en la comunidad establecido por generaciones anteriores”, escribió Paul Sullivan, de The New York Times.
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La realidad detrás de ese ideal con frecuencia es más complicada, particularmente en el caso de empresas más pequeñas, los negocios familiares que dependen de que los hijos compartan la pesada carga de trabajo y tomen las riendas cuando llegue el momento.
¿Qué sucede cuando esos hijos no quieren las riendas?
Ése es frecuentemente el caso en las granjas familiares estadounidenses, que se han estado tornando cada vez más grises a medida que las generaciones más jóvenes han escogido vidas diferentes. Eso ha dejado a personas como Frank y Sherry Hull sin buenas opciones.
La pareja opera una granja de 105 hectáreas al norte de Nueva York que ha estado en la familia de él durante 240 años. Sus cuatro hijos se criaron trabajando en la granja, pero ninguno puede hacerse cargo. Uno de ellos murió en un accidente automovilístico, dos se han mudado para dedicarse a otras profesiones y el cuarto no tiene interés en quedarse con la granja.
Frank, de 71 años, y Sherry, de 67, ya no pueden con la carga. Así que, al menos que den con una solución, van a venderla. Es una decisión dolorosa.
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“Si Frank deja de trabajar, siente que está decepcionando a sus parientes y que toda la línea genealógica se ha roto”, comentó Sherry Hull a The Times.
David Haight, de la organización American Farmland Trust, dijo que muchas familias granjeras “están en la situación de los Hull o aproximándose a ello. Son ricos en tierras y pobres en dinero, y se preguntan, ‘¿qué hacemos con este negocio familiar que hemos creado?’”.
A unos 60 kilómetros de la granja de los Hull, Tom y Faye Lee Sit también están envejeciendo con su negocio familiar, Eng’s, un restaurante chino-estadounidense donde Sit ya trabajaba antes de comprarlo hace más de 40 años.
Igual que los Hull, no están seguros de qué sucederá con la labor de toda su vida. Igual que los hijos de los Hull, las hijas de los Sit no se harán cargo. Pero a los Sit les da gusto.
“Esperaba que tuvieran una vida mejor que la mía”, afirmó Tom Sit, de 76 años, sobre sus hijas, que son profesionistas.
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Es una historia común para los inmigrantes que operan restaurantes de comida china en EE. UU., al tiempo que sus hijos se dedican a trabajos menos extenuantes. En las 20 principales zonas metropolitanas de EE.UU., ha habido una disminución de mil 200 restaurantes de comida china en los últimos cinco años.
En busca de libertad y un empleo, Sit partió de China a Hong Kong en 1968 y emigró a EE. UU. en 1974. Él y otros como él hallaron una oportunidad en la cocina.
“Éstas personas no vinieron a ser chefs; vinieron a ser inmigrantes, y cocinar era la forma en que se ganaban la vida”, señaló Jennifer 8. Lee, autora de un libro sobre restaurantes de comida china, “The Fortune Cookie Chronicles” (Crónicas de la Galleta de la Fortuna).
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