Coronavirus tiene raíces culturales
- Yi-Zheng Lian
La epidemia es debido a las creencias chinas tradicionales sobre los poderes de ciertos alimentos, que ha alentado algunos hábitos arriesgados. En particular, está el aspecto de la cultura de la alimentación china conocido como “jinbu”, que significa, en términos aproximados, llenar el vacío.

Una civeta, que se sospecha transmitió el virus del SARS a los humanos, en Wuhan, China, en el 2003. Foto / Agence France-Presse — Getty Images.
La nueva enfermedad causada por un coronavirus tiene ahora nombre: COVID-19. Tomó un tiempo. El genoma del virus fue secuenciado en el curso de más o menos dos semanas tras su aparición, pero durante muchas semanas más no sabíamos cómo llamarle, ni a la enfermedad que causa.
Durante un tiempo, en algunos sectores, se le conoció como “neumonía de Wuhan”, debido a la ciudad en la región central de China donde se detectaron las primeras infecciones humanas. Pero las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que bautizó al COVID-19 hace poco, desalientan nombrar enfermedades con base en ubicaciones o personas para evitar “impactos negativos no intencionales al estigmatizar a ciertas comunidades”.
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Y de hecho, así sucedió. El 29 de enero, un tabloide australiano propiedad de Rupert Murdoch presentó en su primera plana una mascarilla médica roja sellada con la frase “Pandamonio por virus chino”: el énfasis en “panda” fue decisión del periódico, así que el error en la palabra que resaltó presuntamente también fue deliberado. Un estudiante chino en Melbourne protestó en un ensayo en otro periódico, “Este virus no es ‘chino’”.
Por supuesto que el virus no es chino, incluso si con el tiempo se rastrea su origen a una cueva en China; ni tampoco lo es la enfermedad que causa.
Las epidemias, por otra parte, a menudo son sociales o políticas.
Dos factores culturales ayudan a explicar cómo es que la incidencia natural de un solo virus que infecta a un solo mamífero podría haberse convertido en una crisis de salud mundial. Y ahora, el aspecto controvertido de este argumento: ambos factores son, por excelencia, aunque no de forma exclusiva, chinos.
El primero es el historial sumamente largo de China de culpar al mensajero.
Un doctor que había reportado en las redes sociales el riesgo de un posible brote viral figuró entre varias personas que fueron citadas por la Policía en Wuhan a principios de enero para advertirles que no difundieran rumores. Murió hace poco, tras resultar infectado de COVID-19.
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De manera similar, la epidemia de SARS —causada por otro coronavirus— que estalló en el sur de China a fines del 2002 fue encubierta por las autoridades locales durante más de un mes, y el cirujano que fue el primero en hacer sonar la alarma estuvo detenido bajo arresto militar durante 45 días.
En el 2008, estalló un escándalo debido a fórmula para bebés contaminada, después de que se descubrió que productores chinos importantes añadieron melamina a la leche en polvo. (Seis bebés murieron; 54 mil tuvieron que ser hospitalizados). Cuatro años después, el delator al que se le adjudicó el crédito por sacar el problema a la luz murió acuchillado bajo circunstancias misteriosas.
Es cierto que los gobernantes de China en ocasiones solicitan opiniones honestas de sus gobernados —pero sólo de cierto tipo o, por lo general, durante un tiempo limitado.
Castigar a la gente que dice la verdad no es un invento de la China moderna bajo los comunistas —aunque el partido, como sería de esperarse, ha perfeccionado la práctica. Y ahora, amordazar al mensajero ha ayudado a propagar el mortal COVID-19.
Un segundo factor cultural detrás de la epidemia son las creencias chinas tradicionales sobre los poderes de ciertos alimentos, que ha alentado algunos hábitos arriesgados. En particular, está el aspecto de la cultura de la alimentación china conocido como “jinbu”, que significa, en términos aproximados, llenar el vacío. Algunas de sus prácticas son folclóricas o esotéricas, pero el concepto es generalizado incluso entre chinos que no las siguen.
Es mejor curar una enfermedad con comida que con medicina, inicia la teoría holística. Las enfermedades resultan de cuando al cuerpo se le agotan la sangre y la energía —aunque no el tipo de sangre y energía que se estudian en biología y física, sino una versión mística.
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Para los hombres, lo más importante es llenar el vacío de energía, que se relaciona con virilidad y proeza sexual; para las mujeres, el énfasis está en reemplazar la sangre, lo que mejora la belleza y la fertilidad. Se cree que plantas y animales poco comunes en estado silvestre brindan el mejor reabastecimiento, sobre todo cuando se consumen frescos o crudos. Se dice que el invierno es la temporada en la que el cuerpo necesita más alimentos “jinbu”. (¿Podría eso ayudar a explicar por qué tanto el SARS como la epidemia actual surgieron durante esa época del año?).
Los creyentes acérrimos del “jinbu” parecen estar convencidos también de esta noción: “Comer formas similares fortalece formas similares”, donde la palabra “formas” en ocasiones hace referencia a órganos humanos y sus funciones. Los adeptos incluyen entre sus favoritos una larga lista de alimentos exóticos —cuyos métodos de obtención o preparación pueden ser rotundamente crueles y algunos son simplemente demasiado repugnantes como para describirlos aquí.
He visto serpientes y los penes de toros o caballos —excelentes para los hombres, dice la teoría— ofrecidos en restaurantes en muchas ciudades en el sur de China. Se dice que los murciélagos, que se piensa que son la fuente original tanto del coronavirus actual como del virus del SARS, son buenos para restablecer la vista —sobre todo las heces granulares de los animales, llamadas “arenas de brillo nocturno”. Vesículas y bilis extraídas de osos vivos sirven para tratar la ictericia; el hueso de tigre es para erecciones.
Más mundana y no por eso menos popular es la civeta de las palmeras, un cuadrúpedo pequeño y salvaje que se sospecha transmitió el virus del SARS a los humanos. En un guiso con carne de víbora, se dice que cura el insomnio.
Gente menos adinerada podría recurrir a la carne de perro —de preferencia de un perro que ha sido perseguido antes de ser sacrificado, debido a que algunas personas creen que se obtienen más beneficios “jinbu” al comer un animal cuya sangre y energía se encontraban en niveles altos. Del mismo modo, se piensa que animales sacrificados justo antes de ser servidos son más potentes en “jinbu”, un motivo por el que las propuestas más exóticas en los mercados de comida suelen venderse vivos —lo que también hace que sean portadores más potentes de cualquier virus que podrían tener.
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El consumo de fauna exótica ha sido respaldado por académicos. Las creencias en torno a los beneficios de salud de ciertos alimentos de vida silvestre permean la cultura.
Muchos pueblos en muchos otros países también consumen alimentos exóticos. Pero lo que destaca en China es que estas creencias están integradas a la conciencia colectiva china.
El brote actual de COVID-19 ha recibido ayuda de dos prácticas culturales fundamentalmente chinas. Esto podría ser incómodo de escuchar y la noción incluso podría parecerle ofensiva a algunos. Pero es necesario investigar todas las causas detrás de esta epidemia mortal, independientemente de su naturaleza —porque si no lo hacemos, lo único que haremos es abrirle la puerta a la siguiente.
Yi-Zheng Lian, comentarista sobre Hong Kong y asuntos asiáticos, es profesor de economía en la universidad Yamanashi Gakuin, en Japón.
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