Colombia se preocupa por proteger la palma de cera
La palma del Quindío, la especie que predomina en Colombia, fue designada como el árbol nacional del país en 1985, pero ese reconocimiento no conllevó protección. Muchas quedaron varadas en pastizales y campos de hortalizas, vestigios de bosques pasados.
- Jennie Erin Smith
- - Publicado: 24/11/2019 - 06:00 pm
En 1991, Rodrigo Bernal, un botánico que se especializa en palmas, iba conduciendo por la cuenca del río Tochecito, un cañón apartado en la montaña de la zona central de Colombia, cuando tuvo un presentimiento.
Con Bernal iban dos expertos en palmas: su fallecida esposa, la botánica Gloria Galeano, quien trabajaba con él en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, y Andrew Henderson, de Nueva York. Estaban en busca de la palma de cera del Quindío, la palma más alta del mundo.
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Desde hace mucho tiempo, las palmas de cera han fascinado a los exploradores y a los botánicos por su altura impresionante, algunas llegando a medir hasta 60 metros. Una gruesa capa de cera recubre su tronco, algo que no se observa en otras palmas, y habitan donde no deberían vivir las palmas: en las laderas frías de los Andes a una elevación de hasta 3 mil metros de altura.
“Eran unas palmas emblemáticas y enormes de las que no se sabía mucho”, dijo Henderson hace poco.
La palma del Quindío —la especie que predomina en Colombia— fue designada como el árbol nacional del país en 1985, pero ese reconocimiento no conllevó protección. Muchas quedaron varadas en pastizales y campos de hortalizas, vestigios de bosques pasados. Las palmas de cera no pueden reproducirse fuera de un bosque: sus plántulas mueren al darles el sol o son consumidas por vacas y cerdos.
En el palmar más grande de Colombia sólo quedan unas cuantas miles de ellas. Pero los científicos habían oído decir que había cientos de miles más refundidas en la cuenca del río Tochecito —en lo que sería el bosque de palmas de cera más grande del mundo. El problema es que nadie podía llegar a ese lugar sin peligro.
Bernal sabía que todo el cañón estaba controlado por guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). No se atrevieron a internarse mucho, pero sí lo suficiente como para ver palmares exuberantes cayendo de las cimas de montañas como en cascada, sus troncos pálidos cubiertos de cera extendiéndose como fósforos del oscuro sotobosque. Era el mismo paisaje que había contemplado en 1801 Alexander von Humboldt, el explorador alemán. Humboldt posteriormente describió la vista como una de las más conmovedores de todos sus viajes: “un bosque arriba de un bosque, donde palmas altas y esbeltas penetran el velo frondoso que las rodea”.
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Los científicos pudieron regresar a Tochecito en el 2012, una vez que el Ejército colombiano expulsó a las FARC. Ahora, Bernal y María José Sanín, botánica en la Universidad CES, de Medellín, intentan salvar las palmas y estudiarlas.
Un día, Bernal se detuvo ante un árbol y usó una moneda para rascar cera de un tronco. Se hizo polvo al caer. Una vez que la cera es retirada, desaparece para siempre, aunque las palmas no parecen sufrir daño. Bernal dijo que durante mucho tiempo se ha preguntado si esta fue la cera que los pueblos pre colombinos de la región usaron para vaciar sus figuras de oro: “¿Por qué molestarse con cultivar abejas cuando simplemente podías subirte a un árbol?”.
El único santuario de palma de cera establecido en Colombia está cerca de Jardín, un pueblo en la zona cafetalera. Es operado por un grupo de conservadores de aves cuyo objetivo es proteger al loro orejiamarillo en peligro de extinción, una especie que anida en los troncos de la palma de cera. El problema: las palmas deben estar muertas.
“Esa población de palmas es vieja y muere de manera masiva”, señaló Sanín.
En el 2012, los científicos emprendieron una iniciativa para proteger cerca de 2 mil palmas de cera cerca de Salento, un pueblo popular con los turistas, pero donde también hay mucho ganado pastando y existe la amenaza de la minería. Su plan no despertó mucho interés entre los lugareños.
Volcaron entonces sus esfuerzos a Tochecito, donde había aproximadamente medio millón de palmas creciendo en tierras privadas.
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Una empresa sudafricana quiere crear una enorme mina de oro a cielo abierto en el área. Por ahora, varias comunidades rurales han rechazado la minería y optado por la agricultura y el turismo. Unos cuantos terratenientes han creado reservas de palmas de cera. Otro está desplazando las manadas de ganado y dando la bienvenida a turistas.
Una mañana reciente, las coronas de las palmas de cera podían ser vistas rebasando la línea de nubes, al tiempo que tucanes, cotorros y otras aves disfrutaban un festín de las frutas rojas-naranjas de los árboles. Dos turistas de Berlín descansaban, admirando las palmas.
Uno de ellos, Michael Pahle, dijo que pensaba que, en comparación con éstas, las palmas de cera más famosas de Salento parecían “algo más dispersas y tristes” en comparación.
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