Artesanos mexicanos defienden sus obras del plagio
- Elisabeth Malkin
En los últimos meses, marcas internacionales han publicitado productos decorados con la iconografía de los otomíes, sin mencionar su fuente.
SAN NICOLÁS, México — Todo un misterio rodea el origen de los diseños plasmados en los elaborados bordados hechos en San Nicolás, un pueblo en el altiplano de México.
Pero para Glafira Candelaria José, quien tiene toda la vida bordando esas imágenes, sólo puede haber una fuente. “Diosito”, dijo.
Los vívidos diseños de los artesanos de la comunidad otomí en esta región están inspirados en la vegetación y la vida silvestre endémica: venados, aves, pumas y zorros.
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En el curso de las últimas décadas, los artesanos de San Nicolás y otros poblados alrededor del pueblo principal de esa región, Tenango de Doria, en el Estado de Hidalgo, han convertido el oficio que ejercían para sobrevivir en una industria artesanal.
Los tenangos, como se les conoce a las piezas bordadas, han llegado a un mercado mundial.
En los últimos meses, marcas internacionales han publicitado productos decorados con la iconografía de los otomíes, sin mencionar su fuente. Algunos tachan a esto de “apropiación cultural”; los aldeanos lo llaman plagio.
Ahora, las copias internacionales han generado cartas serias de la Secretaria de Cultura de México y un debate renovado sobre cómo proteger la propiedad intelectual de las comunidades indígenas.
Varios artesanos de tenangos han empezado a registrar sus diseños bajo la ley mexicana de derecho de autor. Entre ellos figura Adalberto Flores, que hace tres años entabló una demanda judicial contra Nestlé por vender una taza de cerámica con imágenes parecidas a las suyas. La compañía negó todo acto indebido y el caso no ha sido resuelto.
Mientras tanto, Nestlé ganó un fallo judicial este año que invalida su registro de derecho de autor.
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Benetton utilizó lo que parecía un diseño de tenango en un traje de baño este verano. La empresa afirmó que el diseño “surgió de una búsqueda en Internet” y que “su departamento de productos no estaba consciente del trabajo tradicional de esta comunidad”.
Alma Yuridia Santos Modesto, miembro de un colectivo de artesanos en el poblado cercano de El Dequeña, dijo que la visibilidad que conllevan las marcas globales “le da un gran empuje a nuestra labor”. Pero añadió: “sería agradable que nos tomaran en cuenta. Por lo menos dándonos un poquito más de trabajo”.
Su colectivo bordó bolsas para Carolina Herrera hace unos años. Pero más recientemente, la casa de modas utilizó iconografía de los tenangos en sus colecciones 2020 sin dar crédito. Después de la queja de la Secretaria de Cultura, la empresa dijo que su diseñador “quería demostrar su profundo respeto por las artesanías mexicanas”.
La tradición de los tenangos es nueva para los estándares mexicanos, pues los otomí o hñähñu, como se autodenominan, desarrollaron esta singular iconografía en los 60s.
Para la mayoría de los artesanos, el vínculo con la moda internacional es una distracción de la preocupación de cómo ganarse la vida.
Quienes ejecutan el bordado ganan menos de 10 dólares por bordar un cuadrado del tamaño de un cojín pequeño. Algunos artesanos, conocidos como “dibujantes”, trazan los diseños en la tela y ganan más. Unos cuantos dibujantes, con diseños famosos, sueñan con mostrar su obra a un público global.
No hay un solo banco en Tenango de Doria. El camino a San Nicolás está pavimentado, pero la mayoría de las otras aldeas están al final de caminos de tierra. Como resultado, muchos artesanos no tienen más remedio que vender a los intermediarios que establecen los precios.
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“Competimos entre nosotros mismos y eso baja el precio”, dijo Rebeca López Patiño, mientras extendía un mantel que ella dijo que debería costar unos 250 dólares. Un comprador le ofrecía sólo 150, dijo.
Pero tal vez la mayor preocupación es cuántas personas de la siguiente generación seguirán los pasos de sus padres.
Faustina José, de 43 años, dijo que sólo uno de sus cuatro hijos dibuja y borda con ella; los otros tres están en Estados Unidos.
“Se está perdiendo”, dijo del oficio que la ayudó a salir de la pobreza. “La gente joven ya no quiere hacerlo. Prefieren trabajar o estudiar”.
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