Armas, la mortal exportación de Estados Unidos
Las armas estadounidenses ingresan cotidianamente al país en barcos e inundan ciudades como Kingston, la capital, donde las pandillas en guerra utilizan rifles de asalto de alto grado.
- Azam Ahmed
- - Actualizado: 09/9/2019 - 03:30 pm
CLARENDON, Jamaica — Llegó a Jamaica procedente de Estados Unidos hace unos cuatro años, de manera ilegal, oculta para evitar que la detectaran. En unos cuantos años, se convirtió en una de las asesinas más buscadas del país.
Causó estragos en el condado de Clarendon, responsable de nueve muertes confirmadas, incluyendo un homicidio doble afuera de un bar, el asesinato de un padre en un velorio y el homicidio de una madre soltera de tres hijos. Su violencia era indiscriminada: disparó y casi mató a una chica de 14 años que se alistaba para ir a la iglesia.
Con pocas pistas para identificarla, la policía la bautizó como Briana. Sólo se conocía su país de origen, EEUU, donde había sido prácticamente imposible de rastrear desde 1991. Era un fantasma, la octava asesina más buscada en una isla donde abundan los asesinatos y que tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Y sólo era una de miles.
Briana, con el número de serie 245PN70462, era una pistola Browning de 9 milímetros.
Un brote de violencia está aquejando a Jamaica, nacida de pandillas de poca monta, criminales en disputa y riñas de vecindario que datan de generaciones: odios heredados y atizados por el orgullo. Este año, el Gobierno declaró un estado de emergencia para frenar el derramamiento de sangre, enviando al Ejército a las calles.
Armas como Briana radican en el epicentro de la crisis. A nivel mundial, el 32% de los homicidios se comete con armas de fuego, de acuerdo con el Instituto Igarapé, un grupo de investigación. En Jamaica la cifra supera el 80%. La mayoría de estas armas proviene de Estados Unidos, donde se obtienen gracias a las laxas leyes de control de armas estadounidenses, que facilitan las matanzas.
Mientras que el debate sobre el control de armas en Estados Unidos ha estallado de manera intermitente durante décadas, las armas de fuego estadounidenses están inundando México y otros países en el Caribe y Centroamérica y detonando niveles récord de violencia, en parte debido a restricciones que dificultan, o a veces casi imposibilitan, el monitoreo de las armas y la ruptura de las redes de contrabando.
En EEUU, la discusión en materia de armas se enfoca casi exclusivamente en las políticas, las consecuencias y los derechos constitucionales de los ciudadanos estadounidenses, con frecuencia enmarcada por la afirmación de que “las armas no matan a las personas; son las personas quienes matan a las personas” —que los actos irresponsables de unos cuantos no deben dictar el acceso para todos.
En Jamaica, no hay ese debate. Los agentes de imposición de la ley, los políticos, e incluso los pandilleros en las calles están de acuerdo: es la abundancia de armas, típicamente de Estados Unidos, lo que convierte al país en un lugar tan mortífero.
“Muchas personas en Estados Unidos ven al control de armas como un asunto enteramente interno”, comentó Anthony Clayton, autor principal de las Políticas de Seguridad Nacional de Jamaica 2014. Sin embargo, los “vecinos muy sufridos” de Estados Unidos, “cuyos ciudadanos están siendo asesinados por armas estadounidenses, tienen una perspectiva muy distinta”.
Las armas de fuego desempeñan un papel tan central en los asesinatos en Jamaica que las autoridades llevan una lista de las treinta armas más mortíferas del país, con base en verificaciones mediante pruebas balísticas. Para darles seguimiento, les dan nombres como Fantasma o Ambrogio.
Algunas, como Briana, están tan mal documentadas que la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de Estados Unidos (ATF,) no tiene más que una hoja de papel con el nombre y los detalles del comprador original, de acuerdo con documentos confidenciales vistos por The New York Times.
La pistola semiautomática Browning, adquirida por un campesino en Greenville, Carolina del Norte, en 1991, desapareció de los registros públicos durante casi 24 años, hasta que de pronto comenzó a causar estragos en Jamaica. Durante tres años, su huella balística la vinculó con varios tiroteos, lo cual desconcertó a los cuerpos de imposición de la ley. Finalmente, después de un enfrentamiento armado con la policía, fue recuperada el año pasado y por fin terminó su trayectoria sangrienta.
Las autoridades rastrearon al propietario original del arma mediante el número de serie. Sin embargo, eso no explica cómo terminó en Jamaica décadas después, ni cómo pueden las autoridades evitar que llegue otra Briana.
El misterio no es ningún accidente. Por ley, en Estados Unidos no se exige a los vendedores de armas autorizados mucho más aparte de registrar los datos de las ventas minoristas, y generalmente no tienen que informarlas a las autoridades. Después de eso, si el arma es robada, si se pierde o se entrega a alguien más, sólo a veces se requiere papeleo.
Sólo unos cuantos Estados del país exigen el registro de algunas o de todas las armas de fuego. Varios Estados lo prohíben. Y no hay un registro nacional integral de los propietarios de armas. Está prohibido que el Gobierno federal genere uno.
Llega Briana
A partir de documentos del tribunal, archivos de casos, docenas de entrevistas y datos confidenciales de agentes de la Policía en ambos países, el Times siguió el rastro de una sola arma —Briana— a nueve homicidios en Clarendon, una zona mayoritariamente rural de Jamaica donde la violencia se ha elevado en años recientes.
Es sólo una de cientos de miles de armas que salen de Estados Unidos y abruman a países latinoamericanos y caribeños. Más de 100 mil personas son asesinadas todos los años a lo largo de la región, la mayoría por armas de fuego.
“Aún lo amo y lo extraño en todo momento”, dijo Clovis Cooke padre, llorando por el asesinato de Clovis, su hijo, que fue baleado en 2017 con Briana.
“Él me cuidaba”, dijo Cooke sobre su hijo. “Todas las semanas venía y me traía comida y víveres, y pagaba los recibos”.
Jamaica rebosa de pérdidas como ésta. Las armas estadounidenses ingresan cotidianamente al país en barcos e inundan ciudades como Kingston, la capital, donde las pandillas en guerra utilizan rifles de asalto de alto grado.
Las leyes de control de armas de Jamaica son relativamente estrictas, por lo que hay menos de 45 mil armas de fuego legales en un país con casi 3 millones de habitantes. Pero está lleno de armas ilegales. Las autoridades jamaiquinas, que calculan que se introducen de contrabando 200 armas estadounidenses al país cada mes, piden de manera rutinaria a los funcionarios de EEUU que analicen algunas de las armas que decomisan en redadas, durante operativos de tránsito o en los puertos.
De las casi mil 500 armas que la ATF revisó del 2016 al 2018, el 71% provenía de EEUU.
Las cifras son similares en México, que ha estado cabildeando a Estados Unidos durante más de una década para que frene el flujo de armas ilegales al sur. Según algunos cálculos, se trafican más de 200 mil armas a México cada año, muchas para alimentar las enormes redes criminales que se disputan el negocio del tráfico de drogas destinadas a EEUU, con valor de miles de millones de dólares.
Pero en Jamaica, los asesinatos rara vez son provocados por ganancias tan cuantiosas. El narcotráfico ya ha visto pasar sus mejores días, el crimen organizado se ha fracturado y la mayoría de los antiguos capos del crimen organizado han sido asesinados o encarcelados.
En lugar de eso, las armas en Jamaica a menudo se usan en riñas insignificantes, peleas de vecindario y guerras territoriales que datan de hace décadas, de cuando los partidos políticos eran los responsables de gran parte de la violencia en el país.
Desaparecida
Johnnie Ray Dunn entró a una tienda de armas en Carolina del Norte a fines de 1991 y compró un icono estadounidense: una pistola Browning de 9 milímetros.
Dunn, un granjero, se fue a casa con un arma que, si se le daba mantenimiento, duraría toda una vida.
Ahí comenzó el rastro documental de Briana —y ahí terminó.
Cinco años antes, el presidente Ronald Reagan había firmado un proyecto de ley que prohibía la creación de cualquier registro nacional de armas de gran alcance, una ley clave en la historia del control de armas en Estados Unidos.
La Asociación Nacional del Rifle (NRA) cabildeó en grande a favor del proyecto de ley, que muchos consideraban una manera de expandir las ventas al asegurar el acceso fácil a las armas de fuego.
La ley prohibió de manera eficaz la creación de un sistema federal de registro de todas las armas de fuego. Así que cuando el arma de Dunn de pronto apareció en Jamaica, vinculada a una serie de homicidios de 2015 a principios de 2018, nadie pudo averiguar cómo llegó ahí.
Herramienta de gángster
Todo lo que saben es que, más de 20 años después de ser vendida en Carolina del Norte, el arma se convirtió en una de las más letales en Jamaica, la herramienta de un pandillero tuerto llamado Hawk Eye, “Ojo de Halcón”.
A Samuda Daley le pusieron ese apodo cuando era niño. Después de que una cirugía infructuosa dejó uno de sus ojos cubierto de una capa lechosa, nació su alias.
Daley era fruto de la violencia, formado por su presencia casi constante en su vida.
Se unió a la pandilla Gaza, un grupo de jóvenes que habían crecido juntos en un conjunto de calles muy cercanas en Clarendon. En el crisol de la pobreza y la desesperanza, donde conflictos pequeños pueden volverse mortales, se enemistaron con una banda similar, la pandilla King Street. La rivalidad creció rápidamente.
El 19 de septiembre de 2015, casi exactamente 24 años después de que Dunn adquirió el arma, apareció la primera señal de su llegada a Jamaica: un hombre llamado Okeeve Martin fue asesinado con una pistola Browning 9 milímetros.
El motivo parecía ser una venganza: le habían disparado por error a la novia del líder de la pandilla Gaza en un incidente previo. Ella sobrevivió, pero los rumores señalaron a Martin, y pronto hubo represalias.
El arma no fue usada durante un año, hasta que el 6 de septiembre de 2016 cobró la vida de Shane Sewell, un chico de 17 años. Terminó en una zanja, lleno de balas, algunas de la misteriosa Browning.
Los funcionarios creen que fue asesinado durante una disputa por otra arma de fuego. En Jamaica, quienes tienen armas a menudo las rentan. La persona que la alquila, que quizá quiere llevar a cabo un asalto o incluso matar a alguien, paga una cuota para usar el arma. Después la devuelve. Dado el potencial para generar ingresos que tiene un arma, cuando una se pierde o la roban, las consecuencias pueden ser mortales.
Transición al crimen
Gran parte de las riñas actuales tienen su origen en conflictos que datan de mucho antes de que nacieran los gatilleros. En décadas anteriores, los grupos armados leales a alguno de los dos principales partidos políticos combatían entre sí por dominar. Estas redes terminaron por incursionar en la delincuencia, ya sin su enfoque político.
Los líderes locales, conocidos como dons (jefes), se volvieron increíblemente poderosos conforme sus conexiones profundas con EEUU, Canadá y el Reino Unido permitieron que sus empresas criminales se volvieran transnacionales.
No obstante, eso cambió cuando el Gobierno fue tras el narcotráfico en Jamaica. Para 2010, los dons casi eran asunto del pasado.
“Los sicarios políticos se vieron socavados por individuos más jóvenes y menos escrupulosos con propósitos menos claros para la violencia”, dijo Damian Hutchinson, director ejecutivo del Peace Management Initiative, que trabaja para detener la violencia en Jamaica.
Las facciones divididas comenzaron a reñir entre sí, provocando más violencia. Las pandillas se multiplicaron, a más de 250 hoy en todo el país.
Esas facciones armadas han llevando los homicidios a niveles críticos.
La Browning de 9 milímetros se convirtió en una faceta aterradora en este entorno.
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