Añoran las cartas escritas a mano
- Dwight Garner
Algunas buenas cartas por lo común eran compuestas cuando el autor estaba bajo los influjos de la ginebra o el whisky.

Cartas de amigos por correspondencia en un hogar para ancianos. Foto / Charles Krupa/Associated Press.
Antes de que el teléfono las hiriera y el correo electrónico les asestara el tiro de gracia, las cartas escritas a mano eran útiles: le permitían saber quién estaba loco. La caligrafía tipo alambre de púas de un lunático revoloteaba en círculos por toda la página, como una mosca con una sola ala.
Ya no. En Twitter, Gmail, Facebook y otros, los márgenes justificados a la izquierda y derecha pueden templar muchos delirios en ciernes.
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¿Qué hacía que fuera buena una carta? “Las cartas deben aspirar a la condición de conversar”, escribió Iris Murdoch en una de sus propias misivas. “Decir lo primero que se te venga a la mente”. Esto es más difícil de hacer en correos electrónicos, que son menos privados. En una hoja de papel color crema no hay botón de “reenviar”.
Muy a menudo, las cartas eran sexys. “Una correspondencia es algo así como un amorío”, escribió Janet Malcolm en “El Periodista y el Asesino”.
Se dice que Nathaniel Hawthorne se lavaba las manos antes de leer las cartas de su esposa, para no mancillarlas en lo más mínimo. Las cartas de Georgia O’Keeffe y Alfred Stieglitz son tan candentes que aún queman los dedos.
Muchas misivas, igual que muchos correos electrónicos, comenzaban pidiendo perdón por una respuesta tardía. Esas disculpas encerraban un arte en sí. Una de las mejores provino de S.J. Perelman, quien le escribió a un amigo el 16 de marzo de 1945, “tu carta del 22 de diciembre ha estado colgando de mis vigas como morcilla y ahora despide un fuerte olor que debe ser contestado”.
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Algunas buenas cartas por lo común eran compuestas cuando el autor estaba bajo los influjos de la ginebra o el whisky. “Esto ha sido escrito con la ayuda del whisky, como sin duda supones”, dijo Jean Rhys en una de sus cartas, excelentes y a menudo irritables. Samuel Beckett, un incansable compositor de cartas, señaló en una que perder su dentadura le dificultaba comer, pero, afortunadamente, eso no impedía su consumo de bebidas alcohólicas.
A veces, estas observaciones eran más sombrías. John Cheever escribió en sus diarios personales: “Querido yo mismo, estoy sufriendo demasiado con el alcohol”.
En “Lecturas de Mí Mismo”, Philip Roth llamó a la carta no enviada “un género subliterario floreciente con una historia larga y conmovedora”.
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Las cartas no escritas son otro subgénero más. Un ejemplo famoso es mencionado en “Titanic”, la cinta de James Cameron. Al final, cuando Kate Winslet y Leonardo DiCaprio están en las aguas congeladas, aferrándose a la vida, él reúne fuerzas, con los dientes castañeando, para hacer un último chiste heroico.
“No sé tú, pero tengo la intención de escribir una carta con palabras muy duras a (la naviera) White Star Line respecto a todo esto”, afirma.
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