Andamios cubren mucha vida abajo
Son una especie de hogar para los indigentes. Un hombre mantiene alejados a los vándalos con un letrero sobre su ropa de cama que proclama, “Infestación de chinches, ¡no tocar!”.
- Penelope Green
- - Publicado: 15/2/2020 - 06:00 pm
Poco apreciado y estorboso, el andamiaje es la otra arquitectura de Nueva York, su exoesqueleto estilo juguete de construcción Mecano. Ha enfurecido e inspirado a sus residentes, mientras altera para siempre su conducta —hay quienes buscan su protección durante el mal tiempo, o lo evitan con aprensión— mientras siguen despotricando contra su persistencia y ubicuidad, quizá inconscientes de la historia detrás de gran parte de él.
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Una noche de mayo en 1979, Grace Gold, una estudiante de primer año en el Colegio Barnard, caminaba por la calle 115th Street cuando un pedazo de yeso se desprendió de un edificio de la Universidad de Columbia y la mató. El siguiente año, Nueva York adoptó una ley que requería que las fachadas de los edificios se inspeccionaran con regularidad. Si reprueban la inspección, cosa que sí ocurre pues el yeso y el concreto así son, los propietarios deben instalar un pasillo en la acera para proteger a los peatones.
Era una buena ley y tenía sentido resguardar al público de proyectiles lanzados desde el cielo, pero muchos propietarios de edificios optaron por simplemente agregar un pasillo sobre la banqueta en lugar de hacer el trabajo más caro de la fachada. Cuatro décadas después, el legado de Gold —la Ley Local 11, o el “Programa de Inspección y Seguridad de Fachadas”— es responsable de la mitad del andamiaje en la ciudad, con más de 3 mil sitios y casi 28 mil metros de pasillos.
El sistema a veces funciona. No siempre. Una mañana antes de Navidad, Erica L. Tishman, madre de tres hijos, caminaba por la Séptima Avenida cuando unos escombros cayeron desde un edificio de 17 pisos y la mataron. El edificio había sido multado en abril por tener una fachada insegura, y de nuevo en julio, mientras sus propietarios impugnaban la acción de la ciudad en el tribunal. Esa mañana en diciembre, aún no habían erigido un pasillo.
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El tiempo promedio para tener un pasillo instalado sobre la banqueta es de alrededor de un año, pero hay algunos que han durado hasta 11.
Pero la Ley Local 11 no es el único impulsor de pasillos de banqueta. El resto rodea las obras de construcción y, en conjunto, suman más de 480 kilómetros de andamiaje, gran parte en Manhattan.
Los pasillos de acera son un refugio para los albañiles durante descansos para fumar, y un destino para los paseadores de perros durante el mal tiempo. Son una especie de hogar para los indigentes; un hombre mantiene alejados a los vándalos con un letrero sobre su ropa de cama que proclama, “Infestación de chinches, ¡no tocar!”.
Los murciélagos a veces habitan los pasillos de acera, como hizo uno hace unos años en un andamio que dominaba el parque High Line. “Pasó un par de días allí y luego se fue”, dijo Kaitlyn Parkins, experta en murciélagos. Resulta que las ratas no son moradoras de pasillos de acero, al menos no típicamente, señaló Matthew Combs, el prometido de Parkins, cuyo doctorado examinó el parentesco entre sí de las ratas grises urbanas. Las ratas, afirmó, necesitan alimento y agua frecuentes, que un pasillo podría brindar, pero también necesitan tranquilidad. No forman un nido en áreas con mucho tráfico.
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Para Hannah Casey, instructora de yoga, los andamios proporcionan motivación: “siempre hace que quiera hacer gimnasia. Si fuera bailarina de tubo, haría el intento en ellos”.
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