Aire contaminado alteró nuestro ADN
Nuestros antepasados evolucionaron defensas contra estos contaminantes, propusieron los científicos. Hoy esas adaptaciones podrían brindar protección, si bien limitada, contra el humo del cigarro y otras amenazas en el aire.
- Carl Zimmer
- - Publicado: 31/1/2020 - 12:00 pm
Las toxinas en el aire nos hacen daño en un impresionante número de maneras. Junto con vínculos bien establecidos con el cáncer pulmonar y las enfermedades cardiacas, los investigadores están hallando nuevos lazos con trastornos como diabetes y mal de Alzheimer.
Los científicos aún están tratando de determinar cómo provoca la contaminación del aire estas enfermedades. También están desconcertados por la aparente resistencia que tienen algunas personas a este embate.
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Algunos investigadores ahora argumentan que las respuestas a estas interrogantes yacen en nuestro pasado evolutivo.
Nuestros ancestros fueron aquejados por toxinas en el aire desde que eran simios bípedos que caminaban la sabana africana, argumentan Benjamin Trumble, biólogo en la Universidad Estatal de Arizona, y Caleb Finch, de la Universidad del Sur de California, en la edición decembrina de la revista Quarterly Review of Biology.
Nuestros antepasados evolucionaron defensas contra estos contaminantes, propusieron los científicos. Hoy esas adaptaciones podrían brindar protección, si bien limitada, contra el humo del cigarro y otras amenazas en el aire.
No obstante, nuestro legado evolutivo también podría ser una carga, especularon. Algunas adaptaciones genéticas podrían haber incrementado nuestra vulnerabilidad a enfermedades vinculadas con la contaminación del aire.
Hace unos siete millones de años, África gradualmente se estaba volviendo más árido. El Sahara surgió en el norte de África, mientras que pastizales se abrían en el este y el sur del continente.
De manera periódica, la sabana habría sufrido fuertes tormentas de polvo del Sahara.
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Los pulmones de los primeros humanos también podrían haber quedado irritados por los altos niveles de polen y partículas de materia fecal generadas por los animales que pastaban en la sabana.
Finch y Trumble sostienen que los científicos deben considerar si esos nuevos retos alteraron nuestra biología a través de la selección natural.
Una manera es analizando los genes que han evolucionado considerablemente desde que nuestros ancestros se marcharon de los bosques.
Uno de ellos es MARCO, que ofrece los planos para la producción de un gancho molecular usado por las células inmunes en nuestros pulmones. Las células usan este gancho para eliminar bacterias y partículas.
La hipótesis de Finch y Trumble es que el respirar aire sucio impulsó la evolución de MARCO en nuestros ancestros que deambulaban por la sabana.
Más tarde, nuestros ancestros exacerbaron las amenazas en el aire al dominar el fuego. El humo creó una nueva presión evolutiva, dicen Finch y Trumble. Por ejemplo, los humanos evolucionaron poderosas enzimas hepáticas para descomponer las toxinas que pasaban de los pulmones al torrente sanguíneo.
Gary Perdew, toxicólogo molecular en la Universidad Estatal de Pennsylvania, y sus colegas han hallado evidencia de evolución impulsada por el humo en otro gen, AHR.
Este gen crea una proteína. Cuando las toxinas se enganchan en esa proteína, las células liberan enzimas que descomponen los venenos. Pero los fragmentos que deja atrás pueden causar daños en los tejidos.
Algunas variantes genéticas que surgieron en nuestro pasado lleno de humo podrían ofrecer algo de ayuda ahora. Pero Finch y Trumble han estudiado otro gen para el que parece que se aplica lo contrario.
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Los investigadores han descubierto que el gen, ApoE4, aumenta el riesgo de que la exposición al aire contaminado lleve a la demencia.
No obstante, estos estudios se limitaron a países industrializados. Cuando los investigadores miraron a otras sociedades —como campesinos en aldeas pobres en Ghana o moradores de bosques en Bolivia— el ApoE4 tenía un efecto muy diferente.
En estas sociedades, las enfermedades infecciosas siguen siendo una causa importante de muerte, sobre todo en niños. En esos lugares, el ApoE4 aumenta las probabilidades de que la gente sobreviva para llegar a la edad adulta y tener hijos.
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