Abuelas italianas asustadas por acción antipasta
- Jason Horowitz
Funcionarios locales sospechan que la calle de la pasta, en la parte histórica de la Ciudad conocida como Vieja Bari, es la escena de un delito.
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Foto/The New York Times
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Foto/The New York Times
BARI, Italia — Las abuelas abrieron el negocio temprano. Desde cocinas en planta baja que daban directamente a la calle, salieron cantando canciones antiguas, barriendo el piso de piedra y esparciendo su orecchiette casera, la renombrada pasta en forma de oreja, sobre mallas en bandejas de madera.
Mientras la pasta se secaba al sol, Nunzia Caputo, de 61 años, se encontraba sentada haciendo más con su madre. Un hombre de la localidad apareció para comprar un kilo, que Caputo pesó en una báscula tradicional.
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“Aquí siempre está fresca”, dijo, en una cocina repleta de ollas de salsa hirviendo y sacos de harina de sémola. “Si nadie la compra, nos comemos todo. Y sucede esto”, dijo, apuntando a su vientre.
Las productoras de orecchiette de via dell’Arco Basso en la ciudad costera sureña de Bari han atraído a turistas de cruceros y contribuido a que la guía de viajes Lonely Planet nombrara a Bari como uno de los 10 principales destinos de Europa. Pero los funcionarios locales sospechan que la calle de la pasta, en la parte histórica de la Ciudad conocida como Vieja Bari, es la escena de un delito.
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De acuerdo con la Alcaldía, a mediados de octubre, inspectores de Policía hicieron una redada en un restaurante local por servir orecchiette de procedencia no identificable, una violación a las regulaciones italianas y de la Unión Europea. La Policía multó al restaurantero y lo obligó a tirar 3 kilos de pasta.
Los informes noticiosos de noviembre preocuparon de inmediato a las mujeres de Bari, que tienen permitido vender pequeñas bolsas de plástico de pasta para uso personal, pero no tienen licencia para entregar envíos grandes y sin etiqueta a restaurantes. Para empezar, las mujeres no ganan mucho y temen tener que usar mallas para el cabello, emitir recibos y pagar impuestos.
El Alcalde, Antonio Decaro, ha prometido encontrar una solución. Mientras tanto, aparentemente aconsejó a las abuelas ser cautelosas.
Una mujer de 82 años que sólo fue identificada como Vittoria dijo: “aquí todos tienen miedo de que la policía fiscal tome medidas enérgicas contra nosotras”.
Vito Leccese, Jefe de Gabinete del Alcalde, dijo que la Administración analizaba la posibilidad de hacer del área una zona de libre comercio y que no había nada de malo en que vendieran por debajo de la mesa un par de kilos al usuario ocasional de orecchiette. “No le hace daño a nadie”, dijo.
La ley no parecía ser de gran preocupación para los residentes de la Ciudad. Muchos argumentaron que las regulaciones eran la verdadera amenaza.
“Estas mujeres trabajan 10, 15 horas diarias, siete días a la semana para mantener a sus esposos e hijos desempleados”, dijo Francesco Amoruso, cuya madre, una de las productoras de pasta de la calle, murió el año pasado a los 99 años.
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Michele Fanelli, defensor de las tradiciones locales que también ofrece clases de elaboración de orecchiette, ha dado un paso al frente para defender a las mujeres, argumentando que son los últimos vestigios de una Bari que está desapareciendo. “La globalización está amenazando a las tradiciones”, advirtió mientras hablaba con Caputo y su madre, Franca Fiore, de 88 años.
“Tenemos que transmitir estos valores a la siguiente generación”, dijo Caputo.
Más tarde, mientras las mujeres llevaban su pasta a las cocinas, Diego De Meo, de 44 años, dueño del restaurante Moderat, esperaba la hora pico de la cena.
Comentó que no sabía qué restaurante fue atrapado sirviendo orecchiette de contrabando, pero que esas orejas de pasta irregulares y hechas a mano tenían “un poco de magia”. Dijo que tratar de regular a Bari era como tratar de enderezar la Torre Inclinada de Pisa.
“A veces, lo irregular es lo que hace hermosas a las cosas”, dijo De Meo.
Presionado para que diera una pista sobre la identidad del restaurante infractor, hizo una pausa. “Fui yo”, espetó, y agregó que alertó a otros restaurantes, muchos de los cuales, dijo, compraban orecchiette a las mujeres.
“Mire, es correcto, es la ley”, reconoció, refiriéndose a la multa. Pero aunque su negocio no se vio afectado, se sentía mal por las mujeres de Bari.
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