Esperanza, temor y duelo: Wuhan después del confinamiento
Chen tuvo que aprender a pasar el luto en confinamiento, ya que era imposible llevar a cabo los rituales habituales del duelo. No pudo ver a sus amigos, ni tampoco estaba su padre, quien había dado positivo y estaba internado en el hospital.
- Vivian Wang
- - Publicado: 27/5/2020 - 06:00 am
Se han deleitado con las pequeñas cosas, como consumir té de burbujas y fideos para llevar. Han redescubierto lugares como el parque infantil del vecindario. Han buscado palabras nuevas para describir sus pérdidas.
Durante más de dos meses, la gente de Wuhan, China, vivió en confinamiento cuando su ciudad se postraba bajo el peso del coronavirus que apareció ahí. Luego, poco a poco, los casos disminuyeron. El 8 de abril se levantó la cuarentena.
Ahora, los residentes de Wuhan avanzan con cautela hacia un futuro incierto, y son algunos de los primeros del mundo en hacerlo. Están presentes el trauma y el dolor, el enojo y el miedo. Pero también hay esperanza, gratitud y una paciencia recién descubierta.
Estas son cuatro de sus historias.
Júbilo y alivio: disfrutar del tráfico
Sus amigos lo habían publicado en todas las redes sociales: ¡habían vuelto a abrir los establecimientos de té con leche! ¡Wuhan estaba de regreso!
Pero cuando Rosanna Yu, de 28 años, tomó su primer sorbo en dos meses, no fue nada del otro mundo. “¿Ya se les olvidó cómo hacer el té con leche?”, publicó en tono de broma en WeChat a finales de marzo. “¿Cómo puede estar tan malo?”
No obstante, un té con leche que no cumple nuestras expectativas es mejor que ninguno. Y aunque la normalidad y el buen té de burbujas sigan sin estar al alcance, tan solo la posibilidad de tenerlos hace que Yu se sienta optimista.
A principios de abril, luego de que se relajó el confinamiento, Yu y sus padres visitaron un parque para admirar las famosas flores de cerezo de Wuhan. Los funcionarios habían exhortado a los residentes a que, si era posible, permanecieran en sus hogares, pero “ya no podíamos quedarnos en casa más tiempo”, comentó.
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Hace poco, tomó un video de una larga fila en el restaurante local de “fideos secos calientes para llevar”, el platillo emblemático de Wuhan. Ahora, tiene que detenerse para que pasen los coches antes de cruzar la calle, una molestia que nunca antes se había agradecido.
“En realidad me hace muy feliz ver muchos autos”, señaló.
Enojo y distanciamiento: alejarse de Wuhan
Liang Yi no ha regresado a su casa de Wuhan desde hace cuatro meses que salió de la ciudad, antes de que se impusiera la cuarentena.
Si puede evitarlo, no regresará nunca.
“Ahora tenemos un hijo”, comentó Liang, mercadólogo de 31 años, refiriéndose a él y a su esposa. “Si podemos crear mejores condiciones para él, no volveremos a vivir en una ciudad como Wuhan”.
En todo el mundo, muchas personas están deseosas de regresar a la vida que tenían antes del coronavirus. Pero para algunas, ese regreso se ha vuelto imposible, incluso indeseable.
Cuando el brote devastó Wuhan, Liang —quien se había refugiado con su esposa y su hijo de dos años en la casa de sus padres a unos 120 kilómetros de Wuhan— le dio miedo la negación inicial del gobierno sobre la gravedad del brote. Se indignó porque al principio no permitían que los hospitales hicieran pruebas a muchos casos sospechosos, incluyendo el de su amigo, a quien mandaron a su casa para aislarse.
En efecto, a fin de cuentas, las autoridades de Wuhan controlaron el brote. Pero no podía perdonarlas por permitir que estallara desde el principio.
“En realidad, esta epidemia se relaciona con la capacidad de gobernar del gobierno de Wuhan”, señaló. “Me da la sensación de que no es seguro vivir en este tipo de ciudad”.
Dolor y arrepentimiento: encontrar nuevas formas de comunicarse
En los meses siguientes a la muerte de su madre por el coronavirus, Veranda Chen buscaba a diario nuevas distracciones. Leía a Freud y experimentaba en la cocina. Bromeaba en WeChat acerca de abrir un restaurante. Decía que el platillo de la casa se llamaría “recordemos el sufrimiento pasado y pensemos en la alegría presente”.
Sin embargo, recientemente cocinar ha perdido su encanto. Su madre le pedía que le cocinara, pero él decía que estaba demasiado ocupado con las solicitudes para la escuela de posgrado.
“Yo pensaba: ‘Me concentraré en entrar a la escuela de mis sueños y después de eso ya podré dedicarme por completo a hacer todo lo que siempre me han pedido que haga”, comentó Chen, de 24 años, refiriéndose a sus padres. “Ahora ya no es posible”.
La madre de Chen se enfermó cuando el brote estaba en su punto máximo. Un hospital saturado la rechazó el 5 de febrero y murió en una ambulancia de camino a otro. Tenía 58 años.
Ella y Chen habían tenido una relación cercana, pese a que a menudo tenían problemas para demostrarlo. Ella había insistido en ahorrar dinero para la boda de él, en vez de darse la oportunidad de hacer un viaje a la isla tropical de Hainan. Chen pensaba que era anticuada y con frecuencia se sentía sofocado.
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Después de que ella murió, se dio cuenta de que tenía muchas preguntas que le hubiera gustado hacerle: sobre la infancia de ambos, acerca de cómo había visto los cambios en él.
Chen tuvo que aprender a pasar el luto en confinamiento, ya que era imposible llevar a cabo los rituales habituales del duelo. No pudo ver a sus amigos, ni tampoco estaba su padre, quien había dado positivo y estaba internado en el hospital.
Ahora que Chen y su padre se han vuelto a reunir, también ellos están buscando nuevas maneras de comunicarse.
No hablan de su madre; para su padre es muy doloroso. Pero Chen desea invitar a su padre a ir de pesca y hacerle las preguntas que nunca le hizo a su madre. También quiere que le enseñe a hacer tomates y huevos sofritos, un platillo tradicional que solían hacer sus padres.
Lo que más le obsesiona es inscribirse en un programa de Psicología. Luego de la muerte de su madre, ese plan parece más urgente que nunca. “Quiero aplicarlo para aliviar el sufrimiento de otras personas”, comentó.
Paciencia y cautela: evitar los riesgos
La primavera en Wuhan marca la temporada de langosta. Langosta a fuego lento, langosta frita, langosta cubierta de pimentón… que siempre se comparte con los amigos y la familia.
Sin embargo, Hazel He no planea tener un festín como este al menos hasta el próximo año.
“Existe cierto riesgo en cualquier lugar donde se reúne mucha gente,”, dijo He, de 33 años.
En esta época, evitar riesgos es lo que determina todo lo que He hace. A pesar de que ya se les permite a los residentes volver a transitar por la ciudad, todavía conversa con sus amigos por video. Antes de salir con su hijo de seis años, mira por la ventana para asegurarse de que no haya nadie por ahí. Hace poco, le permitió jugar de nuevo en los columpios que están cerca de su apartamento, pero no salen del vecindario.
La angustia ya no es tan abrumadora como lo era durante los primeros días del brote, cuando He lloraba mientras veía las noticias y su hijo le preguntaba qué pasaba.
Pero, al igual que otras personas de Wuhan, todavía se reincorpora a la normalidad solo de manera tentativa porque sabe lo frágil que es la victoria.
Apenas la semana pasada, después de más de un mes sin reportes de nuevos contagios, se reportaron seis nuevos casos ahí.
“Wuhan ha sacrificado mucho”, señaló He. “Cuidarnos es una responsabilidad que tenemos hacia todos los demás”.
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