Mundo de Negocios
Un camino torpe hacia una nueva estrategia de salida
- The Economist
Abrumados por la crisis, la mayoría de los gobiernos están mal preparados para lo que viene a continuación.
De pronto todos tienen un plan. Las ideas para salir de la cuarentena de la COVID-19 se están propagando más rápido que el virus. España ha permitido que los trabajadores de la construcción vuelvan al trabajo, Italia ha reabierto las papelerías y las librerías, Dinamarca permite que los niños regresen a las guarderías y las primarias. La oposición de Sudáfrica está haciendo un llamado a favor de una “cuarentena inteligente” relajada. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha estado discutiendo con los gobernadores estatales acerca de quién debe decidir qué se reabre y cuándo.
Todos los países son distintos, pero dos cosas ya están claras. En primer lugar, los gobiernos deben explicar a su gente que el mundo no volverá a la normalidad. Sin una vacuna ni terapia, la vida estará limitada y las economías seguirán contraídas. En segundo lugar, las pruebas y el rastreo de contactos son vitales para mantener controlado el virus. Los países que no pudieron invertir lo suficiente en esas medidas cuando surgió la enfermedad en China se arriesgan a repetir el error.
La necesidad de idear planes de salida es urgente. El costo alarmante de las cuarentenas estrictas se está volviendo más claro. Esta semana, el Fondo Monetario Internacional pronosticó que extender las cuarentenas totales hasta el tercer trimestre de 2020 convertiría una contracción del tres por ciento de la economía mundial este año en una del seis por ciento. Un análisis del equipo especial de COVID-19 de Noruega, publicado el 7 de abril, comparó una cuarentena estricta de dieciocho meses con una “ralentización” y concluyó que el valor estadístico de las vidas adicionales que esta salvara se vería eclipsado por su costo a largo plazo.
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No obstante, sin importar cuánto se necesite salir de las cuarentenas también son estrictas porque gran parte del mundo sigue siendo susceptible a una segunda ola de COVID-19. España es el país con el número más alto de casos registrados por cabeza. Sin embargo, solo un pequeño porcentaje de la población ha sido infectada. Incluso si el número actual de casos fuera cien veces más alto de lo que sugieren las cifras oficiales, dos tercios de su población aún seguirían siendo vulnerables, y más si la inmunidad es breve.
Las cuarentenas se han presentado como una manera de “vencer” la COVID-19. De hecho, solo atrasan el reloj. Después de no haber podido evitar que la enfermedad se apoderara de sus territorios, los países han conseguido una oportunidad para intentarlo de nuevo. No obstante, a menos que actúen de manera distinta, el virus surgirá una vez más.
¿Qué deben hacer? Los gobiernos deben elegir entre el menú de opciones comparando los costos de cada medida con los beneficios que aporta, y el cálculo diferirá en países distintos. ¿Los cubrebocas deben ser obligatorios? (Sí, si los suministros son adecuados).
¿Las escuelas deben aceptar a los alumnos de regreso? (Se necesita más investigación). ¿Qué industrias pueden reabrirse con seguridad? (Las fábricas pueden hacerlo; para los servicios de hospitalidad la situación es más complicada). ¿Se deben cerrar las fronteras o poner en cuarentena a los viajeros? (La cuarentena es mejor). Las políticas evolucionarán conforme mejore la ciencia o la enfermedad se agudice. A veces, eso significará imponer reglas estrictas de nuevo.
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China ofrece un vistazo a lo que eso significa. Desde que se relajaron las restricciones allá las calles se han llenado, muchas personas han regresado a trabajar y la vida se ha vuelto más llevadera. Sin embargo, los consumidores siguen estando ansiosos, así que algunos de ellos se quedan en casa. Se habla de una economía del 90 por ciento, mejor que una del 50 por ciento, sin duda, pero aun así es la catástrofe económica global más grande desde la década de 1930.
Gestionar este mundo parcialmente en cuarentena y parcialmente reabierto depende de las pruebas. Estas pueden mostrarles a los gobiernos el índice actual de infecciones y qué medidas funcionan y cuáles no. Aíslan nuevos casos, lo cual permite rastrear sus contactos, y eso ayuda a detener la propagación de la enfermedad. Cuanto mejores sean las pruebas, menos estricto tendrá que ser el distanciamiento social, porque las personas infectadas de manera rutinaria se retirarán de la población y, en teoría, podría remplazar el distanciamiento por completo.
Los gobiernos hablan mucho de las pruebas. No estarán disponibles a un nivel verdaderamente masivo sino hasta dentro de varios meses. Un sustituto barato es tomar temperaturas, pero la gente que no tiene fiebre puede seguir infectando.
Otra idea, amplificada por las noticias recientes de una colaboración entre Apple y Google, es usar las aplicaciones de celular para registrar contactos automáticamente con el fin de que las pruebas puedan dirigirse a las personas que tienen más probabilidad de estar infectadas. Sin embargo, las aplicaciones deben descargarse de manera generalizada para que funcionen y aún requieren grandes números de evaluadores y rastreadores para identificar nuevas infecciones y revisar que las personas se estén aislando. Una propuesta señala que Estados Unidos necesitará 260.000 reclutas, en comparación con los 2200 actuales. Hasta que los gobiernos empiecen a procesar ese tipo de cifras, las salidas de las cuarentenas serán poco significativas e incluso peligrosas.
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Por eso no es de sorprender que en todo el mundo haya prisa por descubrir una vacuna. Este es un esfuerzo global como debe serlo, y ningún país posee el monopolio de la ciencia. Sin inversiones actuales, incluso antes de que se haya probado la vacuna, habrá una escasez de capacidad de manufactura, lo cual afectará la fabricación de vacunas rutinarias de enfermedades como el sarampión y la polio. Durante el tiempo que haya escasez, algunos países quizá intenten monopolizar el mercado, lo cual dejará a los trabajadores del sector salud y a los más vulnerables en riesgo en otras regiones.
Hablar de salir de las cuarentenas mejora el ánimo, como debe ser. Sin embargo, las frustraciones y las decisiones difíciles apenas están comenzando.
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