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Recomendaciones para lidiar con un nuevo tipo de sacudida financiera
La crisis de los préstamos hipotecarios de alto riesgo no es una buena guía para los mercados en estos momentos.
- The Economist
- - Actualizado: 24/3/2020 - 10:09 am
Cuando enfrentamos un sobresalto desconcertante, es natural acudir a nuestra experiencia en busca de sosiego. En vista de la furia con que ha atacado el COVID-19, tanto los inversionistas como los funcionarios batallan para comprender qué significan los violentos movimientos que han experimentado los mercados financieros en las últimas dos semanas. Para muchos, la referencia obvia es la crisis de 2007-2009. Es cierto que existen similitudes. Los mercados accionarios se fueron a pique. El precio del petróleo cayó por debajo de los cuarenta dólares por barril.
La Reserva Federal y otros bancos centrales anunciaron una oleada de recortes de emergencia a las tasas de interés. Los agentes de bolsa siguen en pie de guerra, aunque muchos ahora trabajan desde la mesa de su cocina. Con todo, esta comparación con la última gran crisis no es adecuada y, por si fuera poco, nos hace perder de vista dos peligros financieros reales que la pandemia ha agravado.
Para empezar, la gravedad de la situación hasta ahora no se compara con la de la crisis de 2007-2009. Los mercados bursátiles han perdido una quinta parte del valor máximo alcanzado, mientras que en la época de la crisis hipotecaria se desplomaron un 59 por ciento. La deuda tóxica es muy reducida y fácil de identificar.
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En cuanto a los bonos corporativos no financieros, solo alrededor de un 15 por ciento fueron emitidos por petroleras u otras empresas muy afectadas por el virus, como aerolíneas y hoteles. El sistema bancario tiene mucho capital y todavía no se congela; las tasas aplicables a los préstamos interbancarios se encuentran bajo control. Cuando los inversionistas entran en pánico por temor a que se avecine el fin de la civilización, se apresuran a comprar dólares, la moneda de reserva. Eso no ha ocurrido todavía.
La naturaleza del sobresalto también es distinta. La crisis de 2007-2009 se originó dentro del propio sistema financiero, mientras que el virus es, más que nada, una emergencia sanitaria.
En general, los mercados se muestran temerosos cuando existe incertidumbre en cuanto a las perspectivas a seis o doce meses, aunque todo parezca estar en calma en ese momento (un ejemplo es el precio de los activos, que bajó a principios de 2008, mucho antes del incumplimiento de la mayoría de los deudores que tenían préstamos hipotecarios de alto riesgo). En la actualidad, el horizonte temporal se encuentra invertido: no se sabe con certeza qué sucederá en las próximas semanas, pero lo más seguro es que en seis meses la amenaza ya esté superada.
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Más que bancos inestables en Wall Street o el incumplimiento de pagos por condominios en Florida, se ciernen otros dos o tres riesgos.
El primero es una escasez temporal de efectivo en un rango muy amplio de empresas por todo el mundo como consecuencia de las cuarentenas y el cierre forzoso de oficinas y fábricas. Una “prueba de estrés” aproximada con base en las empresas que cotizan en bolsa indica que es posible que entre el 10 y el 15 por ciento de las empresas tengan problemas de liquidez. Los mercados de bonos corporativos, que exigen términos contractuales precisos y pagos regulares, no pueden manejar periodos así que, aunque breves, son precarios.
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En 2007-2009, para canalizar efectivo al sistema financiero, las autoridades inyectaron capital en los bancos con el propósito de garantizar sus pasivos y estimular los mercados de bonos. En esta ocasión, el reto es lograr que las empresas tengan efectivo.
Esta tarea no es complicada en China, donde el Estado controla la mayoría de los bancos y estos hacen lo que se les ordene. En ese país, el crédito aumentó un 11 por ciento en febrero en comparación con el año anterior. En Occidente, donde los bancos son de propiedad privada, se necesitarán gerentes con una gran visión, ajustes a las reglas y presión de los reguladores para alentar a los acreditantes a que les tengan paciencia a sus clientes. Los gobiernos necesitan ser creativos con el uso de los recortes fiscales y otros incentivos para que las empresas con dificultades obtengan efectivo. A diferencia de Estados Unidos, que titubeó, el Reino Unido puso un buen ejemplo en el presupuesto de esta semana.
La segunda área que requiere atención es la eurozona. Su crecimiento ha sido mínimo, si no es que nulo. Las tasas de interés de los bancos centrales ya están por debajo del cero. Sus bancos están en mejores condiciones que en 2008, pero de cualquier forma son débiles en comparación con sus primos estadounidenses. A juzgar por el costo de los seguros contra el incumplimiento de pagos, ya existe temor en Italia, la única gran economía en la que han aumentado los costos de financiamiento de los bancos.
El 12 de marzo, el Banco Central Europeo prometió liquidez adicional para el sistema bancario, en especial para apoyar el otorgamiento de créditos a pequeñas y medianas empresas (aunque no redujo las tasas de interés). El peligro es que ese organismo, los gobiernos nacionales y los reguladores no logren trabajar de manera coordinada.
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Cada sacudida financiera es distinta. En 1930, los bancos centrales dejaron que los bancos quebraran. En 2007, muy pocas personas habían oído hablar de los préstamos hipotecarios de alto riesgo que estaban a punto de explotar. La actual sacudida financiera todavía no se puede clasificar en el mismo grupo que aquella. Sin embargo, el susto del virus de 2020 crea riesgos financieros particulares que deben resolverse, y rápido.
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