Mundo de Negocios
Persisten las tensiones en las relaciones trasatlánticas
- The Economist
Sin los disimulos de Davos, muy pocos aspectos importantes han cambiado.

Ilustrativa. (Pixabay)
Hace apenas una semana, parecía inevitable una pelea trasatlántica decisiva, y la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, se perfilaba como el cuadrilátero más probable. El gobierno de Estados Unidos no estaba muy contento acerca del impuesto gravado en Francia sobre los servicios digitales, que afecta a empresas como Amazon, Facebook y Google, por considerarlo un acto de discriminación en contra de las compañías estadounidenses. El gobierno francés, por su parte, insistía en que se trataba de una medida temporal y el impuesto dejaría de aplicarse en cuanto se concretara un convenio multilateral que sentara las bases para una reforma fiscal. Los estadounidenses, no muy convencidos, estaban dispuestos a imponer aranceles sobre el equivalente a 2400 millones de dólares en artículos franceses como champán, productos de belleza y carteras para dama.
Entonces, el 19 de enero, el presidente estadounidense, Donald Trump, acordó una tregua con su homólogo francés, Emmanuel Macron. Francia convino en suspender la recaudación del impuesto a la tecnología y los estadounidenses aceptaron retractarse de sus amenazas de imponer aranceles.
¿Quiere decir que todo es paz y amor en Davos? No precisamente. Poco después del supuesto cese al fuego, los ánimos comenzaron a caldearse de nuevo. La élite reunida en el centro vacacional suizo presenció un gran despliegue histriónico. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro de Estados Unidos, le advirtió al gobierno británico que su versión del impuesto a los servicios digitales no se libraría de un castigo. Cuando el ministro de Economía británico, Sajid Javid, le informó a la audiencia que el Reino Unido le daría mayor prioridad a un acuerdo comercial con la Unión Europea que con Estados Unidos, Mnuchin pareció ofendido, y dijo: “Creí que iríamos primero”.
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Por su parte, Trump, quien recién había concretado la “fase uno” de su acuerdo con China y esperaba promulgar pronto la ley relativa al nuevo pacto comercial con Canadá y México, de inmediato puso a trabajar sus habilidades de negociación. Para empezar, repitió la trillada amenaza de imponer aranceles sobre los automóviles importados de Europa. Enseguida, comentó que esperaba llegar a un acuerdo con la Unión Europea antes de las siguientes elecciones presidenciales en noviembre. Además, como bien recordarán, su gobierno le ha puesto trabas al sistema de solución de diferencias internacionales de la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, el 22 de enero sostuvo una conferencia de prensa improvisada con Roberto Azevêdo, el director general de la OMC, durante la cual prometió tomar medidas “drásticas”.
¿Cómo deberíamos interpretar todos estos alardes? A decir verdad, no hay muchas sorpresas. A cualquiera que haya visto la reacción de Estados Unidos al impuesto de Francia sobre los servicios digitales le parecerá lógico que el Reino Unido también haya provocado la ira de Trump. Por otra parte, desde hace algún tiempo se sabe muy bien que el Reino Unido tendrá que concentrarse en establecer una nueva relación comercial con la Unión Europea, que no solo es su mayor vecino sino el más cercano, antes de sostener conversaciones en forma con Estados Unidos.
En cuanto a las relaciones comerciales trasatlánticas en general, no hubo nada sorpresivo en las declaraciones que hizo Trump semanas atrás. Cuando mucho, le permitirán lograr un acuerdo comercial básico con la Unión Europea, aunque eso podría bastarle a Trump. Azevêdo no puede ofrecerle ninguna concesión al presidente, pues los miembros de la OMC son quienes toman las decisiones.
Incluso la tregua de Trump con Macron puede ser mucha paja y pocas nueces. El 22 de enero, el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, admitió que no se había abordado el punto de mayor controversia: Estados Unidos quiere que las empresas puedan tomar la decisión de no formar parte de un convenio fiscal internacional. Cuando The Economist se fue a imprenta, las partes en desacuerdo tenían más reuniones planeadas. Algunos todavía tienen la esperanza de que se llegue a alguna especie de acuerdo antes de que concluya este año, con el auspicio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, un foro multilateral. De no ser así, nos espera una tremenda pelea.
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