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La sabiduría y la insensatez de los líderes de América Latina
- The Economist
Por ahora, los que han actuado con decisión para combatir la pandemia han sido recompensados.
Desde que asumió la presidencia de Perú hace dos años, Martín Vizcarra, un político típicamente anodino, no ha dudado en tomar decisiones audaces. Impulsó reformas políticas mediante referendos. El año pasado, al ver que el Congreso era sumamente obstructivo, lo suspendió y convocó a una nueva elección legislativa. Se distinguió por ser el primer dirigente latinoamericano en reaccionar a la COVID-19 al imponer un cierre de emergencia y un toque de queda el 15 de marzo, cuando su país tenía solo 71 casos reportados. Los peruanos aprecian esta restricción a sus libertades en aras del bien público. En una encuesta de Ipsos, su índice de aprobación se disparó del 52 al 87 por ciento.
Ese es el patrón que se ha visto en América Latina. En Argentina, la popularidad de Alberto Fernández, quien asumió el liderazgo de un país políticamente dividido en diciembre, se elevó a más del 80 por ciento luego de que impuso una cuarentena y cerró las fronteras. En Colombia, la actual alcaldesa de Bogotá, Claudia López, obtuvo ventaja sobre un gobierno nacional titubeante cuando impuso un cierre de prueba de cuatro días. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, cuyo mandato parecía agonizar tras una ola reciente de manifestaciones, ha desplegado pruebas de coronavirus y acordonado las zonas de mayor infección. Su popularidad ha aumentado, del 10 por ciento en diciembre al 21 por ciento.
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Sus enfoques contrastan con el de los presidentes populistas Jair Bolsonaro, de Brasil y Andrés Manuel López Obrador, a menudo llamado AMLO, de México. Ambos han dado prioridad a proteger sus economías débiles. Ambos pasaron semanas negando la gravedad del virus y rehusándose a respetar las medidas de distanciamiento social recomendadas por sus secretarías de salud.
En México, según Alberto Díaz-Cayeros, politólogo de la Universidad de Stanford, la cautela del gobierno se basó en la confianza de que los servicios de salud serían capaces de lidiar con la amenaza. Ese enfoque funcionó contra la gripe porcina en 2009. Subestimó a la COVID-19, que se propaga de manera agresiva con muchos casos asintomáticos. El 24 de marzo, el gobierno cambió de postura, cerró las escuelas y prohibió las actividades no esenciales. Seis días después, ya que el virus estaba fuera de control, declaró un estado de emergencia.
AMLO no ha sido claro respecto a las medidas de distanciamiento social. Bolsonaro lo superó al sabotear activamente los esfuerzos para controlar el virus. En Brasil, los gobernadores estatales han impuesto cierres de emergencia, incluso en São Paulo y Río de Janeiro. Estas medidas son populares. La imprudencia de Bolsonaro no lo es tanto. Los residentes citadinos organizaron protestas, golpeando ollas y sartenes en contra del presidente. Esto propició un contraataque. Bolsonaro despotricó contra los gobernadores, publicó un video en el que proclamó que “Brasil no se puede detener”, e instó a sus simpatizantes a organizar procesiones en contra de las cuarentenas. No fue sino hasta el 31 de marzo, ya con 201 muertos en Brasil, que reconoció (brevemente) la seriedad del virus, y propuso un “pacto” en su contra “para salvar vidas sin sacrificar empleos”. Luego reculó a su retórica de antes.
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¿Qué consecuencias políticas tendrán estas acciones? Aunque sigue siendo popular, el índice de aprobación de AMLO empezó a decaer antes del virus, debido a su incapacidad para frenar la delincuencia o reactivar la economía. Esa tendencia parece estar destinada a continuar. En cuanto a Bolsonaro, algunos consideran que sus acciones son dignas de impugnación, porque amenazan el derecho constitucional a la vida. Al parecer, su estrategia busca apuntalar a su base de partidarios. Las encuestas muestran que aún cuenta con el apoyo de una tercera parte de los encuestados. Eso debería bastarle para seguir en el cargo, dependiendo de cuántos brasileños fallezcan.
Aquellos que han actuado con decisión se han beneficiado del instinto público a apoyar a los líderes en tiempos de peligro. Sin embargo, mantener cuarentenas en una región en la que muchos viven en condiciones precarias no será sencillo. Tal es el caso de Argentina, donde Fernández ya se enfrenta a una economía debilitada. Su gobierno ha distribuido apoyos de emergencia financieros y alimentarios en zonas empobrecidas de la periferia de Buenos Aires, donde ha regido su movimiento político peronista desde hace mucho. Aun así, los peronistas “están muy preocupados, temen que haya una explosión social que los haga perder el control”, dice Sergio Berensztein, asesor político. Opina que el gobierno quizá tenga que hacer las cuarentenas más selectivas y flexibles, so pena de prolongar la epidemia. Lo mismo sucede con Perú.
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La COVID-19 arrasó con América Latina en un momento en que sus líderes e instituciones habían caído en el descrédito, debido al estancamiento económico, la corrupción y los servicios públicos deficientes. El manejo de la pandemia requiere de un enorme esfuerzo para ayudar a los necesitados. Tal vez también represente una oportunidad de redención. Los dirigentes que impongan cuarentenas podrían salvar la vida de 2,5 millones de latinoamericanos, de acuerdo con los epidemiólogos del Imperial College, en Londres. Deben encontrar maneras de recordarles eso a los ciudadanos, incluso si las dificultades económicas empeoran.
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