Mundo de Negocios
Hablemos de rescates, esta vez antes de que se hagan necesarios
- Andrew Ross Sorkin
Ahora que los precios del petróleo van a la baja, ¿el gobierno debería ayudar a los productores de esquisto, como se dice que está considerando el presidente Trump?
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Ilustrativa. (Pixabay)
A medida que los daños, tanto humanos como económicos, de la epidemia de coronavirus nos orillen a sostener conversaciones sobre los rescates del gobierno, vamos a escuchar hablar mucho acerca de la idea de invertir dinero de los contribuyentes en la economía.
Ya nos pasó, en el otoño de 2008, cuando el gobierno estadounidense rescató a los bancos y, más tarde, a los fabricantes automotrices. También entonces era un año de elecciones presidenciales. Esa catástrofe fue obra del ser humano. Esta vez, es más un desastre natural, combinado con algunos errores humanos.
El argumento a favor del rescate en aquella ocasión fue que permitir que los bancos y los fabricantes de automóviles se fueran a quiebra sería tan devastador para la economía (y qué decir de lo insoportable de la idea en términos políticos), que a los encargados de la política pública no les quedaba más remedio que salvarlos.
El problema fue que, si recuerdan bien, las recriminaciones se dejaron oir encuanto se entregó el dinero. ¿Las condiciones fueron demasiado benévolas? ¿Los contribuyentes deberían haber recibido más por el riesgo que corrieron? ¿El dinero debería haberse entregado con la condición estricta de que se hicieran cambios en la estructura de las empresas y las industrias? ¿O, más bien, el dinero debería haberse entregado directamente a los trabajadores y otras personas afectadas por el fracaso de las empresas? Invariablemente, esas conversaciones terminaban en el ámbito político, con acusaciones de que esos rescates eran el equivalente a las prestaciones sociales para las empresas, o el llamado socialismo corporativo.
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En vez de tener este tipo de conversaciones después de los hechos, en esta ocasión deberíamos hablar de todo eso ahora, antes de que en realidad sea necesario un rescate.
Por ejemplo, si el gobierno estadounidense les prestara dinero a las aerolíneas, ¿qué debería obtener a cambio? ¿Algunos accionistas como Warren E. Buffett, que tiene participaciones en Delta Air Lines, American Airlines, United Airlines y Southwest Airlines, deberían declararse en quiebra? ¿El gobierno debería aprovechar este momento para cambiar la política de la industria? ¿Podría, por ejemplo, quitarles a las aerolíneas más grandes sus “horarios” en los aeropuertos de mayor actividad y dárselos a empresas de reciente creación para intentar hacer más competitiva esa industria ya que ha habido tantas fusiones? ¿El gobierno podría forzar a las aerolíneas a centrarse más en el cliente, con políticas y precios más transparentes?
Esas medidas podrían ser tan solo el principio. Ahora que los precios del petróleo van a la baja, ¿el gobierno debería ayudar a los productores de esquisto, como se dice que está considerando el presidente Trump? ¿Y qué decir de la industria de los cruceros? Así podríamos seguir sin parar.
Quizá nos estemos adelantando. No obstante, lo cierto es que ya comienzan a tenerse estas conversaciones. El presidente Trump planteó la idea de recortar el impuesto a la nómina y de ayudar a quienes tienen contratos por hora de trabajo y resulten afectados por las medidas para controlar la epidemia del coronavirus. El 10 de marzo en Capitol Hill explicó por qué sería bueno el recorte a los impuestos, y planea reunirse con banqueros de Wall Street el 15 de marzo para presionarlos a que les otorguen préstamos a las pequeñas empresas.
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En cualquier caso, la mayor interrogante es si habrá suficiente voluntad política bipartidista para invertir miles de millones de dólares.
Henry M. Paulson Jr., secretario del Tesoro en tiempos del presidente George W. Bush, me dijo que, si bien los retos actuales le parecían similares, también eran muy distintos de lo que enfrentó en 2008.
“Sospecho que antes de que termine, de nuevo habrá una necesidad urgente, en año de elecciones, de que la fuerza bipartidista en el Congreso colabore con el gobierno para que logremos mitigar la carga económica de los estadounidenses”, señaló Paulson, quien supervisó la respuesta federal a la crisis financiera de 2008 con Ben S. Bernanke, presidente de la Reserva Federal, y Timothy F. Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York y más adelante secretario del Tesoro durante el gobierno del presidente Barack Obama.
Paulson añadió: “En cierta forma, es más complejo ahora porque también involucra problemas de salud importantes. Nuestro sistema político se pondrá a prueba una vez más, pero creo que nuestros dirigentes sortearán el reto, como ha hecho siempre nuestra nación en tiempos de crisis”.
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Si la crisis financiera le enseñó algo a Paulson fue que es importante actuar con agilidad. Por desgracia, con todo y el pánico que se vivía en la crisis de 2008, el Congreso estaba tan polarizado que no aprobó medidas de estímulo hasta que casi era demasiado tarde (el Congreso votó en contra de la propuesta, y días después votó a favor).
El actual presidente de la Reserva Federal, Jerome H. Powell, ya redujo las tasas de interés y afirma estar listo para hacerlo de nuevo, conforme a una estrategia similar a la de Bernanke, que inundó la economía con dinero. En esta ocasión, sin embargo, bajar las tasas de interés no tendrá efectos tan notorios; no hará que la gente viaje ni que salga a comer más pronto, pero sí podría permitir que las empresas paguen tasas de interés más bajas y ayudarles a permanecer solventes por un periodo más prolongado, con la esperanza de que puedan resistir el daño económico derivado de la diseminación del virus.
Powell se reunió con el presidente y Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro, hace unos días. Mnuchin mencionó las reuniones el 9 de marzo para demostrar que existe coordinación. No obstante, a diferencia de la estrecha relaci
ón que existía entre Paulson y Bernanke, la relación entre la Reserva Federal y el gobierno de Trump parece ser tensa. Trump ha atacado en público a Powell, pues comentó sobre su designación que “no estaba ni un poco contento con mi selección de Jay”.
Steven L. Rattner, quien fungió como el “zar de los automóviles” durante el gobierno de Obama y supervisó el rescate de los fabricantes automotrices de Detroit, dijo que creía que todavía había dinero disponible en los mercados privados para ayudar. “No creo que hayamos llegado al punto de ‘romper el vidrio’”.
“Hay que recordar que se optó por los rescates del gobierno, en parte, porque los mercados privados habían fallado. No existía el mercado privado”, dijo Rattner en una entrevista. “Hoy en día, todavía no nos encontramos en esa situación”.
“Si las aerolíneas agotan su efectivo, todavía pueden recurrir al financiamiento del modelo llamado ‘deudor en posesión’”, añadió, con lo que dio a entender que, incluso si una aerolínea se declara en quiebra para obtener protección, habría suficientes inversionistas dispuestos a proporcionar dinero para mantenerla en operación en tanto se reorganiza.
De cualquier forma, no sería sorprendente que las aerolíneas, u otras industrias, se dirigieran a Washington con el sombrero en la mano. Después de todo, apenas el 10 de marzo, Delta y American dijeron que reducirían el número de vuelos debido a la falta de demanda, y el director ejecutivo de Southwest, Gary Kelly, afirmó que aceptaría una reducción del diez por ciento a su sueldo.
Cuando se le preguntó a Trump durante una reunión entre directores ejecutivos de aerolíneas y el vicepresidente Mike Pence cómo respondería a una solicitud de rescate de la industria de las aerolíneas, respondió: “Por favor no hagan esa pregunta, porque no han pedido nada así. Así que, por favor, no les den ideas”.
Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el gobierno estadounidense le entregó 15.000 millones de dólares a las aerolíneas, en parte para compensar sus pérdidas y también para ayudar a pagar cualquier tipo de requisitos de seguridad adicionales que la nación decidiera adoptar. En ese caso, los contribuyentes no pidieron nada a cambio.
Rattner dijo que, en su opinión, sería un error aprovechar los rescates como “herramientas para hacer política”. Lo dijo de la misma manera en que pensaron sobre el rescate de la industria automotriz: “no deberíamos intentar alcanzar cada objetivo imaginable”. En otras palabras, el gobierno no usó ese rescate para imponer nuevas normas sobre emisiones, por ejemplo, ni nuevas normas de seguridad. Dijo que la meta siempre es sencillamente “lograr que estas empresas vuelvan a operar de manera comercial”.
En los siguientes días y semanas, con la constante atención de Donald Trump en el nivel del mercado accionario como señal de su propio progreso, es probable que busque grandes medidas de estímulo centradas en las empresas. Algunas quizá sean necesarias.
Sin embargo, si la crisis de 2008 nos enseñó algo, los rescates son ciénagas políticas con efectos perdurables. En el actual ambiente político, es difícil de creer que no haya una pelea amarga.
Quienes conciben las políticas deberían adelantarse a esa batalla y comenzar a debatir ahora, con toda franqueza, sobre el significado de un plan de estímulos justo y adecuado, en vez de esperar a que se nos acabe el tiempo.
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